Amatrice se pierde en sus escombros

Amatrice (Italia) se pierde en sus escombros seis meses después del terremoto que dejó 299 muertos en el centro de Italia, los supervivientes se desesperan por #la tardanza en la reconstrucción.

Edificios destruidos en la localidad de Amatrice por efecto de los terremotos que sacuden el centro de Italia.
Edificios destruidos en la localidad de Amatrice por efecto de los terremotos que sacuden el centro de Italia.
EFE

«Cariño, ¿has visto el mensaje que te he enviado? Es un regalito para ti». El bombero responde al teléfono con la mano derecha mientras con la izquierda invita a detener el paso a su acompañante.

- Perdone, era mi hijo. Tiene cinco años. Vive con su madre y ahora nos vemos poco. Mi matrimonio ya iba mal antes, pero con el terremoto de Amatrice se ha terminado de ir al garete. Mi mujer no aguantó más y acabó pidiéndome el divorcio. Desde el seísmo no paramos, con suerte libramos una vez al mes. Alrededor del 70% de los bomberos aquí estamos divorciados.

Este trabajo sólo lo haces por pasión, porque el sueldo tampoco es ninguna maravilla. No llegamos a 1.400 euros al mes. Y nunca sabemos qué nos vamos a encontrar. Mis compañeros y yo estuvimos 44 horas excavando sin parar tras el terremoto.

Fuimos de los primeros en llegar. Nos destrozamos las manos, las rodillas y los brazos. A mí me tocó ir a dos viviendas destruidas de las que sacamos a cuatro personas muertas. No se me va a olvidar nunca.

Al bombero se le escapan las confidencias mientras camina por lo que fue la antigua calle principal de Amatrice. Son una tesela más del mosaico de historias de muerte y dolor provocadas por el seísmo del 24 de agosto, que se llevó por delante 299 vidas. Se detiene delante de los restos de un supermercado y entonces se hace un silencio que asusta.

No se oye nada, sólo el piar de algún pájaro. Hay montañas de escombros por todos lados, la mayoría de edificios son irreconocibles y sólo queda la referencia de la Torre Cívica de Amatrice, cercenada de su campanario y con el reloj detenido a las 3.36, cuando se produjo el terremoto. La escena recuerda a las imágenes de Varsovia al final de la Segunda Guerra Mundial.

La tranquilidad sepulcral del centro, donde sólo pasa de vez en cuando un vehículo de los Bomberos o de la Policía, contrasta con la actividad febril que se vive a unos cientos de metros.

A las afueras de la ciudad símbolo de la secuencia de terremotos que comenzó a sacudir Italia hace seis meses, los vecinos se agolpan en las oficinas del Ayuntamiento, montadas en unos módulos prefabricados, ya que la sede municipal quedó derruida, como todo el casco histórico.

En una caseta aparte, el alcalde, Sergio Pirozzi, despacha sin parar a quien va llegando. Empalma un cigarrillo tras otro mientras cuenta que si el Gobierno no libra de impuestos a los empresarios de la zona, creará una especie de 'zona franca' por su cuenta.

«No sirve de nada reconstruir las casas si no recuperamos antes la actividad productiva de Amatrice. Si no hay trabajo, quienes se han ido no volverán. Ahora viven aquí unas 500 personas, una quinta parte de las que éramos antes del terremoto». En mitad de su explicación llaman a la puerta y aparece una funcionaria municipal con el rostro azorado.

- ¡Alcalde, que está aquí Roberto Baggio, el exfutbolista!

- Pues dígale que pase inmediatamente.

La leyenda de la Juventus y de la selección italiana entra con gesto de timidez y rodeado por varias cámaras de televisión. «Quería pasar el día de mi 50 cumpleaños con vosotros. Tenía ganas de ver cómo van las cosas y saber cómo se puede echar una mano».

A Pirozzi, que antes del terremoto trabajaba como entrenador de fútbol, le falta poco para echarse a llorar. «'Robé' -le dice a Baggio como si fueran íntimos- no sabes lo que significa esto para nosotros. Cuántas veces tú caíste y te levantaste para ser aún más fuerte. Aquí estamos igual. Hace falta juego en equipo. Vamos a ganar, pero hace falta una estrategia».

Escombros hasta verano

Sus palabras son una crítica implícita a la tardanza en la reconstrucción. Se calcula que todos los escombros no estarán retirados hasta el verano y aún faltan por derruir los edificios más modernos de las afueras, que aguantaron el seísmo de agosto pero a los que los terremotos de octubre y enero terminaron de dar el golpe de gracia y hoy ya no pueden ser habitados.

«Ya ve usted cómo está la situación, pero yo no me voy de aquí. De Amatrice sólo me queda un último viaje», dice mientras señala hacia la tierra Pino Bacigalupo, un señor de unos 70 años que espera delante de la caseta del alcalde.

«Los primeros días fueron horribles por el miedo. Luego nos fue bajando a todos el nivel de adrenalina y tomamos conciencia de la suerte que habíamos tenido por salvar la vida, pero que habíamos perdido nuestras casas y trabajos. Y sobre todo, a cientos de amigos y familiares. Esperemos que la reconstrucción empiece pronto, aunque yo no creo que la vea terminada».

Otra vecina que salvó la vida porque la noche del terremoto tuvo que ir a Roma se irrita cuando escucha que hará falta tiempo para que Amatrice vuelva a la vida: «¿Tiempo? Han pasado ya seis meses y no han hecho casi nada. ¡Lo que hace falta es dinero!».

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