Día mundial del Refugiado

Niños saharauis sin Vacaciones en Paz

La pandemia tiene la culpa: por segundo año se ha suspendido el programa de acogida de miles de niños saharauis en familias europeas.

Niñas saharauis participantes en anteriores ediciones del programa 'Vacaciones en paz' se refrescan en una piscina
Niñas saharauis participantes en anteriores ediciones del programa 'Vacaciones en paz' se refrescan en una piscina
Gervasio Sánchez

Convertirse en un refugiado es una tragedia que puede ser temporal durante la duración de una guerra o definitiva si el conflicto se enquista durante décadas. Hay personas que han nacido como refugiados y van a morir amparados por este estatus definido por la ONU en 1951. Hay lugares en el mundo involucrados en guerras que comenzaron hace casi medio siglo como Sudán, Afganistán, Colombia o el Sahara.

Todos los saharauis menores de 45 años nacieron como refugiados tras la desastrosa retirada de España de su colonia norteafricana en campamentos diseminados por la provincia de Tinduf, al suroeste de Argelia, y en los llamados territorios liberados, separados de las zonas ocupadas por Marruecos por un muro de 2.700 km.

Dice el Estatuto de Refugiados que los beneficiarios "merecen como mínimo los mismos estándares de tratamiento que el resto de extranjeros en un país y, en muchos casos, el mismo tratamiento que los nacionales". Una declaración pomposa que se contradice con cualquier situación que afecte a personas refugiadas en cualquier esquina del globo terráqueo.

La pandemia tiene la culpa: por segundo año se ha suspendido el programa de acogida de miles de niños saharauis en familias europeas.

La realidad es que los refugiados, cuyo Día Mundial se celebra hoy, 20 de junio, siempre sufren condiciones de vida lamentables. Si, además, viven en tiendas de campaña o en casas de adobe de estructura muy frágil, como los saharauis, se carece de agua corriente o luz eléctrica, se les imposibilita trabajar durante décadas y se les obliga a depender de la ayuda internacional humanitaria para subsistir, el presente es un auténtico calvario y el futuro, impredecible.

Quizá por esta permanente incertidumbre, miles de niños saharauis sueñan con participar en el programa de ayuda humanitaria y de sensibilización llamado ‘Vacaciones en Paz’, organizado por asociaciones solidarias con el pueblo saharaui, el Ministerio de Juventud de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), reconocida por más de ochenta estados, y las delegaciones del Frente Polisario en las distintas comunidades autónomas de España.

El principal objetivo es hacer posible que miles de niños refugiados entre 8 y 12 años (hasta los 15 años en el caso de los niños con discapacidad) pasen dos meses del verano en España con familias de acogida y alejados de temperaturas que sobrepasan los 50 grados centígrados. Durante su estancia, los niños refugiados reciben un completo reconocimiento médico y el tratamiento adecuado a las dolencias diagnosticadas.

Pero, lamentablemente, por segundo año consecutivo se ha suspendido ‘Vacaciones en Paz’ por culpa de la pandemia de covid 19. "Hemos descartado que los menores saharauis viajen este verano, ya que las fronteras continúan cerradas y la epidemia se sigue cobrando vidas", declaró a finales de mayo el ministro de Juventud y Deporte de la RASD, Musa Salma. Por tanto las familias españolas –más de 4.000, entre las que hay 145 aragonesas–, italianas y francesas no podrán acoger a los miles de niños que viajaban a Europa en el marco de este programa.

Argelia, país de refugio de los saharauis, se comprometió en el verano de 1976 a mejorar la vida de los más pequeños durante el verano. Ofertaron 700 plazas en un campamento situado en Argel, la capital argelina, y la iniciativa salvó la vida a muchos niños que hubieran muerto por culpa de la malnutrición severa en los campamentos, sin las más mínimas infraestructuras.

El Partido Comunista de España fue la primera organización española interesada en mejorar la vida de los saharauis y, en 1979, financió los viajes de unos cien pequeños. El representante saharaui declaró entonces que "el viaje del centenar de niños saharauis constituye la oportunidad de que los responsables de la política española inicien una nueva página respecto al Sahara". El récord se alcanzó en el año 2000, con la llegada de unos 10.000 niños, la mayor parte de ellos a familias de Andalucía y Canarias. La crisis económica tuvo un gran impacto en el programa y se redujo regularmente el número de llegadas hasta las 4.000 actuales.

Um Draiga, Arapaz, Alouda, Asaps y Lestifta son las cinco asociaciones solidarias aragonesas que participan en este proyecto con la colaboración del Ayuntamiento de Zaragoza, la DGA y la DPZ. Mertxe Saavedra, de la organización Um Draiga, nombre de un campamento bombardeado en febrero de 1976 por la aviación marroquí con armas prohibidas por las convenciones internacionales, afirma que "la decisión de suspender los viajes ha sido muy dura para las familias". Los niños de 10 y 11 años son los más afectados porque están en la fase final del programa. "Las familias no los volverán a ver a no ser que viajen a los campamentos argelinos", cuenta.

Las asociaciones han organizado un proyecto alternativo con el objetivo de mejorar la calidad de vida de los niños en los campamentos de refugiados durante este verano. Habrá actividades educativas, culturales, deportivas y sanitarias. "Es un programa diseñado también para apartarlos del foco de la guerra debido a la situación de gran tensión que existe con Marruecos desde finales de 2020", explica la activista aragonesa.

En Aragón, la niña saharaui Manara, afectada de síndrome de Down, se ríe a carcajadas

Manara, en Aragón

 La niña saharaui, afectada de síndrome de Down, se ríe a carcajadas. (Foto: Gervasio Sánchez)

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La niña saharaui Manara baila en la casa donde vive junto a su madre Gabula, su tía Dada y prima Marian.

