Hay un zaragocista en mi pueblo, Santi ‘el Porras’, que vive a otra velocidad. Le cuesta paladear el momento. Espera a los Reyes Magos en chancletas y baja a la piscina, los primeros días de junio, atisbando el final del verano y el debut de su equipo en La Romareda.

Imagínense cómo lleva estas once temporadas en Segunda. Y, sobre todo, con qué ánimo soporta -o no soporta- los periodos intrascendentes, en términos clasificatorios, como el que se puede abrir este mismo domingo si el Real Zaragoza consigue imponerse al Burgos.

La salvación estará prácticamente sellada. Los últimos cuatro partidos -dos de ellos en casa- serán intrascendentes, ganancias por derechos televisivos aparte, y los aficionados dirigirán sus pensamientos al año que viene.

Todos seremos el Porras. Porque todos idearemos, con adelanto, el Real Zaragoza que viene. El futuro de una entidad que, tras otro curso decepcionante en el que el objetivo de ascender se desvaneció demasiado pronto, necesita reenganchar a su gente.

¿Cómo? Con un proyecto esperanzador, que está pendiente de Víctor Fernández. De la decisión que, en función de si aceptan o no sus pretensiones, adopte el entrenador aragonés. El hombre que volvió para salvar al Zaragoza, pensando más en lo que está por venir.

Él mismo reconoció a su llegada que la permanencia era más factible que al emprender su anterior etapa, pero lo cierto es que el panorama no era nada halagüeño antes de vencer en El Alcoraz y puntuar en Butarque. De hecho, si no fuese por esos resultados recientes, el equipo seguiría al borde del abismo y nadie se atrevería a pensar más allá del partido del Burgos.

Quizá el Porras sí. Ya hace semanas que me preguntó si Víctor continuaría, y este domingo, en caso de que el Zaragoza mantenga su progresión futbolística, puede encontrar respuesta popular en La Romareda. La oficial, se ponga como se ponga, tardará…