Diversión y bullicio como en una jaula de grillos

Santa Ana, del 19  al 29 de julio.

Durante los festejos locales todos tienen oportunidad de divertirse: mayores 
y pequeños por igual

El polideportivo de Cuarte se llenó de padres y niños con muchas ganas de pasarlo bien.
Diversión y bullicio como en una jaula de grillos
ARÁNZAZU NAVARRO

Durante los actos infantiles, organizados en principio para divertir y distraer a los pequeños, todavía no queda del todo claro quién se lo pasa mejor: si los niños o los padres. Los segundos, con cierta envidia en la mirada, se ven relegados a quedarse en frente, riéndose y mirando a sus hijos mientras estos corren delante de los cabezudos o saltan, se caen, se levantan y repiten el proceso en los castillos hinchables. Con los carritos de bebé aparcados en hilera, bien se meterían ellos ahí dentro a pegar un par de brincos... pero ser adulto es lo que tiene.


Mientras dentro de esas jaulas de grillos cunde el caos, los mayores graban el espectáculo con sus móviles intentando inmortalizar la ternura que, como ya se sabe, desaparecerá con el paso de los años para dar paso a la rebeldía adolescente. Tal vez sea entonces cuando esos mismos padres desempolven esos recuerdos en forma de vídeo.


La atracción estrella de ayer en el polideportivo de Cuarte fue, sin duda, el toro mecánico. Lo fue porque tenía la fila más larga de niños esperando su turno. Había otros padres, fuera de la cola, que miraban con preocupación aquella bestia mecanizada que se sacudía, daba vueltas y tiraba a la colchoneta a los chavales. Seguramente aquellos padres se imaginaban a su hijo en lugar del otro, y morían un poquito de terror por dentro. Evidentemente no había motivo tal para la preocupación, porque al caer los jovenzuelos se levantaban y volvían a corretear alegremente. Algo enfadados tal vez por no haber aguantado lo que hubieran querido.


El que sí se lo debía de pasar bien era el operador de la atracción. Aunque conseguía mantener el tipo y no mover ningún músculo de su cara, el empeño le arrugaba la frente cuando un chaval aguantaba más de lo esperado. Su destino estaba sellado: la blanda y mullida colchoneta.


Los niños subían decididos. Había alguno que no lo conseguía porque el toro les superaba en altura. Una vez arriba, su cara era de tranquilidad, de control, pero lo perdían cuanto más insistían en aguantar. Su rostro entonces pasaba a ser de sufrimiento, porque las sacudidas y vueltas se volvían traicioneras, pero la vena tozuda les obligaba a seguir a lomos del artilugio salvaje. Al final, todo fueron risas y diversión.