Manara, en el campamento

Baila en la casa donde vive junto a su madre Gabula, su tía Dada y prima Marian. (Foto: Gervasio Sánchez)

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En contacto

 Jesús Maestro y su pareja Laura llevan desde 2002 participando en el programa. "Nunca ha sido una carga. Los niños nunca molestan y nos emociona verlos divertirse o irse cargados de regalos", asegura este jubilado de Telefónica que ha acogido durante varios veranos a Manara Ali Mohamed, una niña con síndrome de Down.

Mantienen el contacto con niños que acogieron en el pasado, como Fatán, que ya tiene 26 años, o Nehuga. Aprovecha sus viajes a Argelia para visitarlos a todos. De pequeño, sus padres le mandaban con unos tíos a pasar el verano en la localidad tarraconense de Altafulla para ver si mejoraba su salud y engordaba. "Vivo la llegada de los niños saharauis como si hoy el tío fuera yo", comenta.

El niño saharaui Mohamed mira la televisión junto a Valentina, Germán y la pequeña Fabiola.

Mohamed, en Aragón

El niño saharaui mira la televisión junto a Valentina, Germán y la pequeña Fabiola. (Foto: Gervasio Sánchez)

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El niño saharahui Mohamed come con su madre Salma y sus hermanos Abba, Machala y Mohamed.

Mohamed, en el campamento

Come con su madre Salma y sus hermanos Abba, Machala y Mohamed. (Foto: Gervasio Sánchez)

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Alexia Garví y su marido Alfonso acogieron durante cinco años a Mohamed Ismail Sidahmed, que se convirtió en "un hermano" para sus cuatro hijos menores de edad: Cleofé, Valentina, Germán y la pequeña Fabiola, de 9 años. "Nuestro regalo principal de Navidad era el anuncio en enero de que Mohamed regresaba", cuenta Alexia emocionada. El primer año fue muy duro porque no hablaba español. El crío se pasaba las horas en el corral mirando a las gallinas y le encantaba montar en el tractor que conduce Sergio. "Lo que más le asombraba era dormir sin calor", recuerda.

Al principio se mostraba agresivo con vecinas y amigas de la familia, de origen marroquí. "Llegó a escupir al suelo cuando se cruzaba con alguna de estas personas hasta que le convencimos de que aquí no habían conflictos", dice Alexia. La idea de la familia es traer el próximo año a Machala, una de sus hermanas pequeñas.

La niña saharaui Fatimetu mira el ordenador con Silvia y Sergio.

Fatimetu, en Aragón

La niña saharaui mira el ordenador con Silvia y Sergio. (Foto: Gervasio Sánchez)

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La niña saharaui Fatimetu se coloca un pañuelo en la cabeza en la casa donde vive con sus padres Hadiya y Mujtar y sus hermanos Ahmed, Mayub, Selamu, Marian, Embar y Ali.

Fatimetu, en el campamento

Se coloca un pañuelo en la cabeza en la casa donde vive con sus padres Hadiya y Mujtar y sus hermanos Ahmed, Mayub, Selamu, Marian, Embar y Ali. (Foto: Gervasio Sánchez)

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Silvia Calvo y su pareja Sergio se hicieron cargo de Fatimetu Mojtar Ahmed durante cuatro años. Un cáncer hormonal le ha impedido tener hijos. Les pareció una buena idea participar en el programa de acogida. "Me llenó mucho. Fue como tener una hija. Aunque te mentalices, la separación siempre es muy dolorosa cuando llega el día del regreso", se sincera Silvia. "Hemos tenido mucha suerte. Algunas familias se han tenido que enfrentar a críos que no paraban de llorar. Ella es cariñosa y empática y se adaptó muy bien desde el primer año", cuenta Silvia. Fatimetu está estudiando en la actualidad en la capital de Argelia.

Carmen Nasarre deseaba acoger a un niño cuando sus hijos Lara y Ángel eran muy pequeños. "Lo tienen todo en esta sociedad y quería que supiesen que en muchos lugares hay que luchar para sobrevivir", recuerda Carmen. Pero su marido José Luis la convenció de que era imposible: "¿Cómo quieres tener a un niño saharaui si tenemos que depender de los abuelos para que cuiden a nuestros propios hijos mientras nosotros trabajamos?". Hizo un trato con ellos cuando crecieron: "Acogeremos a un niño saharaui si os comprometéis a haceros cargo de él durante las mañanas".

El niño saharaui Sidahmed ayuda a apagar las velas a Carmen en el día de su cumpleaños.

Sidahmed, en Aragón


El niño saharaui ayuda a apagar las velas a Carmen en el día de su cumpleaños. (Foto: Gervasio Sánchez)

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El niño saharaui Sidahmed, junto a sus tres hermanas –Marian, Bacher, Hauria y Salka–, en la casa donde vive junto a su hermano varón Ali y a sus padres Kenia y Manyub.

Sidahmed, en el campamento

Junto a sus tres hermanas –Marian, Bacher, Hauria y Salka–, en la casa donde vive junto a su hermano varón Ali y sus padres Kenia y Manyub. (Foto: Gervasio Sánchez)

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En 2015 llegó Sidahmed Manyub Ali. Lara, estudiante de Magisterio, se centró en el refuerzo escolar y Ángel le enseño a tocar la batería. El joven, hoy estudiante de Periodismo, recuerda que lo que más le impresionaba al niño saharaui era ver melones destrozados o comida en el suelo durante las fiestas. "No lo veo como un esfuerzo. Nosotros le damos lo que nos sobra y, a cambio, recibimos mucho amor", concluye Carmen.

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