Un ingeniero sirio se ofrece a enseñar para agradecer su acogida

Este joven de 29 años lleva tres meses y medio en Sevilla, dónde siente que tiene "un hogar".

Muhannad, el ingeniero sirio que se ofrece a dar clases en agradecimiento por la acogida recibida en España.
Muhannad, el ingeniero sirio que se ofrece a dar clases en agradecimiento por la acogida recibida en España.
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Muhannad, de origen palestino, tiene 29 años, es ingeniero eléctrico y era profesor en la Universidad de Aleppo, en Siria, hasta que las detenciones de parte del claustro y de buen número de sus alumnos según avanzaba el conflicto le obligaron a salir. Lleva en Sevilla como refugiado tres meses y medio y ofrece su tiempo y sus conocimientos gratis a quien los pueda necesitar porque está "muy agradecido" por la acogida y siente que debe devolver el favor.


Ha difundido su ofrecimiento en Facebook en una página creada específicamente para dar las gracias y decirle a los españoles que pueden contar con él, ya sea para realizar chapuzas en el hogar como para aprender matemáticas, física, árabe, inglés o laud, su instrumento preferido. "Puedo decir honestamente que por primera vez empiezo a sentir que tengo un hogar. Estoy muy agradecido", cuenta.


Lo dice con conocimiento de causa porque los palestinos son considerados apátridas, personas sin país que les reconozca. Así llegó con su familia a Siria, donde fue acogido cuando aún era un niño. Con la guerra, la experiencia se repitió, volvió a convertirse en un desplazado y, de nuevo, en un "sin país", el que dice haber encontrado en España.


Él fue el primero de los suyos en salir de Siria, en 2013. Se instaló en Argelia, "el único sitio que te reconoce siendo palestino" y allí comenzó a trabajar en la construcción con la meta de ahorrar el dinero suficiente como para ir sacando de Aleppo uno a uno a sus tres hermanos y a sus padres y poder después cubrirles los gastos del viaje clandestino. "Tener que ir a estas vías ilegales para llegar a Europa es muy injusto. Es imposible solicitar asilo en las embajadas o pedir un visado. Viajar de forma legal y segura es simplemente imposible", explica.


Su hermano, el primer pariente en reunirse con él, cruzó el Mediterráneo hasta Italia desde Libia. Sus padres y sus otros dos hermanos se embarcaron en el Egeo hasta la costa griega. Mientras, él seguía en Argelia tratando de ganar dinero para costearles el viaje hasta Suecia, destino final.

Dublín le separó de su familia 

Cuando todos hubieron llegado, él cogió rumbo a Melilla, cruzó la frontera y fue alojado en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, donde pasó 50 días esperando el permiso para cruzar a la Península y seguir hacia el norte. Cuenta que la experiencia allí "fue en general buena", se enroló con un grupo de voluntarios para asistir a los niños del CETI y a otros refugiados. "Conocí a muchas personas, españoles, e hice relaciones muy estrechas en muy poco tiempo", apunta.


De Melilla a Sevilla, a un programa de acogida de CEAR y de allí, rumbo a Suecia. El día que volvió a ver a los suyos, hacía tres años de la última vez. No duró demasiado. Las autoridades suecas le comunicaron que en virtud del acuerdo de Dublín, su solicitud de asilo era responsabilidad de España, el primer país europeo que había pisado, y le mandaron de vuelta a Madrid. "Pensé que al ser un caso especial porque tenía allí a toda mi familia, me dejarían quedarme. Aprendí que la ley es la ley y no hay sentimientos", comenta.


De Suecia a Madrid y en la capital, un mes viviendo en casa de lo que él define como "grandes amigos" y a los que llegó gracias a las redes que había tejido en Melilla. Son ciudadanos particulares que se organizan para asistir a refugiados que están fuera de los programas de acogida, bien porque han agotado el tiempo de protección, bien porque están en tránsito, y necesitan ayuda.

"Una relación humana que echaba de menos"

"Por eso mi experiencia en España cada día que ha pasado ha ido a mejor. Desde el primer momento en que llegué a Melilla sentí con la gente con la que trabajaba, los grupos de voluntarios, una relación humana que yo echaba de menos. Cuando me devolvieron a Madrid, me quedé un mes en casa de aquellos amigos. A veces pensaba en irme a Alemania porque no quería ser una carga, pero me ayudaron en todo", explica. Ellos gestionaron su readmisión en el programa estatal de acogida y así, la vuelta a Sevilla.


Muhannad recuerda a decenas de personas que le han tratado bien, tanto en Madrid como en la capital hispalense, donde reside en un piso de acogida mientras perfecciona su nivel de español. Desde el chico que le vio despistado subiendo a un autobús y sin mediar palabra le pagó el billete, hasta la señora mayor que al verle perdido en una calle telefoneó a un pariente que hablaba inglés sólo para que pudiera preguntarle sobre la marcha si necesitaba algún tipo de ayuda.


"He comprendido que la gente en este país es de mente abierta. Que le da igual la diferencia de piel o de origen o de religión. Ahora siento algo muy bonito en Sevilla, sensación de hogar. Todo el tiempo me encuentro gente que quiere escucharme, que se acerca a charlar o que trae sus instrumentos y hacemos melodías juntos. En Sevilla no me he sentido solo. Haciendo esta reflexión, pensé que tenía que dar las gracias a esta gente. Todo el mundo ha sido bueno conmigo y tenía que dar algo de mi tiempo a cambio", señala.


Cuando se le pregunta qué habría pasado si él o algún miembro de su familia hubiesen sido sobre la marcha devueltos a Turquía, como podría pasar con quienes sigan llegando a territorio europeo si sale adelante el acuerdo con la UE propuesto por Ankara, Muhannad apela a la humanidad y a la sensatez.


"En esa especie de contrato con Turquía, los refugiados parecemos mercancías, cosas para comprar y vender, no seres humanos. Yo estoy muy agradecido en Europa y tengo que aceptar las condiciones que sean de su ayuda, pero este acuerdo no es un asunto humanitario sino mercantil. No es una discusión sobre personas", afirma.

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