Toquero sabe latín

Los dos goles del atacante vitoriano al Numancia no fueron más que la punta del iceberg de una exhibición de inteligencia competitiva y la astucia de un viejo zorro

Toquero celebra uno de sus goles
Toquero celebra uno de sus goles
Daniel Marzo

Si mientras el Real Zaragoza bajaba de los cielos al Numancia a base de un discurso inobjetable y un fútbol camino de la madurez, un balón cualquiera, en una jugada cualquiera, se hubiera escapado de La Romareda, a la calle; un muchacho vitoriano con el alma de hierro se hubiera abierto la puerta 14 del estadio y hubiera salido tras ella, corriendo como un caballo testarudo y enérgico. Con un contagioso pundonor. Así es Gaizka Toquero, a quien a estas alturas de la película ningún análisis le descubre ni tampoco le hace justicia. Al delantero se le puede condimentar con una generosa ristra de adjetivos calificativos, así ha sido desde que en sus etapas en el Athletic Club o en el Alavés se ganó corazones como quien vive entregándolo todo a cambio de nada. Toquero es apasionado en su modo de entender lo que hace y cómo juega, es sacrificado, generoso, comprometido, tenaz, resistente como el acero, convencido, vigoroso, constante, entusiasta, batallador, carismático, empecinado como una lluvia de otoño… Pero, sobre todo, por encima de todo, Toquero es un futbolista inteligente. Un viejo zorro, astuto e intuitivo, capaz de descifrar la vida de una jugada apoyado únicamente en el rabillo de su ojo.

Bajo esa insigne calva, reluciente como si fuera un cofre de oro, el delantero de Vitoria guarda el secreto de su razón de ser: es más listo que el hambre. La perfecta demostración de que el fútbol concede oportunidades a todos, aunque no se ostenten grandes talentos o poderoso físicos o técnicas sublimes o buenos padrinos... Quien tiene inteligencia competitiva ya lo tiene casi todo. Por eso Toquero ha vivido de esto y sigue viviendo, a sus 33 años, después de casi 300 partidos en la elite, y con la ilusión de juvenil.

Su partido contra el Numancia fue el reflejo de todas sus esencias. Marcó dos goles -algo poco habitual, pues sus virtudes siempre se han reunido en otras facetas-, pero eso no fue lo único reseñable de su partido. Debajo de la punta de ese icerberg se concentró una exhibición de cómo se juega con las armas que te ha dado el fútbol, con una listeza y un olfato ideal, además, para varios de los nudos principales de las historias que se escriben en los encuentros de Segunda División: las segunda jugadas, los pasajes más ocultos, los rebotes sin dueño, los duelos individuales… Ahí florece Toquero con todo su esplendor. Y así fueron, en cierto modo, sus goles al Numancia, en momentos puntuales, clave, al comenzar uno y otro acto, dos bofetadas oportunas como nunca sobre el rostro del equipo soriano.

Toquero marcó el primero con una prueba de su obstinación, lanzándose como un león hambriento a una pelota justa, servida por Borja. Luego, anotó el segundo, insistiendo en un balón que iba a caer donde solo él creía que caería para meterle un empeine rotundo: si Toquero entendiera que hay un imposible en el fútbol, llevaría tiempo cuidando de los geranios. Pudo meter alguno más, por anticipación, por agudeza… Como situaciones ganó así, por una combinación de corazón y cerebro: con 3-0, en el minuto 85, aún corría de área a área en defensa de su equipo, con los plomos medio fundidos. Siempre hay un último aliento agónico en Toquero, del mismo modo que siempre hay una línea que solo él es capaz de leer dentro de una jugada: porque Gaizka sabe latín.

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