La realidad obliga a modificar la aplicación del equipo desde Oviedo

El Real Zaragoza afrontará la 7ª jornada con solo 5 puntos de 18 disputados, en la cola de la clasificación. Habrá transcurrido el primer sexto del torneo, el 16,5 %.

Lalo Arantegui, Christian Lapetra y Natxo González, director deportivo, presidente y entrenador, respectivamente, en el mes de junio, en la presentación del técnico.
Lalo Arantegui, Christian Lapetra y Natxo González, director deportivo, presidente y entrenador, respectivamente, en el mes de junio, en la presentación del técnico.
Guillermo Mestre

Cuando el Real Zaragoza salga al Carlos Tartiere el próximo lunes, 2 de octubre, para afrontar en Oviedo el partido de la 7ª jornada, tendrá tras de sí la estela de mes y medio de competición. En Asturias atravesará el primer sexto de la liga, consumirá el 16,5% inicial del torneo. Suficiente trecho como para pararse a hacer una primera evaluación de la situación del remozado equipo, del reconducido proyecto deportivo. Y, como en todas las analíticas, los datos numéricos, los porcentajes, las cuestiones mesurables, prevalecerán a la hora de hacer el diagnóstico.

Y la realidad no ayudará a los observadores. Porque el Real Zaragoza, mal que pese a su animoso y esperanzado entorno, a su ilusionada afición, no ha comenzado bien el curso. Los primeros parciales presentan malas notas en términos cuantitativos, que son los que computan realmente en la competición. El equipo llega a octubre en la 18ª posición en la clasificación, con solo 5 puntos sumados de los 18 disputados. Se ha dejado 13 por el camino. Son cifras que se sitúan en el ras del descenso a Segunda B, montacargas del que está fuera el equipo de Natxo González únicamente por el valor puntual de los matices secundarios del ‘golaveraje’, igualado a 5 puntos con Lorca y Nástic de Tarragona y solo superando al Albacete (con 4) y al Sevilla Atlético, colista con 3.

El Real Zaragoza está atascado en la cola. Las intenciones primeras de arrancar la liga con el suficiente brío como para evitar que se notase la enorme revolución ejecutada en el vestuario por la dirección deportiva que encabeza Lalo Arantegui no han salido bien. Por hache o por be, solo ha sido capaz el Real Zaragoza de ganar un partido de seis. En los otros cinco, se dieron dos empates y tres derrotas. En La Romareda, que debería ser su feudo cuasi inexpugnable para aspirar a estar en la zona alta del escalafón de Segunda, no ha sido capaz de vencer ninguno de los 3 partidos que ha dirimido como local. Un dato que solo le iguala el actual último clasificado, el filial del Sevilla.

En las primeras jornadas de cada año, siempre hay, se generan y se admiten diversos asideros alrededor de cada partido del tramo inicial, en el caso de que los marcadores no fluyan con el positivismo pretendido. La cortedad del verano, la masiva llegada de fichajes dispares, la falta de acoplamiento por falta de horas de trabajo, la aclimatación de muchos de los recién aterrizados en la caseta, la ausencia de mecanización de los automatismos que hace de un grupo heterogéneo un equipo de fútbol que juegue de oído… Todo esto ha sido útil en los partidos de agosto y septiembre para el actual Real Zaragoza. Se han incluido este tipo de excusas, subterfugios, comodines y coartadas porque, en gran medida, tenían razón de ser. No estaban forzadas. Eran de sentido común, ciertas.

Simultáneamente, el grupo, muchas de sus piezas a título individual, han emitido además destellos que propician el optimismo por sus buenas maneras. Todo ello, mezclado y agitado en la coctelera de la ilusión, ha permitido ir acumulando los malos resultados con una flema inusual en Zaragoza en los últimos años. Y esa actitud del zaragocismo aún sigue activada. Pero Natxo, Lalo, los dirigentes y los futbolistas son conscientes de que el tiempo se les está empezando a acabar en cuanto a la necesidad perentoria de obtener resultados en el campo que eleven al Real Zaragoza a cotas mucho más altas en la clasificación.

Como quiera que se viene del peor año de la historia del Real Zaragoza moderno, a punto de descender a Segunda B en el mes de junio tras un año catastrófico en todas los ámbitos deportivos, el ambiente alrededor del reconstruido plantel ha sido siempre propicio para la paciencia, la calma, la comprensión. Y bien que lo ha agradecido todo el colectivo zaragocista, dentro y fuera de los despachos, dentro y fuera del vestuario, en todos sus sectores y colectivos. Nunca, en las últimas décadas, se ha respirado un aire tan cargado de oxígeno como el que envuelve el día a día desde julio en la Ciudad Deportiva, La Romareda o cualquier lugar de conversación blanquilla.

Pero, o en Oviedo empiezan a fluir las victorias, las sumas en buenas tacadas de 3 en 3 puntos, o la tabla clasificatoria empezará a encender testigos de alarma que, indefectiblemente, alterarán ese estado de calma chicha que está favoreciendo un comienzo de liga lleno de sosiego alrededor del equipo. Si el Real Zaragoza se llegase a meter a mitad de octubre famélico de puntos, descolgado en la parte más baja de la clasificación, de nada servirían ahí los brillos de Febas, la pelea de Toquero, la listeza de Borja Iglesias, los destellos de Papunashvili, la seguridad de Cristian Álvarez... Esto consiste en puntuar, en sumar, en estar lo más arriba posible en el baremo semanal que supone, en una competición de fútbol profesional, la clasificación.

Esta es la verdadera realidad del Real Zaragoza cuando septiembre toca a su fin. La cuantificada. La que los analistas y evaluadores podrán calificar al paso del 16,5% de la competición cuando Oviedo, el lunes que viene, concluya la 7ª jornada. Cuando la liga va avanzando y todo empieza a tener rasgos, facciones y rostro concreto, los números empiezan a desplazar progresivamente a las sensaciones y los sentimientos intangibles. El equipo de Natxo debe empezar, en el Tartiere, a dejar de lado paso a paso cuestiones relativas a la plasticidad y el ornamento para dar prevalencia a la solidez y la solvencia en los marcadores. Sin puntos, nada tendrá sentido a partir de octubre. Es la ley de la competición.

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