Hedy Lamarr, la actriz más bella de la ciencia

La intérprete vienesa, que alcanzó la fama con ‘Éxtasis’, donde realizó el primer desnudo integral de la historia del cine, y con ‘Sansón y Dalila’, fue una una gran científica e ingeniera militar. Con el músico George Antheil descubrió un sistema de comunicación que anticipó el GPS, la telefonía móvil o el wifi

Hedy Lamarr, como Dalila, en la película de Louis B. Mayer, 1949.
Hedy Lamarr, la actriz más bella de la ciencia

Si Ava Gardner fue «el animal más bello del mundo», Hedwig Eva Marie Kessel, que se haría célebre como Hedy Lamarr (Viena, 1914-Orlando, EE. UU., 2000) sería «la mujer más hermosa de la historia del cine». Y a la vez fue mucho más: uno de esos casos increíbles, extraños y fascinantes, que daría para una asombrosa película. Fue actriz, ingeniera, científica y una precursora de invenciones que nos han cambiado la vida. Su padre, Emil, era un banquero fascinado por el progreso y los avances tecnológicos y su madre era pianista. Los dos eran judíos. Ella estudiaría danza, música e idiomas, y no solo eso: en el colegio pronto demostraría que era muy brillante, superdotada, y que todos la perseguían y la pretendían. En sus memorias denunciaba varias tentativas de violación.


Se matriculó en Ingeniería a los 16 años y antes de que nadie se diese cuenta lo dejó y decidió apostar por el teatro. Fue así como empezó a estudiar con Max Reinhardt; poco después, antes de llegar a la mayoría de edad, fue contratada para una película checa, ‘Éxtasis’, de 1932, de Gustav Machatý, que le exigió un hermoso sacrificio: se desnudaba durante 10 minutos, a lo largo de un bosque que desembocaba en un lago, y fingía un orgasmo. La película fue un auténtico escándalo: dicen que es el primer desnudo integral en una película comercial. La obra la vio el empresario Fritz Mandl, que se quedó embrujado y espantado a la vez. Aquella mujer, jovencísima y radiante, lo perturbó de tal suerte que pidió su mano y arregló con sus padres, en agosto de 1937, un matrimonio de conveniencia. 


Mandl, que se dedicaba a la industria de armas y pertenecía al partido nazi, hizo todo lo posible para conseguir las copias de la película. No lo logró. Fritz obligó a su mujer a dejar el cine y la mantuvo en un régimen de cautividad durante dos años. Hedy aprovechó esa reclusión infame –solo podía desnudarse o ducharse si él estaba delante– para volver a la ingeniería. Siguió estudiando e investigando. Mujer de recursos, al cabo de un tiempo estableció una relación sentimental con su asistenta, y ella le ayudaría a escapar a París. De ahí partió a Londres, a pesar de que los guardaespaldas de su marido le pisaban los talones. En la capital inglesa embarcó en el trasatlántico Normandie para Estados Unidos, con tal fortuna de que en él viajaba Louis B. Mayer. Lo sedujo, y él le sugerirá que se cambie de nombre: pasará a ser Hedy Lamarr, en honor a una examante yonqui del productor y director, Barbara La Marr (1896-1926).


Aquella mujer morena, de una belleza inefable, había hecho cinco películas. Hasta su retiro en 1958, participará en alrededor de una treintena, la más famosa será ‘Sanson y Dalila’ (1949), dirigida por Cecil B. DeMille, pero para entonces ya habría dado mucho que decir. En el cine, salvo ese filme, no tuvo suerte: eligió mal los papeles y rechazó películas que fueron un gran éxito como ‘Casablanca’ o ‘Luz de gas’, que haría Ingrid Bergman, con quien tiene otro rasgo en común: las dos enamoraron y amaron al fotoperiodista Robert Capa. También estuvo a punto de ser elegida para ‘Lo que el viento se llevó’.


Hedy Lamarr odiaba al nazismo y a Hitler (que le había besado los dedos de las manos de niña), odiaba al fascismo y a Mussolini, con quien comió alguna vez en la casa familiar, pero mientras estuvo encerrada –ella habló en sus memorias eróticas ‘Éxtasis y yo’ de «secuestro» y «esclavitud»– intentó aprender todo lo que se podía aprender de los amigos, empresarios y contactos políticos de su marido. Libre ya y lejos de Mandl, tendría una obsesión: combatir a esos dos movimientos que venían a aniquilar el mundo. Por ello, no resulta raro que además de hacer su carrera en la pantalla y en la moda trabajase en sus inventos. 


El más importante lo desarrolló con George Antheil (1900-1959), un músico bohemio que componía bandas sonoras para películas y escribía en ‘Esquire’. Juntos concibieron la técnica del salto de frecuencia, «el espectro expandido», que consistía «en un sistema secreto de comunicaciones entre barcos y aviones que servía para dirigir un torpedo con señales de radio que cambiaban de frecuencia arbitrariamente para evitar ser interceptadas». Este sistema, ampliado y perfeccionado, dará lugar a inventos modernos como el GPS, el Bluetooh, la telefonía móvil o el wi-fi. Lo patentaron el agosto de 1941, pero no les hicieron mucho caso al principio, a pesar de que estaba pensado para la II Guerra Mundial. Su invento empezaría a usarse en la guerra de Vietnam y en Cuba a partir de 1957.


Hedy Lamarr fue una mujer excepcional. Algunos reclamarían para ella el Premio Nobel de Física cuando se supo su importancia científica. Era de una hermosura impresionante, tenía carisma, personalidad y un gran ‘sex appeal’. Aunque no hizo una carrera deslumbrante en el séptimo arte, trabajó con grandes realizadores como King Vidor o Jacques Tourner. No bebía, no le gustaban las fiestas y amó a hombres y mujeres. Se casó seis veces y siempre se declaró partidaria del placer. Se confesó hipersexual. Tuvo al menos tres hijos. No concedía entrevistas. Eso sí, tenía un vicio no demasiado secreto: se volvió cleptómana y se arriesgaba incluso por un cepillo de dientes..