Tour de Francia: Pogacar tensa la cuerda

El esloveno ataca a dos kilómetros de la cima del Puy de Dôme y Vingegaard no puede cerrar el hueco en una persecución.

El esloveno Tadej Pogacar en la etapa del pasado domingo en el Tour de Francia.
El esloveno Tadej Pogacar en la etapa del pasado domingo en el Tour de Francia.
PAPON BERNARD / POOL

Hierven las rocas del volcán. El calor derrite a los corredores, que se meten bolsas de hielo por el cuello del maillot para creer que se refrescan. Los cubitos se deshacen antes de tocar el cuerpo, pero hay que engañar al cerebro. Y seguir. La etapa corre hasta Clermont-Ferrand, la ciudad de Michelin. En su día, los característicos muñecos blancos de la firma eran las estrellas de la caravana publicitaria. El Tour se adentra en la Auvernia, que es más vieja que Francia, para poner fin a una primera semana extraordinaria. Tanto, que ha tenido nueve días.

El broche lo ponía la llegada al Puy de Dôme, que prometía más de lo que dio. Prometía el tercer capítulo del gran mano a mano entre Jonas Vingegaard (Jumbo) y Tadej Pogacar (UAE), tras el Marie Blanque y Cauterets. Por supuesto, los dos volvieron a quedarse solos. Si Anquetil y Poulidor mantuvieron un hombro con hombro hace 59 años, esta vez el duelo fue un pulso a distancia. Físico y psicológico.

Pogacar tensó la cuerda y atacó a falta de dos kilómetros, distancia que en el Puy de Dôme no se ajusta a las reglas del sistema métrico decimal. Es mucho más, pero quién sabe cuánto, ni la organización lo sabe, que no se atrevió a colocar pancartas y pintó la distancia a meta en el el suelo. Tampoco el tiempo rige igual. Es más lento. Arrancó Pogacar y soltó a Vingegaard. Abrió hueco rápido y ahí se quedó. Cuatro o cinco metros que parecían medio minuto. El esloveno porfiaba por agrandar el hueco y el danés se moría por cerrarlo, sin éxito en ambos casos. Un tira y afloja agónico, a poco más de diez kilómetros por hora.

Pareció que Pogacar arrastraba a Vingegaard con una cuerda invisible atada a su manillar. El sol provoca espejismos. Fue tremenda la incapacidad del maillot amarillo para recortar un puñado de metros. De nuevo, las cifras dicen que no pasó nada, ocho segundos les separaron en meta, pero un día más la guerra tuvo sustancia. Pogacar sigue tomando la iniciativa, sigue acosando al líder, que parece necesitar tiempo para asimilar la nueva situación de carrera. Tras su zarpazo en el Marie Blanque, la narrativa de este Tour parecía lineal, ahora es un jeroglífico.

Tres batallas mayores

El Tour llega a la primera jornada de descanso en la situación soñada, con los dos grandes favoritos muy igualados -les separan 18 segundos en la general- y después de tres batallas mayores (Marie Blanque, Cauterets y Puy de Dôme) y dos menores (Pike Bidea y Jaizkibel), que anunciaron lo que vendría.

Entre los dos, han achicharrado a los demás. Hay un abismo entre ellos y el mejor del resto, que por ahora es Jai Hindley (Bora). Han corrido al ataque, han movido sus piezas y han brillado. Este ciclismo de las maravillas -que deparó una de las mejores primaveras de todos los tiempos en las clásicas- nunca defrauda. Este domingo, el Puy de Dôme fue mucho toro, pero aun así hubo pelea. Siempre prueban.

Cuando Pogacar soltó a Vingegegaard parecía que iba a repetirse el guion de Cauterets, pero el danés se agarró a la carrera. «Si me llega a soltar, tengo que coger la maleta e irme a casa», reconoció Pogacar tras el Tourmalet. Esta vez pensaría lo mismo Vingegaard. No sucedió ni una cosa ni la otra y el Tour sigue vivo. Faltan el Jura (el Grand Colombier, el viernes), los Alpes (de sábado a miércoles de la semana que viene, cronoescalada incluida) y los Vosgos (el Markstein la víspera de París).

Gana Michael Woods

Los favoritos se protegieron consintiendo una escapada amplia en la que se metió Gorka Izagirre (Movistar). El equipo telefónico se jugó la baza de de Matteo Jorgenson, que fue ganadora hasta que faltaban 500 metros para la meta. La ley de la gravedad y la curvatura del tiempo en las rampas abrasadoras del Puy de Dôme le condenaron, tras una gran cabalgada en solitario hasta Clermont-Ferrand y una subida agónica, donde cada segundo le caía como un mazazo.

El tren que sube hasta el observatorio, parado a la derecha de la carretera, como una provocación. Y Jorgenson, de 24 años y cuatro formándose en el Movistar, que se queda clavado y es rebasado por Michael Woods (Israel), que ha medido bien la montaña. El canadiense alcanza al americano de Boise, a donde iban los pastores vascos a cuidar ovejas, y le deja pegado al asfalto reblandecido. El alquitrán se queda pegado a los elegantes tubulares de la bici de Jorgenson, que no son Michelin sino Continental, alemanes, y pierde la etapa que habría salvado el Tour del Movistar.

Llega el día de descanso. Solo han sido nueve etapas, pero ha parecido un Tour entero.

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