Una pareja vital

Ángel y Manu Lanzarote han participado en casi el 70% de los goles del Zaragoza.

Ya fueron un aviso en los primeros partido de la temporada, aún con Luis Milla en el banquillo del Real Zaragoza. Ángel y Manu Lanzarote pronto se perfilaron como figuras diferenciales en el equipo, asumiendo, prácticamente, el monopolio ofensivo. Aquellos partidos contra UCAM, Lugo, Levante o Alcorcón del tramo inaugural del curso advirtieron de la arriesgada dependencia del Zaragoza de estos dos futbolistas. Casi todo el volumen de producción atacante pasaba por esta sociedad, ya fuera entre ellos o incluyendo a otros compañeros, ya fuera con goles, con asistencias o con pases clave. El paso del tiempo ha confirmado este peso sustancial –quizá excesivo– de Ángel y Lanzarote en la carburación del Real Zaragoza.

Hay pocas dudas acerca de su influencia en el juego ofensivo del equipo o de cuál sería su realidad clasificatoria sin esa determinante aportación. Lanzarote y Ángel han contribuido al 66% de los goles del Real Zaragoza. Han participado, entre los dos o uno u otro, en 25 de los 38 tantos aragoneses (25 de 36, un 70%, si se descuentan los dos en propia puerta que se marcaron Rayo Vallecano y Alcorcón). El Zaragoza, puede decirse, vive en ataque agarrado a ellos.

Ángel ha sumado 13 dianas y 4 asistencias, por los 6 tantos y 5 pases de gol de Manu Lanzarote. Entre ellos, directamente, se han fabricado tres, uno se lo entregó el canario al extremo en el partido contra el UCAM que abrió la liga, mientras el catalán asistió a Ángel contra el Almería y recientemente frente al Nástic. Precisamente, en ese partido, se puso de manifiesto que esta pareja aún ha podido elevar más su producción. Ángel falló un mano a mano después de que Lanzarote le despejara el camino hacia el gol con un pase quirúrgico. Ha sido frecuente, en las últimas semanas, observar esta jugada, el envío profundo de Lanza sobre Ángel, como principal discurso atacante del Zaragoza. Es el mecanismo más reconocible del equipo, su marca del Zorro: balón de Lanzarote, cabeza alta, zurda cargada y asistencia hacia la rapidez y desenvoltura de Ángel.

También contra el Numancia se repitió ese engranaje, en una de esas tardes de efervescencia de Manu Lanzarote en las que el pueblo se pregunta qué hace un futbolista así en una categoría como ésta. Dio dos goles, inspiró el penalti de otro, que lo marcaría Ángel, y su fútbol adoptó la constancia que tantas veces se le extraña y que explica la volatilidad de su juego, argumento con el que a su vez puede razonarse esa pregunta sobre la desubicada carrera del extremo.

Sin embargo, cuando Lanzarote ajusta su fútbol, se produce lo inevitable: es decisivo. En las últimas semanas, no ha marcado (no lo hace desde septiembre, después de su explosivo comienzo de curso), pero ha alimentado de asistencias y contenido a su equipo. Ha recuperado el pulso, después de una fase de incertidumbre, en la que incluso vivió un desencuentro con Agné, aunque en las últimas semanas, a nivel interno, ha ejercido un apoyo fundamental para la continuidad del técnico. Así es Lanzarote, tan querido como contestado.

Como Ángel, a quien su falta de instinto, de acierto en situaciones tan claras y sencillas, de más gol, le ha nublado la verdad de su fútbol: sin él, el Zaragoza estaría en el alambre. Capaz de bordar lo difícil y atragantarse en lo sencillo, aun con todo, Ángel es la pieza que da vida al ataque del equipo de Agné. Su papel como máximo goleador de este Zaragoza (pelea el pichichi, a solo cuatro goles) casi es lo de menos: genera fútbol, defiende atacando, rompe defensas y es garantía de ocasión de gol –es el jugador de Segunda que más remata 71 disparos, dos más que Roger (Levante) y cinco más que Joselu (Lugo)–. En definitiva, suma más que resta. Como Lanzarote.

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