Los cafés tradicionales resisten el empuje de franquicias en la antigua Saigón

Estas cafeterías locales se caracterizan por la calidad del producto y por la familiaridad que se respira en ellas.

Las franquicias han cambiado el paisaje del centro de la ciudad, antes dominado por negocios familiares.
Las franquicias han cambiado el paisaje del centro de la ciudad, antes dominado por negocios familiares.

Ante el empuje de las grandes franquicias que fascinan a los vietnamitas más jóvenes, los cafés tradicionales de Ho Chi Minh, la antigua Saigón, se agarran a la calidad y al trato familiar para conservar a sus clientes y mantener una de las señas de identidad de la ciudad.


La entrada de Starbucks hace tres años, con colas de más de una hora en la inauguración del primer local, y el rápido crecimiento de otras franquicias extranjeras y locales han cambiado el paisaje del centro de la ciudad, antes dominado por negocios familiares y hoy copado por estas marcas.


"Es cierto que en apariencia los cafés tradicionales están perdiendo terreno, pero es una percepción superficial. En cuanto uno se mete en una callejuela sigue viendo las mismas cafeterías de siempre, a la gente sentada en la calle y degustando el café con amigos. Ese es el verdadero espíritu de Saigón", explica a Efe Phan Khac Huy, experto en la historia del café en Vietnam.


Introducido por los colonizadores franceses al final del siglo XIX, el café pronto ganó popularidad entre los vietnamitas más adinerados y se expandieron las cafeterías que se inspiraban en el estilo parisino.


La bebida comenzó a ganar adeptos entre las clases más populares a partir de los años 30 del siglo pasado.


"Las cafeterías y la cultura del café forman parte de nuestra ciudad, no creo que estén en peligro. Más bien creo que todas esas grandes marcas se han tenido que adaptar al gusto de los vietnamitas", apunta.


Entre los factores que asegurarán la pervivencia de los negocios familiares, Huy apunta la cercanía, la calidad del producto y el precio, tres o cuatro veces más bajo en una cafetería típica que en alguna de las grandes multinacionales.


El ejemplo más claro de esta resistencia a los nuevos tiempos es el Café Cheo Leo, el más antiguo de la ciudad, que se mantiene prácticamente inalterado desde su apertura en 1938.


En el humilde local de apenas 50 metros cuadrados, oculto en un callejón lleno de talleres mecánicos y casas de comidas, una decena de vietnamitas de distintas edades ve la mañana pasar.


Comparten espacio un profesor universitario que acude todos los días desde hace décadas, un grupo de trabajadores en mono azul, una joven solitaria con su teléfono y estudiantes con sus ordenadores portátiles.


El ambiente es acogedor, pese a las paredes desconchadas y ennegrecidas por el humo de los fogones donde hierven el agua para el café.


Las únicas concesiones a la modernidad son un router para ofrecer wifi a los clientes y unos altavoces por los que suenan canciones melódicas vietnamitas y música francesa de los años 60.


"No queremos cambiar el estilo de la cafetería, preferimos mantener el aroma antiguo porque los clientes están acostumbrados", dice la propietaria, Nguyen Thi Suong, de 64 años.


Suong, que heredó el negocio de su padre, explica que llevan preparando el café de la misma manera desde hace 78 años, en el mismo fogón de carbón y empleando el mismo sistema.


"Almacenamos el agua en unas tinajas durante días para que las impurezas se queden abajo y la hervimos en cazos de cerámica para que no tenga sabor a metal. Tampoco usamos los filtros metálicos, sino uno de tela parecido a un calcetín, como se hacía antes. Somos los últimos en hacerlo", explica orgullosa.


Además de la historia del local y de su estilo tradicional, Suong subraya que su mayor fortaleza es el ambiente familiar que se encuentran sus clientes.


"Aquí no hay clases sociales, todos hablan con todos y tienen que compartir mesa porque el local es pequeño. Todos se hacen amigos y cuando un cliente fallece, todos los demás acuden al funeral y hacen una colecta para enviar flores a la familia", relata.


La propietaria no se muestra preocupada por el relevo generacional ni por la supuesta amenaza de las grandes franquicias.


"Tenemos clientes que llevan viniendo 50 años y estudiantes que nos descubrieron hace pocos meses y ahora también vienen a diario. No necesitamos publicidad. Otras cafeterías son más impersonales, no ofrecen nuestra calidez. Debemos confiar en nuestro estilo", afirma.


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