El discreto encanto de las mercerías: "Una abuela vino con su nieta porque nunca había visto una"

Su género variado, abundante y colorido hace de las mercerías de toda la vida una placentera fiesta visual e instagrameable que, a la vez, se ve bajo las mismas amenazas que el resto del pequeño comercio.

La Mercería Emperador de las Delicias.
La Mercería Emperador de las Delicias.
Francisco Jiménez

Entrar en una mercería de toda la vida es hacerlo en una fantasía de color. En medio de ese hipnótico mosaico de botones, cintas, pasamanerías, hilos o retales, uno puede sentirse como una especie de Charlie en la fábrica de Willy Wonka, fascinado por el gancho placentero de su ordenada abundancia. Son negocios que, además, perviven a menudo casi intocados, como un puente entre nuestro pasado reciente y este presente en el que el pequeño comercio se halla en constante amenaza. Solo en Zaragoza, hay seis mercerías actualmente en traspaso. Algunos barrios no cuentan ya con este servicio que, paradójicamente, sigue siendo muy reclamado.

La venta ‘online’ y los nuevos hábitos de consumo, que vacían los barrios de compradores hacia los centros comerciales –donde también acude mucha clientela de los pueblos– son los principales enemigos de las mercerías tradicionales que, sin embargo, siguen fascinando como antaño. "La gente entra y me dice: ¡Qué tienda tan bonita tienes!", dice Elena Marín, de la mercería El Siglo (Cortes de Aragón, 46), donde su propia madre vendió en Zaragoza las primeras compresas. "El otro día -recuerda- entró un señor que me dijo que ya venía con su madre cuando la guerra".

Las mercerías son memoria. Pero también conectan con sensibilidades y fenómenos mediáticos de nuevo cuño. Hasta el punto de que algunas de ellas se han convertido en virales. Es el caso de El Torcal de Málaga (30.000 seguidores en Instagram), pero sobre todo de La Crisálida, un negocio gallego cuyos tesoros en forma de botón que su ahora joven dueño va rescatando del antiguo almacén tiene pendientes a 371.000 personas. En Zaragoza, la mayoría de las mercerías también conservan ese sabor de antaño. Muchas –permanezcan en manos familiares o no– despliegan un profundo compromiso con lo que, al fin y al cabo, sienten como patrimonio. 

La Mercería Ibarra, en la calle Vírgenes de Zaragoza.
Raquel García y Maritina Mallada, de la Mercería Ibarra, en la calle Vírgenes de Zaragoza.
Toni Galán

Es el caso de Maritina Mallada y Raquel García, madre e hija respectivamente, que hace 7 años se pusieron al frente de Mercería Ibarra, con casi 80 años de historia en la calle Vírgenes. Maritina trabajó toda su vida como modista, un oficio en el que se inició de muy niña. Problemas en las manos la obligaron a dejarlo, aunque solo en parte, ya que actualmente se dedica a ella desde el otro lado del mostrador. "En una mercería es fundamental que quien atienda conozca el género y sepa cómo usarlo, no puede despachar cualquiera", explica. Esta especialización es, a su juicio, uno motivo más (y para ella fundamental) por el que las mercerías van desapareciendo en goteo: "Se vende, pero no hay relevo". No es su caso aunque son conscientes de lo insólito. La hija de Maritina, Raquel, veinteañera, lleva acompañando a su madre prácticamente desde el principio en esta nueva andadura. "Ha aprendido aquí conmigo, viendo y escuchando: es la única manera». Raquel lo tiene claro: «Me encanta la tienda, me encanta atender". Todo apunta a que Ibarra tiene cuerda para rato, aunque Maritina es, en general, pesimista: "Como se siga así en dos días no habrá ni una mercería".

Belén, de la Mercería Emperador de las Delicias.
Belén, de la Mercería Emperador de las Delicias.
Francisco Jiménez

Belén Emperador, de la Mercería Emperador –una institución en Las Delicias– es de parecida opinión. Ella misma ha visto cerrar las tiendas de muchas compañeras, si bien su negocio marcha gracias a una clientela habitual a la que, en su caso, en los últimos años, se han añadido los inmigrantes. Belén lo vive y tiene claro el punto fuerte de negocios como el suyo: "El trato personal". También, coinciden las responsables de las tres tiendas, la calidad. "Aquí vienen pidiendo una aguja que no se parta o un hilo que no haga pelusa y de eso no hay ‘online’", dice Maritina. "Hay que entender también el valor de las cosas, que yo te voy a vender una tijera española de 3 Claveles por 20 euros, pero que te va a durar toda la vida", añade Elena Marín.

Elena Marín, dueña de la mercería El Siglo de Zaragoza, situada en Cortes de Aragón y que heredó de su madre.
Elena Marín, dueña de la mercería El Siglo de Zaragoza, situada en Cortes de Aragón y que heredó de su madre.
Francisco Jiménez

El Siglo, Emperador e Ibarra defienden los valores de un comercio de toda la vida sin renunciar a lo que ofrece el presente. Las tres tienen vida en redes sociales (YouTube o Instagram), a la vez que acumulan anécdotas fruto de su propia solera. "Hace poco vino una abuela con su nieta, que vive en Parque Venecia, a que viera la mercería porque nunca había visto una. Hay barrios en los que será difícil que haya ya comercio de toda la vida", explica Marín.

Botones sin parar

"Sé lo que es que entre aquí la gente y vuelva sentirse como un niño, que afloren esos recuerdos de cuando jugaban con las cajas de los botones", añade Belén Emperador. "¡De comprar botones no se puede para nunca!", dicen riendo y con mirada cómplice Maritina y Raquel. «Sólo ahí -dice Maritina señalando a un imponente mueble- tengo 66 cajones y dentro de cada uno 55 tipos de botones. Calcula...". La cantidad de género no solo que manejar y ordenar, sino también el dinero ‘parado’ que supone, es otro de los obstáculos actuales de las mercerías. Elena Marín cuenta que ella lo tiene ya todo informatizado: "Aquí tengo unas 5.000 referencias y en Lidl me consta que no llegan a las 1.300". En Ibarra, su línea de negocio es "tener de todo", pero matizan que en su caso les beneficia estar "en el centro", con gran variedad de clientela, mucha llegada "de propio".

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