Por
  • Fernando Pastor

Ucrania, la guerra que defiende una forma de vida

La estrategia de Putin.
La estrategia de Putin.
K.U.

Nadie esperaba que en el siglo XXI estallara una guerra en las puertas de Europa capaz de poner en duda, no solo la soberanía de un país como Ucrania, sino las bases del estado de bienestar de Occidente y la capacidad de las viejas economías europeas de ponerse de acuerdo y hacer valer su Unión por delante de los intereses internos de cada Estado. Son varios los frentes que Vladimir Putin abrió con su invasión de finales de febrero. El más doloroso, el que ha llenado de sangre y dolor las ciudades y los campos de un país que intentaba dejar atrás la violencia del último siglo para ganarse un hueco en Europa. El más bochornoso, el que se libra en los despachos del Kremlin y la UE, con el precio del gas como arma arrojadiza y la amenaza constante de que algún día, en contra de lo que dice la ministra Ribera, daremos al interruptor en casa y no se encenderá la luz. Entonces empezaremos a darnos cuenta de que, además de las vidas de los ucranianos, nos estamos jugando contra Putin nuestra propia forma de vida.

Han pasado casi siete meses desde que se lanzó la primera bomba en Ucrania y poco más de un año desde las primeras tensiones en los precios del gas que Rusia domina a nivel mundial, aunque solo sea porque así se lo han puesto en bandeja los principales países europeos, con Alemania a la cabeza. Y a las puertas de plantear una reforma del mercado energético en la UE que evite vincular el recibo de la luz al suministro de gas ruso, ha sido Putin quien ha ido marcando la pauta y haciendo bailar a los socios europeos a su antojo. Aunque mañana acabara la guerra de Ucrania y el sector energético saliera del tsunami en que está inmerso, los precios de la luz y los costes de las empresas no van a ser nunca los que había hace un año. Es más, nos vamos a conformar con gastar más que antes por todo, porque la expansión del efecto de la energía en la producción de todos los bienes y servicios básicos de los que disfrutan nuestras sociedades avanzadas va a dejar una resaca muy difícil de eliminar de nuestras cabezas y nuestros bolsillos. Lamentablemente, pagar la mitad que ahora por muchas de esas cosas, que es el doble que hace un año, nos va a parecer el menor de los males, gracias a Putin.

Es en Ucrania donde la gente sufre. Cualquier esfuerzo en los despachos para salvar la situación será siempre poco comparado con su sacrificio

La situación no es precisamente halagüeña: las grandes empresas energéticas y la banca se enfrentan con sus gobiernos, que se inventan tasas y costes nuevos con cargo a los supuestos beneficios que sacan de la situación bélica; los ciudadanos protestan contra sus dirigentes por no tener las garantías suficientes de que no pasarán frío en invierno por falta de gas y de dinero para pagarlo; la industria se paraliza porque no le llegan suministros o no pueden encender sus máquinas; el carburante sube y los alimentos se ponen por las nubes… Podríamos estar enumerando los daños del frente energético de la guerra de Ucrania más allá de sus fronteras, sin que hasta el momento se vea una estrategia clara desde la UE o EE. UU. para tomar la iniciativa y frenar a Putin desde dentro, que es donde más le duele. Las sanciones económicas han servido de poco y hasta en la guerra propagandística marca el paso el líder ruso con soflamas increíbles e indignantes a los ojos del Viejo Continente, que le sirven para frenar revueltas sociales internas o aplacar con mano dura las pocas que se atrevan a levantar la voz.

Putin quiere asfixiar la economía europea y llevar a la recesión a gran parte de sus socios, sobre todo los que fiaron todo a su suministro de gas, y va camino de conseguirlo. El fantasma de la inflación se ha levantado en sociedades como la alemana, siempre temerosa de los tiempos pasados, o de España, donde el mal de los precios nunca nos ha dado tregua. De entrada, Putin ya nos ha hecho a todos un 10% más pobres que hace un año, sin moverse de su trono en Moscú. Otra cosa es que con ello llegue a ganar una guerra planteada a largo plazo y contra la que la UE solo tiene una solución: ser más Europa que nunca y plantar cara a un nuevo orden energético mundial en el que están implicados gobiernos y grandes empresas, pero sin enfrentamientos internos ni peleas absurdas por quién será el dueño de los metaneros, de los gasoductos, de las plantas regasificadoras o de las relaciones con Argelia, Nigeria o Qatar, los dueños del nuevo oro gaseoso más allá de Rusia. El triunfo de Putin es precisamente eso, la división de Europa, mientras que su derrota solo pasaría por una revuelta interna que pusiera en duda su liderazgo, algo impensable en estos momentos. Pero no nos engañemos, la guerra en Bruselas o Moscú no la va a ganar ni a perder nadie. Es en Ucrania donde la gente sufre y todo está perdido por ahora. A pie de campo tienen una cosa muy clara: solo el que resiste gana. Ellos lo están haciendo a riesgo de perder miles de vidas. Cualquier esfuerzo en los despachos para salvar la situación será siempre poco comparado con su sacrificio.

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