Elecciones en País Vasco

El olvido de ETA y la "paciencia estratégica" de Otegi asoman a Bildu a un triunfo histórico

La izquierda abertzale acaricia el sorpaso al PNV aupada sobre la desmemoria, su giro social, el desgaste del rival y la homologación acelerada por Sánchez.

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, asiste al acto electoral que la formación ha celebrado este sábado en la localidad guipuzcoana de Tolosa
El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, asiste al acto electoral que la formación ha celebrado este sábado en la localidad guipuzcoana de Tolosa
Javi Colmenero

A las 8.55 horas del 1 de marzo de 2016, bajo la gelidez del invierno riojano, un preso franqueó la puerta de la cárcel de Logroño 2.230 días después -algo más de seis años- de haber sido encarcelado. No era un recluso cualquiera: fuera le aguardaban 300 fieles, al grito de 'independentzia', que le recibieron como si se tratara del Nelson Mandela represaliado por el 'aparheid' al que el protagonista homenajeaba portando sus contadas pertenencias en una bolsa con la bandera sudafricana. Hacía casi un lustro que ETA había bajado la persiana a medio siglo de terrorismo inclemente -fue el 20 de octubre de 2011, aunque la banda no se disolvería hasta 2018- y Arnaldo Otegi, condenado por intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna, salía al "nuevo ciclo". A la Euskadi acomodada a su bienestar de siempre, pero sin el sobrecogedor estruendo de los tiros y las bombas.

Aquel día de frío cristalino, en su calculado mitin ante el centro penitenciario logroñés, el ya expreso y los suyos ofrecieron muestras claras de saber con quién iban a tener que jugarse los cuartos políticos y electorales al frente de su última reinvención, Euskal Herria Bildu, la coalición conformada por Sortu -la izquierda abertzale clásica-, EA, Alternatiba y Aralar. Tras una campaña, 'Free Otegi', que adaptó a las redes sociales la guerra de guerrillas comunicativa del independentismo vinculado en el pasado a la 'lucha armada' etarra, el líder de Bildu abanderó en su intervención, sí, la ortodoxia simbólica, pero se autodefinió como un marxista contra "la casta", se condolió del maltrato a los inmigrantes y clamó contra los desahucios. Aquel 1 de marzo vino a ser el acto fundacional de la izquierda abertzale preparada para competir de tú a tú con el PNV sobre la cabalgadura del final de ETA a la que nunca ha condenado como tal y consciente, también, del mordisco que estaba propinándole Podemos, por la vertiente de la contestación social, a un electorado que creía impermeable. Aquel Podemos con el que Pablo Iglesias ambicionaba los cielos y que ganó al PNV las generales de diciembre de 2015 y las de junio de 2016.

La Bildu de Otegi, que recobró la libertad el mismo día que Pedro Sánchez perdía el primer asalto de su vida a la investidura, logró frenar el embate de los morados, retuvo la segunda plaza tras los peneuvistas en las autonómicas de septiembre de ese año y comenzó a engrasar una fructífera colaboración con ERC en las Cortes sin amarrar su suerte a un 'procés' condenado al fracaso y a una judicialización que los dirigentes abertzales ya habían sufrido por su complicidad con el terrorismo.

El preludio del 28-M y el 23-J

Dentro de una semana, el electorado responderá a la incógnita nuclear de este 21 de abril: si el país de los vascos más soberanista pero menos independentista de la democracia cree llegado el momento histórico de erigir como primera fuerza a Bildu frente al PNV, después de 853 asesinados por ETA en nombre de la secesión ahora muy en segundo plano, cientos de presos propios -140 aún encarcelados-, una devastación colectiva con heridas aún por cicatrizar y una procelosa travesía política jalonada por la ilegalización de sus siglas hasta que los estatutos de Sortu, con la violencia ya acallada, pasaron el filtro del Tribunal Constitucional.

El empuje acreditado en las municipales del 28 de mayo y en las generales del 23 de julio -por encima de las 275.000 papeletas en ambas citas- fue la antesala de las airosas expectativas con que Bildu se ha plantado ante este 21-A, en disposición de rebasar al PNV en escaños y en sufragios netos. Lo predicen algunos sondeos, mientras cunde la sensación ambiental de que esta izquierda abertzale está de dulce: la premiada en las urnas por sumarse a la paz después de hacer la guerra; la que contrapone a las políticas de memoria post-ETA, carentes de un pacto de Estado pedagógico e identificable, un discurso biensonante de defensa de "todas las víctimas de todas las violencias"; la que hace patria con el socialismo, el feminismo y el ecologismo; la que admite que hoy no toca hablar de romper con España porque el objetivo "intermedio" pasa por gestionar todos los gobiernos posibles; la que está exprimiendo la inédita respetabilidad que le ha otorgado el primer presidente, Pedro Sánchez, que cuenta con ella para gobernar España; la que hace campaña en TikTok o a ritmo de bachata, atractiva para los jóvenes ajenos a los coches bomba; la que ha ido renovando sus estructuras en pueblos y barrios; la que, en definitiva, se ha abonado, con una acotada disidencia interna, a "la paciencia estratégica" recetada por Otegi, que ha legado la candidatura a lehendakari a Pello Otxandiano sabedor de que él sigue despertando anticuerpos.

"No tenemos memoria. Es como si a Falange se le hubiera tratado en 1977 como a cualquier otro partido", compara Gaizka Fernández Soldevilla. El historiador del Centro Memorial de Víctimas, con sede en Vitoria, describe de dónde se nutre la ola de Bildu: ha retenido su "voto tradicional", aquel 15% que avalaba a HB cuando ETA mataba y atrae al electorado que "iluminó" Podemos -en parte prestado- y al joven o nuevo. "El terrorismo ya no está ni en la calle ni en la conversación pública", coincide Eva Silván, politóloga y fundadora de la consultora Silván&Miracle, quien constata que "no existe una transmisión de la memoria en el sistema educativo" y subraya el momento en que Bildu se percató del cambio de escenario, con prioridad del "eje social y de una agenda que necesitaba respuestas", que representó la irrupción de Podemos.

La coalición, explica Silván, se ha visto favorecida por el encaje de "distintas piezas" que le han permitido "ir derribando muros y ampliando espacios" hasta el punto de disputar la hegemonía nacionalista al PNV y lanzar sus redes -Otegi pidió este sábado para los suyos el voto pragmático- sobre el resto de las izquierdas, PSE incluido. Ambos analistas apuntan otros dos factores determinantes para esa ebullición: el desgaste en la gestión, agudizado por la pandemia, de un PNV "viejuno" y la medida distancia de Bildu hacia el 'procés'. "La sociedad vasca valora el bienestar y aventuras, las justas", resume Silván. "Es contradictorio -remata Fernández Soldevilla- que los discursos menos nacionalistas den más réditos ahora a los partidos nacionalistas".

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