El desafío secesionista y las infraestructuras aragonesas

Una privilegiada ubicación geográfica otorga a determinadas zonas ventajas económicas que les niega a otras. Eso pasa en España con dos regiones fronterizas con Francia, que disfrutan además de costa y buenos puertos marítimos y que, casualmente, alientan tensiones separatistas, conscientes de su privilegio y deseosas de desprenderse del lastre que creen que les suponen los territorios españoles menos favorecidos. Todavía están en internet unas declaraciones de Artur Mas en las que alertaba, con tono amenazante, del porcentaje de mercancías españolas que debían atravesar su territorio para llegar a los mercados europeos. Ese es un dato objetivo y en situación de conflicto podría derivar en un gran problema comercial. A ello debe añadirse otro argumento fundamental: la necesidad de reequilibrar el territorio, compensando con infraestructuras las carencias naturales. En caso contrario, se condena a las regiones interiores al abandono, como ya está ocurriendo. Sería necesario, no solo por conjurar el peligro del eventual bloqueo comercial, sino por ese criterio de reequilibrio, potenciar puertos marítimos alternativos en el Cantábrico y el Mediterráneo, en particular Santander y Valencia, y articular un potente corredor entre ambos que necesariamente ha de pasar por Teruel, Zaragoza y Logroño. Una parte de ese corredor (desde Valencia a Zaragoza) se integraría además en la Travesía Central del Pirineo, muy recomendable ante las crecientes tensiones en ambos extremos del Pirineo. Parece también cada vez más conveniente potenciar Zaragoza como capital económica del valle medio del Ebro y establecer una conexión directa a través de Sariñena con el eje Barbastro-Monzón-Binéfar, excesivamente dependiente de la economía catalana. En estos momentos, es fundamental conjugar la posición geográfica de Aragón y la estabilidad política y saber ponerlas en valor. Es la hora de la geopolítica y de los políticos que sepan jugarla.