LIBROS

Juan Cruz: "Los autores exigen, a veces su exigencia parece llanto"

El autor tinerfeño presenta hoy (20.00), 'Egos revueltos' (Premio Comillas, del sello Tusquets), en Los Portadores de Sueños, con Luis Alegre.

Juan Cruz, la memoria infinita de la literatura y la amistad
Juan Cruz: "Los autores exigen, a veces su exigencia parece llanto"
CHEMA MOYA

"La persistencia de los recuerdos me movió a escribir 'Egos revueltos'. Y, sobre todo, me movió una imagen: la soledad en Lincoln, el día gris, la carta de Cabrera Infante confirmándome una cita en otoño de 1974. Ese recuerdo lo tenía en mi cabeza, y su impulso constante se convirtió un día en el primer flash de lo que luego sería el libro. Cabrera escribió 'Tres tristes tigres'. Ese libro abrió paso al humor y a la música como condimentos esenciales de la literatura. Tenía una llave y la usó con inteligencia", confiesa Juan Cruz.

¿De dónde procede esa pasión, tan inmensa, por la literatura?

Viene de la infancia, de los cuentos de mi madre, de la lectura voraz de los prospectos de las medicinas y de las páginas de los periódicos. Mi madre, en este caso, fue quien me señaló el camino de la ficción: ella me contaba para distraerme y me dormía con cuentos, como decía León Felipe, pero eran cuentos benévolos, a veces muy divertidos.

Su biografía está llena de extravagancias, como la noche en que ayudó a dormir a Camilo José Cela. ¿Ha sido eso lo más raro?

Quizá eso sea lo más raro. Pero hubo días en que se juntaban Rafael Azcona, Juan Marsé, Manuel Vicent y Carmen Balcells para hacer extravagante mi existencia, pidiéndome, casi al unísono, que les facilitara la conexión con Canal + para ver algún partido o pidiéndome (en el caso de Carmen Balcells) un helicóptero para sacar a Nélida Piñón de una tormenta de nieve en la carretera general de Soria. No hubo helicóptero, pero le conseguí lugar donde dormir. Resultó que era una casa de citas.

 

¿Hasta qué punto no es el escritor un tipo frágil, paranoico, de un desamparo increíble?

Sin duda. Un escritor tiene ego, un ego más desarrollado que lo que es común, porque trabaja solo, vive solo la mayor parte del día y necesita que un ojo distinto vea lo que ha hecho y lo apruebe. Ese desamparo conduce a la paranoia, a veces, pero siempre conduce a la página en blanco, que es la medida de todas las cosas.

 

¿En algún momento se ha sentido un confesor laico, el pañuelo de lágrimas de los escritores?

Un confesor laico pero respetuoso. Mi teoría es que a la gente no hay que sonsacarle, hay que esperar de ellos lo que sea, incluida la confesión, pero precipitarla es un error. Y culparles es un pecado: en eso los confesores laicos somos más respetuosos que los confesores religiosos. A veces he sido un pañuelo de lágrimas, pero no suele ser normal que lloren los escritores. Exigen, y a veces la exigencia parece un llanto.

 

En el libro conmueve la inmensa humanidad y sabiduría de Rafael Azcona, su sentido del humor?

Era un tipo muy especial; inteligente, agudo, buen conversador, tenía una memoria maravillosa; le daba lumbre a la oscuridad. Es inolvidable porque era bueno.

 

¿Qué tenía de especial Julio Cortázar, tan citado en el volumen?

Explicó la soledad circular, hizo de la soledad un lugar en el que uno podía habitar siendo arropado por la apariencia de felicidad eterna, la felicidad de hablar, de superar la noche creyendo que jamás va a terminar y no te dañará.

 

Habla de varios premios Nobel ¿Se atrevería a definirlos?

Cela era el ego social, rotundo; necesitado siempre de gente que le celebrara. Octavio Paz viajaba con un pedestal sobre el que se subía a preguntar qué tal se le veía allá arriba. García Márquez tiene un ego misterioso: el del arrogante tímido, el del melancólico que aún no ha explicado del todo la razón de su tristeza. Grass: un niño que no ha terminado nunca de saber por qué sonríe ante el espejo, y se lo pregunta en soledad.

 

¿Qué ha aprendido de tanta gente importante en estos 40 años?

Que todos somos iguales, que nadie es verdaderamente importante si no es, además, noble y humilde. Los pedestales sirven para romperlos.

 

Estremece un poco la doble advertencia cariñosa acerca de su condición de gran bebedor...

Fui muy bebedor, si hubiera sido un gran bebedor ya me hubiera muerto. Corté a tiempo.