Opinión

La diana de Agapito

Imagen de un partido en La Romareda
Agapito Iglesias pone a la venta el Real Zaragoza
EFE

No es difícil arremeter hoy contra Agapito Iglesias. Y menos, desde el anonimato. Desvelan diversos presidentes de equipos de fútbol, sin identificar, una presunta trayectoria de amaños de partidos por parte del propietario del Real Zaragoza. Que, desde su punto de vista, habría contribuido a salvar al equipo en los momentos más delicados. Un sonsonete conocido al que, como siempre, la faltan pruebas.


A falta de una jornada, resulta extraño que el Real Zaragoza se encuentre como está –mucho más allá que al borde del descenso-, si Agapito Iglesias se hubiera esmerado en la técnica que los dirigentes le atribuyen; y es rarísimo también que el dueño del club blanquillo se hubiera afanado en esa labor cuando la campaña pasada se encontraba –mientras estaba perdiendo con el Villarreal en casa (por más que luego le diera la vuelta al partido)- a quince puntos de la salvación. Mucho por comprar…


El Real Zaragoza sufre desde hace siete años la terrible gestión de Agapito Iglesias. Su labor –y la de quienes propiciaron su llegada- la soporta el zaragocismo: se ha desgastado el respeto institucional y deportivo; la entidad se ha adentrado en una crisis económica gravísima; y se ha dilapidado el prestigio de un grande del fútbol español. Ha sido el zaragocismo el que ha tenido que aguantar de forma dolorosa la gestión de Agapito Iglesias, llegado al club bajo el paraguas del anterior Gobierno de Aragón.


La afición, de hecho, está llamada este sábado a protestar por la línea de la entidad; a exigir de nuevo la salida del dueño del Real Zaragoza y la búsqueda de alternativas para enderezar la errática trayectoria del club.


Pero al margen de eso, cuesta hoy entender que quienes desvelan esos avatares extrafutbolísticos no hayan sido capaces de denunciarlos ante la Liga y los tribunales. Que hayan aceptado convivir con ello. Su silencio resulta casi tan asombroso como su capacidad ahora de sacarlos a la luz. ¿O es que se trata de una práctica generalizada?


No se puede salpicar el prestigio, lo que le queda, de una entidad que está muy por encima –muy por encima- de quien posee la mayor parte de la propiedad de sus acciones.