Los momentos más duros para un entrenador

Milla debe preparar un partido de alto rango para el Zaragoza en Zorrilla sabedor de que la confianza del club en él es muy escasa. Un entorno de imposible digestión.

Tres imágenes de Luis Milla durante el entrenamiento de este lunes, sabedor ya de que su crédito como técnico del Real Zaragoza está prácticamente agotado.
Los momentos más duros para un entrenador
Guillermo Mestre

Luis Milla se mostró este lunes cabizbajo, serio, preocupado. El entrenador tiene para todo. Vive uno de esos momentos desagradables en grado extremo para cualquier técnico en cualquier club, sin resultados, sumido en una mala dinámica, discutido desde dentro de la entidad, sabedor de que su crédito es muy escaso entre los dirigentes. Y, como no se ha decidido su destitucion, ha de hacer de tripas corazón y seguir adelante en su trabajo diario, preparando un partido de alto rango para el próximo fin de semana, en Valladolid, donde solo un triunfo es salvoconducto para su continuidad por un tiempo más al frente del vestuario del Real Zaragoza.


"Trabajar todos los días en la guillotina es muy difícil", advirtió el turolense durante la semana pasada, cuando ya trascendió la pérdida de la confianza en él por parte de los consejeros de la SAD después de la derrota en Sevilla ante el filial sevillista. Ahora, Milla tendrá que multiplicar por varias cifras el efecto de esa fea sensación de acudir cada día a la Ciudad Deportiva sabiendo que está más fuera que dentro del proyecto deportivo del Real Zaragoza, salvo una reacción descomunal en rentabilidad y solvencia de su equipo; teniendo por descontado que lo de Zorrilla el próximo domingo es una prórroga extra que tendrá que bordar para ganarse más bonus y seguir dirigiendo al equipo blanquillo en lo sucesivo.


Cuando los entrenadores llegan a este punto, cuando el fútbol los pone bajo sospecha en una directiva, el talante muta. Resulta natural, humano, inevitable. Milla se aferra al apoyo de los jugadores más veteranos de la caseta, que han expresado públicamente su sostén al técnico en las últimas fechas. Pero su entorno ya no es el mismo dentro de la entidad. Saber que ha habido una reunión de Consejo, que se ha hablado con la dirección deportiva y con la dirección general para valorar su presente y su futuro inmediato, es la antesala de algo que ya viene rondando hace días en el interior del club. El trabajo cotidiano se ve salpicado por este tenso envoltorio, incómodo, imposible de digerir para cualquier ser humano con sentimientos normales. 


Milla está afectado, por descontado. Lo que en la jornada 5ª, el 10 de septiembre cuando el Zaragoza ganó al Alcorcón y se colocó 2º en la tabla pegado al líder, el Levante, parecía un arranque de año ilusionante y feliz a poco que el equipo progresara adecuadamente, se ha desmoronado de golpe en solo cinco semanas, 35 días. A Milla, la sonrisa se le borró del rostro en este tiempo, aunque intentó disimular ese efecto en sus únicas apariciones públicas, las ruedas de prensa pre y pos partidos.


En los últimos 9 días, tras las derrotas en Sevilla y ante el Elche que han tenido el efecto de un rejón de muerte para las tesis del preparador turolense, las ilusiones y las ganas de hacer algo sonoro y sonado en Zaragoza se han evaporado. Todo se ha enturbiado, se ha enmarañado de la forma más fea que tiene el mundillo del fútbol en sus entrañas cuando suceden rachas e imágenes tan negativas como las que el Real Zaragoza padece y muestra desde aquel feo 0-0 de Tarragona, que resultó premonitorio de lo que vendría después sin solución de continuidad. 


Luis Milla va a atravesar cinco días de calvario como profesional de los banquillos. Acudiendo a Valladolid con un sentimiento que en nada se parecerá al que, en situación de máxima normalidad, habría tenido como técnico del Real Zaragoza. Ponerse en su piel ayuda a comprender la enorme dificultad que supone para Milla acometer el choque de Zorrilla. Se refugiará en el equipo, en sus jugadores más fieles, los veteranos, los de más peso específico en la caseta. Quedará, en definitiva, en sus manos, en sus pies, en sus cabezas.


Se sabe juzgado y sentenciado laboralmente porque los datos que cimentan a los entrenadores en cualquier club se han resquebrajado de mala manera. Dan igual otros análisis, los que se refieren a la estructura de la plantilla, a lo que quiso y no tuvo, a lo que pudo ser y no fue. Pero no le queda más remedio que afrontar otro partido más en su puesto, aunque la zona técnica de Zorrilla sea para él de arenas movedizas, una ciénaga donde durante dos horas pueda estar diciendo adiós a una enorme ilusión profesional que tuvo vida hasta hace nada.


Este es el prisma, muy especial y delicado, de uno de los principales protagonistas del próximo partido del Real Zaragoza, su entrenador. No es la mejor situación para él, pero tampoco para el equipo y el club. Este tipo de ultimátum, estas figuras extremas de partidos frontera para alguien, casi nunca acaban bien por puro sentido común: así, es prácticamente imposible trabajar en condiciones de obtener éxito... aunque, a veces, sí suene la flauta.

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