Detrás de la escalera

El terror yihadista es una siniestra lotería universal que exige humildad y mucha prevención. Sobra la exhibición de suficiencia de Puigdemont después de llevar meses ocupado en poco más que su ‘procés’.

En el primer Día de las Fuerzas Armadas organizado bajo gobierno socialista, celebrado en el paseo de la Independencia de Zaragoza, los mandos del Ejército del momento sentaron al Gobierno, encabezado por un joven Felipe González… en sillas de tijera. Algo parecido ha hecho el Ejecutivo de Puigdemont al llevar la sesión conjunta del Gabinete de crisis post atentado a la sede del departamento de Interior, con el fin de evitar por todos los medios que el presidente de España ejerciese su papel desde el Palau de la Generalitat. Lugar en el que sí había comparecido el ‘president’ 15 horas antes, junto al ‘vicepresident’ Junqueras y a la alcaldesa Colau.

Esa obsesión se plasmó más gráficamente aun al celebrar la rueda de prensa delante de una escalera en la que, además, tras concluir sus intervenciones Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se sacó la bandera de España de la escena. Como quiera que lo más importante era que comparecieran juntos (que ya les costó), se ha ponderado sobre todo este hecho. Mostrar unidad en el dolor y respuesta conjunta frente al terrorismo eran imprescindibles. Y aunque el lenguaje no verbal de las distintas comparecencias ha transmitido una tensión constante, salvada con la presencia del Rey en el minuto de silencio, la gravedad de los hechos ha obligado a moderar recelos.

Sobre el cruel atentado, permanecen las incógnitas. La primera, cómo es posible que una vía como Las Ramblas no estuviera especialmente protegida. Fuera de citas festivas o deportivas, es uno de los sitios de España con más presencia constante de viandantes. Algunos días de agosto, desde los cruceros, desembarcan en el puerto de Barcelona hasta 50.000 personas: o sea, todo Huesca entrando por las Ramblas. Las siguientes cuestiones tienen que ver con los terroristas y lo inadvertidos que han pasado sus abundantes movimientos. Casi una docena de jóvenes marroquíes, algunos menores de edad, que ‘okupan’ un chalet, que van y vienen sin cesar por todo Cataluña y acumulan ¡105! bombonas de butano sin que nadie perciba lo inusual del trajín y de tamaño acopio de gas. Y al parecer, antes de furgonetas, intentaron alquilar un camión, operación que no lograron porque no tenían el carné necesario. Y en el ‘rent a car’, nadie se inquieta.

El terror yihadista es una siniestra lotería universal que exige humildad, mucha atención y mucha pericia. Sobraba pues el afán de Puigdemont por mostrar la suficiencia de su Gobierno en la presente encrucijada, como les sobraba a aquellos militares cuando vejaban al gobierno del 82. En vez de eso, en las últimas horas, hemos oído muchas frases bienintencionadas y descripciones de Cataluña como si en Málaga, por no decir en Zaragoza, no fuéramos acogedores, solidarios y defensores de la libertad y la convivencia. Ante tanto buenismo, si yo fuera avecindada catalana, lo que exigiría es más ‘govern’ y menos ‘procés’.

La escalera desalfombrada como fondo, el vaivén de banderas y cartelerías, el dónde me pongo, la forzada exhibicion de desconfianza hacia el Estado, son vapores de un espejo que sí ha reflejado nítidamente la existencia en Cataluña de nutridos grupos de salafistas emboscados en el paisaje, con algunos integrantes que se han educado y han desarrollado su odio aquí, que practican cómodamente eso tan simpático de ocupar casas y que montan una ‘fábrica’ de explosivos sin que nadie se dé cuenta de nada.

Los gestos serían solo material de comentario si los hechos no fueran tan dramáticos. Demasiados líderes, demasiado tiempo, hablando demasiado de un monotema en vez de atender a los asuntos importantes. Desde la conmoción y el pesar que nos ha producido el atentado, seguido desde Salou con temor contenido, ningun gobernante tiene derecho a vivir en un planeta imaginario, fuera de la realidad. Tiene consecuencias muy graves. Decir como ha dicho Puigdemont que el atentado no afecta al ‘procés’ es vivir... en la luna!

Por cierto: a aquellos caducos militares, poco a poco, y OTAN mediante, los jubiló la historia. Hoy tenemos un Ejército y unas fuerzas de seguridad admirables, ‘mossos’ incluidos.