El vértigo en las ventajas mejora pero persiste

Ni con 2-0 a favor, ante Rayo, Oviedo o Almería, el Real Zaragoza ha sabido llegar al final con el partido cerrado e, incluso, ha sufrido.

Ángel, caído en el suelo tras perder el balón ante el rayista Fran Beltrán, mientras Cabrera pide falta al fondo, en un lance del partido Rayo Vallecano-Real Zaragoza que ganó el cuadro aragonés 1-2 el pasado domingo.
Ángel, caído en el suelo tras perder el balón ante el rayista Fran Beltrán, mientras Cabrera pide falta al fondo, en un lance del partido Rayo Vallecano-Real Zaragoza que ganó el cuadro aragonés 1-2 el pasado domingo.
Enrique Cidoncha

Uno de los males que afectan en el aspecto anímico a la plantilla del Real Zaragoza esta temporada es el vértigo, el miedo a ganar, el pánico que produce tener a mano un triunfo y temer perderlo. Un ataque de exceso de responsabilidad que, desde el mismo inicio de la liga, ha arruinado varios triunfos que estuvieron encarados por caer en un estado de nervios incontrolable que ha desembocado en descontrol, falta de recursos para manejar los acosos rivales e, incluso -como denunció en su momento Luis Milla desde su responsabilidad en el banquillo-, abatimiento cuando se recibe un golpe en forma de gol en contra que desmonta un marcador favorable. 


En la era Agné, una vez destituido Milla, lo cierto es que esta carencia de matriz que afecta al vestuario ha evidenciado cierta mejoría. Pero persiste. El devenir de los partidos así lo denuncia. Y, si no se logra erradicar en el corto plazo, la tara amenaza con ser un virus peligroso para lo que el Real Zaragoza aspira a conseguir en los últimos cinco meses de competición, que es escalar y afianzarse en la zona alta de la tabla.


Los síntomas de este mal han sido palmarios desde agosto. El Real Zaragoza perdió enseguida, en la 2ª jornada en Lugo, una ventaja de dos goles a favor cuando el partido había encarado ya sus últimos 25 minutos. Del 1-3 favorable se acabó en un doloroso 3-3. El vértigo, ese día, fue terrible, arrasador. Que se escapara aquella victoria fue un pecado mortal, una falta de oficio imperdonable en un equipo del rango que se le presupone a los zaragocistas. 


Los síntomas de mareos, ansiedad e impotencia para manejar ventajas fueron nocivos con sendos 0-1 favorables fuera de casa. En Soria y Sevilla, ante Numancia y Sevilla Atlético en dos desplazamientos seguidos, fue ponerse con la ventaja mínima en el marcador (0-1) ya con el reloj bien avanzado y ver cómo el ataque de incapacidad se apoderaba del grupo hasta acabar perdiendo 2-1 en aquellos dos penosos capítulos. Eran los tiempos de Milla pero, con Agné, esta crisis de autoconfianza también se vivió en La Romareda el día del Reus. El retocado Zaragoza del mequinenzano anduvo ganando 1-0 a los reusenses durante un tercio de partido (desde la media hora hasta el minuto 54). Los miedos e inseguridades acabaron disolviendo la personalidad del equipo blanquillo en dos andanadas del Reus, que puso el partido de su lado 1-2 sin hacer demasiados méritos. Solo se limitó a aprovechar los mareos zaragocistas que tanto daño están haciendo a las rentas de puntuación del equipo en la clasificación. Milagrosamente, ese día, se dio la excepcional reacción final que permitió salvar un punto con el 2-2 postrero. 


Hasta ese momento, los demoledores vahídos provocados por la impersonalidad del grupo afectaban a los jugadores del Real Zaragoza en ventajas mínimas. Difícilmente se sentían cómodos ganando mucho rato por 1-0. La presión se los comía. El rotar del segundero les aflojaba las piernas paulatinamente. Y, si llegaba un gol del rival, era como una bomba de racimo, algo irrecuperable, irremontable por más que quedase tiempo por delante para reaccionar. Un efecto devastador en las mentes de los muchachos blanquillos. 


Con Agné, en el último y reciente tramo liguero, al menos se ha conseguido que estos efectos de desvanecimiento o flojera anímica y de talante competitivo llegue con 2-0 en el marcador. El nuevo entrenador ha logrado estirar un poco más el estado de fortaleza mental del equipo y, en los mejores días, logra ponerse con dos goles en franquicia antes de que le llegue la depresión y el frenesí nervioso del final de los partidos. Ahí cabe encuadrar los ejemplos antes citados que merecen un análisis al microscopio del cuadro técnico. Es decir, los partidos ante el Almería, el Oviedo y el último en el campo del Rayo Vallecano.


