REAL ZARAGOZA

La hora del psicólogo

La durísima derrota de ayer abre catorce días terribles para el Real Zaragoza, que además de sumar los puntos necesarios para eludir el descenso, deberá superar el varapalo moral que produce este chasco.

Ponzio y Bertolo se lamentan mirando al suelo, mientras Braulio se dispone a sacar de centro tras recibir el tercer gol de Osasuna.
La hora del psicólogo
M. S/O. D

Nadie dijo que evitar caer de nuevo a Segunda División fuese a ser tarea sencilla. Es más, el entrenador, Javier Aguirre, ya se encargó el sábado, antes de esta finalísima ante el Osasuna, de advertir a todo el mundo que podía darse cualquier resultado. Que en este tipo de partidos a vida o muerte, nadie te asegura de antemano que vayas a ser tú el indultado por el destino y el rival el condenado. Ya juegues en casa o fuera. Con 35.000 gargantas en tu continuo auxilio o deseándote la muerte (el ex zaragocista Sergio Fernández, que ayer marcó el segundo tanto navarro, cató ese sabor al hacer un gesto al graderío que sobró por su parte).

 

Podía pasar lo que pasó. Así de sencilla es la explicación. En un cara o cruz, salvo que exista una notable distancia entre unos y otros, no hay cimientos suficientes como para celebrar de antemano un éxito. En varios partidos anteriores, en los meses de la remontada blanquilla, los detalles jugaron siempre a favor de los de Aguirre. Anoche no. Ni el tino de los delanteros a bocajarro en las pocas acciones nítidas de gol que se generaron. Ni los postes. Ni las decisiones arbitrales, que anoche Iturralde ni tuvo opción de tomar de manera crucial para el márchamo final del marcador.

 

Ahora, vistas las cosas, el cien por cien de los zaragocistas habríamos preferido la lógica (inexistente en el mundo del fútbol). Es decir, haber perdido hace una semana en el Bernabéu y haber ganado anoche al Osasuna. La clasificación diría lo mismo. El Zaragoza seguiría con los mismos 39 puntos que ahora. Pero habría acumulado más valores añadidos positivos que los que acarrea el modo en el que se ha producido su llegada a esa cota de puntuación. Sobre todo, tendría ganado el 'golaverage' con los navarros, circunstancia que ahora es un factor descarrilado y que, quién sabe, igual dentro de catorce días es la clave del descenso a los infiernos. Dios no lo quiera.

 

Asimismo, el zaragocismo sería ahora mismo un foco incandescente de alegría porque se habría doblado la mano a un rival directo y se viajaría a San Sebastián con el viento de cola y la moral enhiesta. Pero todo salió al revés y la última media hora de ayer resultó letal para un equipo justito de medios técnicos cuando la exigencia es tanta. Para un bloque que se mostró atrancado por los nervios y la responsabilidad, asuntos propios de duelos de este calibre, cuando la competición se acaba y empiezan a ser decisivos los pequeños detalles, la personalidad global e individual, la fortuna en los instantes fundamentales de cada acción, de cada lance del juego.

 

En catorce días, todo ha de definirse. En menos de dos semanas, habrá fallo inapelable de la Liga para uno de los que caminan por el alambre si red. Pasado mañana, aguarda Anoeta. El fin de semana, el Espanyol en La Romareda. y el sábado 21, el último acto en el estadio del Levante. Ya no va más.

 

Tras el chasco enorme de ayer, no queda más remedio que venirse arriba. Que seguir en la rutinaria y agotadora huida permanente del abismo que el Real Zaragoza inició allá por enero y que requiere todavía más golpes de remo, los últimos, los que más cuestan porque la mente se atora, las fuerzas flaquean y la histeria nubla la vista. Agotarse ahora sería morir en la orilla. Y eso no puede ocurrir.

 

Por eso, lo peor del K.O. técnico que ayer propinó el Osasuna al Zaragoza con tres golpes al hígado brutales y crueles en la recta final del choque, no es la cuestión numérica. No es la clasificación lo que más duele, lo que más hiere.

 

Lo más grave, lo más peligroso de cara a estos catorce días finales donde se van a jugar tres partidos del máximo voltaje, es el hundimiento anímico que, sin duda ni remedio, padeció anoche el Real Zaragoza. Jugadores, técnicos y, sobre todo, la afición, no han dormido. El principal trabajo es ahora psicológico. Conviene limpiar las mentes y creer en sí mismos.

 

Agotarse ahora sería morir en la orilla. Y eso no puede ocurrir.

 

Lo más grave y peligroso es el hundimiento anímico que, sin duda ni remedio, padeció anoche el Zaragoza.