Opinión

El verdadero Real Zaragoza

Perdido en Segunda División, dilapidado el prestigio institucional y deportivo, con un propietario que hace tiempo que debería haberse marchado... La afición es el verdadero referente de la entidad blanquilla.

Primer partido de la temporada en La Romareda
Real Zaragoza - Mirandés_2
TONI GALÁN / A PHOTO AGENCY

El zaragocismo tiene el corazón destrozado. La militancia en Segunda es un varapalo cruel. Que el Real Zaragoza, además, sufre por una nefasta gestión. El asalto político promovido por el Gobierno del expresidente Marcelino Iglesias -burdamente asesorado por sus hombres de confianza- ha destrozado la esencia de la entidad blanquilla; en donde solo la afición conserva una identidad reconocible.


Cuesta hoy, tras aquella intervención, descubrir al verdadero Real Zaragoza: ha perdido buena parte de su prestigio, su tradición señera, su peso específico en el fútbol y hasta el respeto deportivo. Año a año se debate entre polémicas por lograr una permanencia deportiva que la última campaña por fin perdió.


¿Es demérito exclusivo de Agapito Iglesias? No. El soriano, que hace años que debería haberse marchado, es pieza clave en el descalabro institucional que vive en el Real Zaragoza. Su labor ha contribuido a hundir aún más a la entidad blanquilla. Pero es obligado mirar también a quienes ocupaban el Pignatelli cuando se decidió la descomposición del Real Zaragoza. Responsables directos de la actual situación.


Conmueve hoy observar gestos de profundísimo cariño al Real Zaragoza. Que no pueden pasar inadvertidos a los actuales gestores, a Agapito Iglesias y, sobre todo, al recién llegado Garcia Pitarch. Aficionados que, en gesto impresionante, de emoción bárbara, hacen real el estribillo de aquel clásico cántico de La Romareda: “Yo nací con dos colores uno blanco y otro azul, cuando muera que así pinten mi ataúd”. Es una dimensión tan impresionante y radical como real.


Son las expresiones del libro de ruta del verdadero Real Zaragoza. Y de ese zaragocismo que hoy, a pesar del dolor, lucha por levantarse. Porque se agarra a otra convicción: Zaragoza nunca se rinde.