Ser liberal, una actitud

Un 15 de junio como el de ayer, millones de españoles lanzaron hace cuarenta años la edad contemporánea de España. También el sábado último se cumplían tres décadas de las primeras elecciones en España al Parlamento Europeo. Apenas diez años que sentaron las bases de la sociedad que hoy tenemos y que la profundidad de la crisis ha empañado sobremanera. Nos resistimos a ver que la zozobra no es exclusiva de España y que las tormentas se suceden por doquier: es en Occidente donde perdemos posición, que sí ganan –demasiado lentamente, eso sí– las áreas más desfavorecidas del planeta.

En esa década recuperamos la democracia y, aun con la grave crisis final, se inició la etapa de más prosperidad que ha conocido nuestro país. En contra de lo que ahora quieren hacer creer algunas voces, no fue para nada un pasteleo barato. Ante cada paso que se daba, se tomaba aire y se contenía la respiración, a ver cómo caía el pie y cómo se podía mover el otro. ETA mataba y algunos militares conspiraban en cuarteles y cafeterías. El futuro no estaba escrito.

Hoy, tras cuatro décadas de práctica, el sistema presenta tramos con oxidación y demasiados engranajes chirrían. Pero no por eso vamos a destruir la maquinaria. Esta misma semana ha servido para que el grupo más críticamente activo del arco parlamentario reuniera la Cámara durante dos días y el presidente del Gobierno se tuviera que escuchar la insoportable riada de casos de corrupción que anega a su partido. Lo que no significa que Podemos tenga la mayoría social de su parte. Comparte el hastío ante abusos y desigualdades pero no tanto la fórmula para combatirlo. De ahí que solo apoyaran su moción 82 parlamentarios.

Este hartazgo ante las grietas del sistema ha asomado en los últimos dos años en distintos países, con resultados dispares. Pero los mismos electores que sancionan en un momento dado, sorprenden de nuevo. Así, en las últimas semanas, hemos visto cómo al ‘brexit’ le ha sucedido un freno a Theresa May que no sabemos hacia dónde evolucionará. Y cómo a la aparente desorientación francesa, nuestros vecinos han respondido con el apoyo a Emmanuel Macron, un candidato sin partido y sin ataduras que ya gobierna Francia.

En España, después de la moción de esta semana, la situación parece estable. Pero entre tribunales y ambiciones, nada se puede dar por seguro ni cabe pronosticar la respuesta que en su momento vaya a dar el electorado.

Muy recientemente, el prestigioso intelectual mexicano Enrique Krauze decía en Zaragoza que después de haber estudiado o haber sido testigo de muchas vicisitudes sociopolíticas y de las distintas maneras de resolverlas, a determinada edad solo se podía ser liberal. Como ya se sabe que cuando uno se proclama liberal a continuación le añaden «ah, de derechas», Krauze, agudísimo polemista y de vuelta de casi todo, añadía que ser liberal es, antes que una ideología, una actitud. Una actitud de respeto a las leyes y a las formas. Y ser tolerante. Para este historiador, la diferencia de pareceres es inevitable, pero merece la pena debatir y que una votación lleve al triunfo la posición de la mayoría, siempre con respeto a las minorías. Esa tolerancia, ese ser liberal está en la base de la democracia real y plena que Krauze defiende con acreditado conocimiento.

Mostró su rechazo a todos los populismos, de derechas o de izquierdas. Un virus, decía, que pierde a las democracias: se vale de falsas promesas, se pone por encima de la ley y de las instituciones, y propone una relación directa entre pueblo y representantes llena de trampas. «Nunca imaginé que este movimiento cruzaría el Atlántico… ¡en sentido inverso!», confesaba con gran sentido del humor, el antídoto que recomienda para superar los sinsabores que a menudo conlleva ser uno mismo.

Sin duda, en estos cuarenta años se han hecho algunas cosas mal y tenemos que corregirlas. Los que ya tenemos una edad, a ser posible, a la manera liberal: con tolerancia ante el diferente y con respeto a las instituciones y a las leyes. Que, eso sí, además de representar la legalidad deben llevar dentro justicia. Y todo, con el mejor sentido del humor que se pueda.