Los tres con una secuencia similar. Al Almería, el Real Zaragoza le ganaba en La Romareda 2-0 en el minuto 67, cuando Ángel completó el gol inicial de Javi Ros. Al Oviedo, el equipo zaragocista le ganaba 2-0 en el minuto 50 cuando, otra vez Ángel, añadía de penalti su gol al primero que él mismo había anotado. Y, el pasado domingo, en Vallecas, los blanquillos ganaban al Rayo 0-2 en el minuto 84 cuando, el insistente Ángel, marcó el segundo tanto que apuntalaba la victoria tras el autogol de Alex Moreno por culpa del grosero error del portero local Gazzaniga.


Pues bien, estos tres partidos prácticamente resueltos, ante rivales hundidos anímicamente y menoscabados por el formato de cada uno de los respectivos duelos, no acabaron normalmente para el Real Zaragoza. En los tres encajó un gol de la nada, patrocinado por su ataque de ineptitud pasajera que surge no se sabe bien de dónde.


El Almería, que podía y debía haber encajado algún gol más que dos con anterioridad, fue agraciado con un regalo en forma de penalti, fruto de la dejadez y pérdida de intensidad puntual del sistema defensivo a falta de 12 minutos. Y llegó el 2-1. Y, con él, el desconcierto y una espiral de incertidumbre que estuvo en un tris de demoler el éxito, de convertir una posible goleada en un fracaso estrepitoso. Tras un amago anterior del ariete Juanjo en el minuto 90, Chuli remató solo en el segundo palo un córner en el 91 y tuvo que aparecer el portero Ratón para, con un paradón milagroso sobre la raya, evitar el 2-2 que se cantó en todos los rincones de La Romareda. 


El Oviedo, que jugaba con 10 hombres por expulsión de Héctor Verdés en el minuto 44, parecía un juguete roto y propicio para que el Real Zaragoza lograse, por fin, una goleada que deleitase a su afición. Tras el 2-0 y con 40 minutos por delante, con los asturianos alicaídos y sin demasiados recursos, el equipo de Agné no fue a por más botín. Se acomodó, perdió gas, despreció la oportunidad de gustarse y pasó por alto un día fabuloso para modificar en positivo sus vicios habituales. Y permitió que, tras sendos avisos de Susaeta y Toché, el lateral Varela marcase el 2-1 en una falta directa. Era el minuto 85 y cierto principio de esquizofrenia se apreció en un par de balones colgados al área zaragocista por los ovetenses a la desesperada. Las botas de los zaragocistas parecían de astronauta, pesaban como sacos terreros. No hubo goleada, sino sufrimiento y paladar agrio para la afición, que se fue a casa de nuevo con el morro torcido cuando esperaba una tarde plácida y de gozo.


Y, por fin, el último episodio en Vallecas, clonó este guión. El Rayo Vallecano, pitado por su público, destrozado en su ánimo por la singular morfología de los dos goles que había encajado (un gol cómico en propia puerta y un penalti riguroso) y que le daban al Real Zaragoza un triunfo tan claro como imprevisto por ellos antes del cuarto de hora final, todavía tuvo tiempo de marcar el 1-2 en apenas 5 minutos, como antes el Oviedo. Piti ya había advertido de la inexplicable reacción del muerto local con un chut que rechazó como pudo Irureta ante la pasividad de todo los jugadores de campo del Zaragoza en ese tramo final. En la siguiente jugada, Marcelo Silva hizo penalti a Javi Guerra, lo que significó además (menudo quebranto para el próximo partido) la expulsión del central zaragocista. Menos mal que, cuando el propio Guerra anotó el 1-2, el crono ya pitaba porque el duelo estaba concluido. Ni se sacó de centro, lo que evitó un último empujón rayista que, vistos los ademanes del actual Real Zaragoza, nadie duda que se hubiera llevado a cabo.


Es evidente que, en este análisis de la enfermedad de personalidad que afecta al Real Zaragoza de este año, este último tramo presenta el alivio de que los síntomas perniciosos que manifiestan los jugadores no han impedido sumar los 9 puntos en litigio. El daño se ha limitado a sufrir en días donde se debió disfrutar. 


Peor fue en la fase inicial. Ahí, volaron puntos que se tenían en la mano en Lugo, Soria, Sevilla o, en casa, ante el Reus. Observar qué sucedería si el Real Zaragoza tuviese en su haber los 10 puntos que se le fueron por el sumidero en esos ataques de histerismo que padeció en esos cuatro duelos concretos produce enfado, resquemor, pena. 


Agné ya sabe que, para ganar un partido, mientras no se logre acabar con este mal de raíz, el Real Zaragoza necesita al menos obtener una ventaja de dos goles. Si es así, aun con padecimiento, es capaz de sacar adelante los puntos. De lo contrario, su perfil de carácter pusilánime e inseguro, amenazará siempre con arruinar sus ventajas. Lo dice su historial clínico.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión