Administrar, cuidar y servir

Los funcionarios públicos son elementos esenciales de nuestra democracia y del Estado del bienestar. A través del trabajo, de la preparación y de la dedicación de los funcionarios se cumple la tarea de cuidar y servir a la ciudadanía.

uando leí hace años el prólogo de Unamuno a su propia novela ‘La tía Tula’ descubrí la diferencia entre fraternidad y sororidad, entre Patria y Matria, entre lo paternal y lo maternal. Desde entonces uso esa distinción, la diferencia entre Caín y Antígona, para pensar la relación entre el Estado y las Administraciones públicas. El primero es masculino singular. Las segundas son femenino plural. Un detalle que no es baladí, al menos en nuestro presente. Hoy se reclama y se necesita una nueva política. Está emergiendo una consciencia pública que busca un orden de cosas que supere la corrupción, la desigualdad, la pobreza y consiga una mejor sociedad sostenida sobre pilares como justicia social, equidad y transparencia. Nos falta conquistar el peldaño siguiente. A mi juicio, pasa por enfatizar esa pluralidad femenina de lo público. Dejar atrás aquello de "todo por la patria" y pensar en clave de servicio y cuidado mutuo.


Para ello hay que ir más allá de Max Weber. De su teoría aprendimos que "el estado es la institución que reclama con éxito el monopolio de la violencia legítima". Es decir, sabemos que solo las instituciones, bajo el imperio de la ley, sustentada en los derechos humanos, pueden usar la fuerza, la violencia proporcionada y ajustada a los fines. Nadie más. Ni siquiera en la república independiente de cada casa; ya no aceptamos el principio de no injerencia.


La violencia física nos resulta intolerable; hay que estar siempre alerta para que no se produzca el abuso. Por eso la libertad no es un derecho, es una responsabilidad. Somos responsables de nuestra propia libertad y de que la sociedad la proteja. Pero con esto no es suficiente. La libertad nos lleva al paso siguiente, la equidad. Esta es una tarea ciudadana, una cuestión cívica a extender y defender, tanto individual como colectivamente. Cada quien se ha de preocupar del trozo de la realidad que le compete, de esa parte del mundo en la que vive. No como fortaleza o castillo donde protegerse, sino como infraestructura básica para la vida en común. Y para ello, además, hay que contar con dos tipos de ‘profesionales’ de la cosa pública. Por un lado, la clase política. Por otro, los funcionarios que ejercen la ‘función pública’ en nuestro sistema social.


La historia e interacción de unos y otros se prolonga en el tiempo. Un pasado autoritario donde la función inicial era recaudar impuestos para sostener el poder de reyes y tiranos. A medida que tomamos conciencia como sujetos autónomos, razonadores y críticos nos pasa como a Lacordaire, sabemos que "entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el sirviente es la libertad la que oprime y la ley la que libera". Por tanto, la responsabilidad de ser libres no es de cualquier modo y manera. Ni sirven los profesionales de la política que quieren llevar el ascua solo a su sardina, ni los que prometen fantasías animadas, ni los que quieren poner vallas al mundo. Es bien difícil encontrar ejemplos que satisfagan este requisito de servicio público; se mueven siempre entre el sacrificio y la envidia.


Afortunadamente, como contrapunto –en un estado social y democrático de derecho como decimos que es nuestra sociedad– contamos con una importante grupo de profesionales de la función pública. Son denostados, desprestigiados, envidiados, maltratados y, a veces, odiados y temidos. Pero cada vez están mejor preparados, más conscientes de su función y de su responsabilidad. Como pasa con los instrumentos de cuerda, siempre hay que afinar. Siempre hay cuerdas que se desgastan, incluso que se tienen que cambiar. Pero cualquiera sabe que sin cuerdas no hay guitarra que pueda sonar. No hay democracia, sin función pública. Y la calidad del sistema democrático depende de la calidad de sus funcionarios.


En estos meses pasados de ‘sin gobierno’, nuestro sistema ha seguido ‘funcionando’ porque tenía personas al servicio de la ciudadanía cumpliendo sus tareas. Algunos sostienen que incluso nuestro PIB ha mejorado gracias a ello. Es mucho decir, pero algo nos muestra. Hay que seguir mejorando la calidad de los servicios públicos. El trato a la ciudadanía tiene que ser cada vez más exquisito, más amable, más servicial, más atento. Bastantes problemas tiene la vida cotidiana como para que, encima, desde la función pública no ayudemos a resolverlos. Ya no hay sitio para tipos como el ‘sheriff’ de Nottingham –avieso y taimado recaudador– ni para mamporreros serviles que aceptan saltarse las reglas. Por eso, hemos de seguir apostando por un mejor Estado; no más o menos, sino mejor.


Bienaventurados el funcionario y la funcionaria que saben que su compromiso revierte en la sociedad y que hacer mejor su trabajo es sembrar justicia y libertad.