Jota Cuspinera: "No toqué mi primer balón de baloncesto hasta los 15 años"

El técnico que ha devuelto la ilusión a la afición del Tecnyconta comparte los recuerdos de una vida consagrada a la enseñanza del baloncesto, una vocación tardía

Jota Cuspinera, ayer en la pista auxiliar del Príncipe Felipe.
Jota Cuspinera, ayer en la pista auxiliar del Príncipe Felipe.
Oliver Duch

¿Por qué le llaman Jota?

Es por las iniciales de mi nombre, José Ramón. Cuando tenía 10 años estaba de moda en televisión la serie ‘Dallas’, en la que el malo era JR, y en el colegio me comenzaron a llamar JR y de ahí a Jota.

¿Cuál es su primer recuerdo relativo al baloncesto?

Lo tengo muy fresco. En realidad, yo soy un rebotado del balonmano. Hubo un año que en el colegio CEUMontepríncipe de Madrid no éramos gente suficiente para hacer un equipo de balonmano. La entrenadora, Isabel, lo intentó hasta el último momento, pero no alcanzamos las fichas federativas mínimas. Mis dos mejores amigos y yo no sabíamos qué hacer y nos giramos en el campo de balonmano y justo enfrente estaban entrenando los de baloncesto. Nos acercamos, le preguntamos al entrenador si podíamos apuntarnos, y ahí comenzó todo.

Pero usted nació en Gecho en 1970.

Mi padre trabajó casi toda su vida laboral en Kodak. Él es de Barcelona y le ofrecieron un puesto en Bilbao, donde permaneció cuatro años. A punto de regresar a la Ciudad Condal, mi madre estaba a punto de darme a luz. Pero en aquella época ir de Bilbao a Barcelona eran casi dos días de viaje. El médico les recomendó que se quedaran en Bilbao. A los dos meses de nacer, marchamos a Barcelona.

¿Terminó allí su periplo?

No, no. En Barcelona estuvimos hasta mis 10 años. Entonces mi padre fue destinado durante 10 meses a Rochester (Nueva York). Allí es donde aprendí inglés. Finalmente, mi papá fue enviado a Madrid, donde ya nos establecimos y donde me acerqué por primera vez al baloncesto con 15 años.

¿No tuvo el menor acercamiento a la canasta hasta los 15 años?

Ninguno. Había hecho mis pinitos en el atletismo: salto de longitud, salto de altura y pruebas de medio fondo. También practiqué mucho tenis y balonmano. Hasta los 15 años no había tocado una pelota de baloncesto.

Lo que comenzó como algo absolutamente accidental, se terminó convirtiendo en su profesión.

Estas son las lecciones de la vida. Sin comerlo ni beberlo te encuentras con una pasión que comienzas a desarrollar muy rápido. Lo mío con el baloncesto fue un flechazo. Me encantaba jugar y tenía unas piernas extraordinarias que me permitían una potencia de salto importante. Incluso me presentaba a concursos de mates. Ahora ver a hombres de 1,83 hacer mates es normal, pero a finales de los 80, era muy raro. Aprovechándome de esa potencia, el baloncesto se me daba relativamente bien. Fiché por Las Rozas y al cabo de dos temporadas hice las pruebas en Estudiantes y me cogieron. Colgué las zapatillas con 21 años.

¿Por qué?

Por una pubalgia. No me impedía entrenar, pero las madrugadas eran horrorosas por el dolor. Era como tener una apendicitis cada noche. Los médicos no me garantizaron que me recuperaría: una operación sin garantías de éxito o parar cuatro meses. Afortunadamente, ya había comenzado a entrenar a niños.

¿Qué le llevó a esa faceta?

En LasRozas tenía un entrenador llamado José Luis González Molina, que era el responsable de los cursos de formación en la Federación Madrileña. Un día, con 16 años, nos dijo a unos compañeros y a mí que teníamos que apuntarnos a un curso para ser monitores de baloncesto. Mi primera respuesta fue que no me apetecía. Y él me dijo: ‘Hazlo, porque un día me lo vas a agradecer’. Y, aunque lo hice a regañadientes, me gustó y ha sido mi profesión. Se metió dentro de mí la inquietud por enseñar este deporte.

