Un infinito camino de emociones a flor de piel

El Día del Pilar es el más esperado por los zaragozanos y este año, que se ha retomado con normalidad, las caras reflejaban su felicidad

Intensa afluencia en el acceso a San Vicente de Paúl.
Intensa afluencia en el acceso a San Vicente de Paúl.
Álvaro Sánchez

Vivirlo desde dentro es indescriptible, pero hay que aventurarse a narrarlo. Madrugar el Día del Pilar no es un esfuerzo para nadie. De hecho, poner la alarma la noche anterior no es nada angustioso, sino todo lo contrario. Hay quienes, y no son pocos, ni si quiera se acuestan y empalman el jolgorio con la tradición.

En todo caso, todos tienen que acicalarse en casa para el día más importante de Zaragoza, el Día del Pilar. Las mujeres necesitan más tiempo. El moño requiere de cariño y buena mano. A eso se suma el maquillaje, natural ante todo. El mantón también suele dar algún que otro quebradero de cabeza. Es verdad que el fajín de los hombres tampoco es fácil de colocar. Hay quienes tienen mucha maña, pero hay otros que se les destensa a pesar de que lleven toda la vida poniéndoselo.

Con el traje bien puesto y el almuerzo preparado en la alforja, es momento de dirigirse al epicentro de Zaragoza. Mejor dicho, a algunos de los diez accesos distribuidos por los alrededores de la plaza del Pilar. En el caso de ir en grupo, no hay duda. Cada uno tiene asignada su calle –hasta nueve puntos distintos–. En el caso de ir por libre, hay que echar a suertes si es mejor salir desde Santa Engracia y recorrer Don Jaime I o ir por San Vicente de Paúl.

Es más bien cosa de gustos y de preferencias. La espera es similar y este año, por la mañana, la Policía Local tuvo que cortar algunas calles antes de lo previsto. Es decir, poca gente no había, todo lo contrario. Los más veteranos murmureaban que no recordaban un seguimiento de la Ofrenda como el de este año.

Ya en la fila –que en el caso de la de Santa Engracia daba la vuelta a varias calles de la plaza de los Sitios y en la de San Vicente de Paúl llegaba casi hasta el parque Bruil– es momento de disfrutar de un día que siempre está en el corazón de los más devotos y de los que no lo son tanto pero no pierden la tradición.

Por delante, Asier, de 8 meses, vive su primera Ofrenda en los brazos de su abuela, que no puede estar más emocionada. Por detrás, Manuela, de 90 años, que pasa en silla de ruedas sin perderse detalle. Las horas pasan y se genera un vínculo con los oferentes de alrededor. Es como una pequeña familia por unas horas. "¡Y por qué no compartir la bota de vino!".

El momento más esperado

Llegado ya el mediodía, parece que la plaza del Pilar está cerca. Los niños más pequeños llegan dormidos, y los que ya tienen edad de ir al colegio aparecen sin fajín o con el moño despeinado. Da igual. Lo importante es vivirlo. Es un sentimiento que refuerza la identidad zaragozana y aragonesa.

A los pies de la Virgen hay quienes se atreven incluso a hincar la rodilla y pedir matrimonio. ¡Qué mejor estampa y lugar para hacerlo! Eso pensó este año Miguel Ángel Catalán. Él no es de aquí –es extremeño–, pero su pareja sí, de Pina de Ebro. Ella se llama Pilar y no podía tener otro nombre porque nació un 12 de octubre.

Hay cientos de historias por minuto. Cada uno la suya. La que le lleva hasta los pies de la Virgen del Pilar.

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