LA RECOMENDACIÓN

Lartigue: la maravilla de ver y de vivir

La Lonja exhibe una antológica del gran fotógrafo y pintor francés, nacido en 1894 y fallecido en 1986, que encarna la imagen de la felicidad y la exaltación de la belleza de lo pequeño, del deporte, del mar y de las mujeres.

Una de las fotografías expuestas.
Lartigue: la maravilla de ver y de vivir

Dice Jorge Luis Borges que a veces un solo gesto define una vida completa. Y eso pareció ocurrirle a Jacques-Henri Lartigue (1894-1986): cuando tenía ocho años, su padre, un acomodado banquero en París, le regaló una cámara de fotos y aquel instrumento se iba a convertir en un manantial de maravillas: Lartigue, rubio e inquieto, con algo de pícaro dulce de insaciable curiosidad, empezó a registrar todo lo que ocurría en su entorno: con sus padres, con sus criadas e institutrices, con sus primas y primos, en el baño y con sus propios juguetes, con sus primeros coches. Años más tarde, resumiría esta actitud de constante deslumbramiento por la existencia y sus mínimos detalles así: «Ser fotógrafo es atrapar el propio asombro». Lartigue abrió un álbum de fotos y allí iba poniendo sus tomas con una pequeña nota: llegó a acumular más de 130 volúmenes y más de 14.000 páginas con fotos a lo largo de sus 92 años.


Ahora acaba de llegar a La Lonja su antológica ‘Un mundo flotante’, un proyecto de La Caixa. El título es tan sugerente como preciso: Lartigue, que también fue un estimable pintor y se reveló al mundo al exponer en el MOMA en 1963, captó el mundo en constante mudanza, la plenitud, la alegría de la naturaleza, la belleza de las mujeres, la vulnerabilidad y lo efímero, el diálogo de las sombras, el centelleo de lo cotidiano, de lo que no parece contener nada particular y sin embargo lo tiene todo: memoria, encanto y profundidad. Y el título también alude a una serie de constantes de la muestra: la levedad, la hermosura, la sugerencia, la gracia, el humor y un sentido muy amplio de lo poético. A cuanto mira, Lartigue le confiere elegancia y sencillez, hondura y felicidad. Se ha insistido mucho en que Lartigue es el fotógrafo de la felicidad: es cierto. Es el fotógrafo de la felicidad, de la intimidad más luminosa, del placer y de lo etéreo que huye en los dedos del tiempo. Y del otro confín que parecía desconocer el dolor, la guerra y los conflictos sociales.


¿Qué fotografía, entonces, Lartigue? Capta el ambiente doméstico, las carreras de coches o de bicicletas, el vuelo de los aviones, la endiablada rapidez de los nuevos tiempos. Capta los deportes: le apasionaban, además del automovilismo, la natación (que ocupa una parte muy importante de la muestra: la natación, el mar y el agua), el patinaje y el esquí, le apasionaba el tenis, y realizó algunas fotos maravillosas, que han pasado a la historia y que parece muy conectadas con las de otro gran artista como Martin Munkacsi. Y captó con un encuadre muy elaborado el universo femenino: mujeres hermosas que pasean en París, por el Bois de Boulogne, que acuden a las carreras, mujeres que se asoman a los parques con sus últimos modelos, mujeres que toman el sol o que forman parte del reparto de una película.


Lartigue solía irrumpir de entre las sombras de la espesura y captaba a las señoras, en una suerte de foto robada, desde una posición un tanto esquinada y un poco acurrucado. Pero a la vez hay fotos de gran serenidad, evocadoras, de una beldad gozosa. Retrató a todas sus esposas: Bibi, Coco y Florette (a la que le dedicó uno de los mejores retratos de la muestra como si fuera una actriz de cine), pero su auténtica musa fotográfica fue su amante Renée Perle. Era una mujer misteriosa, de porte seguro, muy atractiva y moderna, modelo de profesión. Le tomó muchas fotos que reflejan la fascinación del fotógrafo, el diálogo entre el artista y la musa, el disparo de luz de la cámara enamorada. Muchas de esas fotos reflejan, por otra parte, la elegancia de Renée y su pasión por el vestuario. Es difícil encontrar en la historia de la fotografía algo semejante: ese idilio recuerda al que mantuvieron, por ejemplo, Man Ray y Lee Miller. Entre 1930 y 1932 vivieron dos años felices, y las fotos lo revelan: es un documento de una gran historia de amor.


‘Un mundo flotante’ es una exposición espléndida. Tiene mucho que ver. Es una fuente constante de sorpresas, de hechizo y de arte. En cada una de las pequeñas salas o secciones hay un visor de fotos estereoscópicas y al final se ven ‘Los soportes de la memoria’: las cámaras, las películas y las fotos de época de Lartigue. ‘Un mundo flotante’ es una de esas visitas imprescindibles de este verano de la que se sale con la sensación de que hemos asistido a un espectáculo inefable: la grandeza de lo minúsculo. El latido de lo cotidiano en un universo que se parece al edén.