¿Fue Pepu Hernández su mentor?

Pepu ha sido muy importante en mi carrera. Cuando dejé de jugar por la pubalgia, mantuve una conversación fundamental con Pepu, que era el jefe de la cantera de Estudiantes y que había sido mi entrenador en el júnior colegial. Me dijo:‘A mí me gustaría que entrenases. Si sigues jugando, como mucho llegarás a ser el tercer base de un equipo en la Primera División (el equivalente a la LEB Oro).Sin embargo, como entrenador se te abre una perspectiva muy favorable’. Y me convenció.

Una labor que compaginó con los estudios de Ingeniería.

En realidad yo quería ser piloto y no pude porque soy daltónico. Un día de verano, con 18 años, hablando sobre mi futuro con mi padre en la aldea de mi madre en Galicia, le insistí en que quería ser piloto. Pero el daltonismo no tiene solución y mi padre me propuso que fuera ingeniero agrónomo ya que me gustaba el campo. Lo llevé mal porque era imposible compatibilizarlo con el baloncesto.

¿Terminó la carrera?

Sí. Años más tarde, cuando yo era director de cantera en Estudiantes, existía la norma de que no podías estar becado si no estudiabas o te formabas para el futuro. Estaba aconsejando algo que yo no me había aplicado a mí mismo. Reflexioné y me prometí terminar los estudios y, tras veranos de estudio, acabé mi Ingeniería.

También estudió un máster en ‘coaching’.

La psicología siempre me ha atraído. Pero no me apetecía hacer otra carrera. El ‘coaching’ tiene muchas cosas de psicología e hice un máster.

La psicología ha sido denostada en el deporte de élite, pero se antoja esencial para gestionar a un grupo humano.

La comparo con la preparación física. En deportes individuales como el golf, el tenis, la natación, el motociclismo o la Fórmula 1, tener un psicólogo está a la orden del día. Pero el baloncesto no lo acepta. Un psicólogo puede recuperar a un jugador que tenga un problema psicológico.Pero, al igual que la preparación física no sólo soluciona problemas físicos, sino que los previene, la psicología también prepara al deportista de élite a afrontar retos que todavía no está preparado para afrontar. El día que un gran equipo abra las compuertas y reconozca que trabaja con un psicólogo, entrarán a formar parte de los clubes de forma natural. Creo firmemente que es una figura imprescindible. Yo el año pasado trabajé con un psicólogo para mí, una relación que mantengo en la distancia.

Su trabajo se está plasmando en jugadores como Sergi García, que la semana pasada reveló que está creciendo porque «usted le deja equivocarse».

Si esa es la percepción de Sergi, es que algo estamos haciendo bien. El joven, para poder desarrollarse, tiene que sentir que se puede equivocar. Si piensa que al primer fallo se va a ir al banco, no va a progresar. Me gusta dejarles un poco de banda ancha a los jóvenes para que se puedan desarrollar.

También sigue muy de cerca al Olivar –vinculado del Tecnyconta– de Alocén y compañía.

Cuando firmé con el Tecnyconta, me pidieron que colaborara. Lo primero que hice fue ponerme a disposición de Luis Arbalejo, el director de cantera. Estoy en contacto permanente con él y la mejor forma de ver las evoluciones de los que algún día pueden ser jugadores del primer equipo es ir en persona a verlos.

¿Estuvo a punto de apretar el botón de alerta cuando su equipo arrancó la campaña con cuatro derrotas seguidas?

Tuve un momento duro con el equipo. Vi algo que no me gustaba y les hice saber que no era el camino. Pero el club y yo estábamos tranquilos. Recuerdo que tras la primera derrota ante el Obradoiro les dije que si seguíamos así, caerían las victorias.

El próximo sábado regresa a Fuenlabrada, su exequipo. ¿Qué supone?

Seguro que será emocionante. Viví dos maravillosas temporadas en el Fuenlabrada, pero decidí cambiar de rumbo y venir a Zaragoza. Pero conservo un gratísimo recuerdo del trato que se me dispensó.

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