Nubia echa la persiana: "Hemos disfrutado mucho, hemos vivido bien"

Tras casi 40 años los locales especializados en la venta de artesanía de todo el mundo echan el cierre por la jubilación de sus propietarios.

Víctor Vegas y Carlota Serrano, los dueños de Nubia, se jubilan.
Víctor Vegas, propietario de Nuria, junto a Pilar, en la tienda de la calle San Miguel
C.I.

Seguirle la pista a la historia de Nubia no es fácil. Sus dueños llevan décadas recorriendo buena parte del mundo para traer lo mejor de cada rincón del planeta en lo que a artesanía se refiere. Y es que lo que nació como una excusa de dos jóvenes estudiantes de electrónica en Salesianos para viajar, se acabó convirtiendo en mucho más que un negocio: más bien en una forma de vida. Indonesia, India, Kenia, países del Este, Vietnam o Tailandia son tan solo algunos de los lugares que han visitado para traer lo mejor de sus talleres hasta la capital aragonesa. Han sido más de cuatro décadas y cientos de artesanos esparcidos por todo el mundo los que han formado parte de esta, su historia.

Sin embargo, con la jubilación de Víctor Vegas (64) y su mujer, Carlota Serrano, vecinos de Ariño, en Teruel, no solo Nubia, en la calle San Miguel, cesa su actividad. Detrás van otros tres establecimientos que se encuentran en calle Mayor, Lorente y César Augusto. 

“Todo empezó como un juego. Nos encantaba viajar pero no sabíamos cómo hacerlo para que nos saliera mejor, así que decidimos empezar a comprar artesanía para recuperar el capital mientras estudiábamos”, rememora este madrileño, aragonés de adopción. La aventura empezó por Marruecos y con su primer local ubicado en la zona universitaria, Salam, en el 50 de la calle Lorente. “En aquel momento éramos los únicos en vender productos como los nuestros y eran muy reclamados por el público universitario por lo novedoso, exótico y colorido”, admite.

Tienda de Nubia en la calle San Miguel.
Tienda de Nubia en la calle San Miguel.
C.I.

Desde prendas de vestir hasta instrumentos, fósiles o artesanía -sobre todo cerámica, muy afamada en aquellos momentos-. Nada que verdaderamente mereciese la pena lucirse escapaba de sus manos. “Subíamos en furgoneta tres o cuatro veces al año. Era sencillo y nos gustaba negociar. En aquel momento teníamos muchas ganas y nada de competencia”, admite.

De allí, a finales de la década de los 90, comenzarían los viajes al otro lado del charco: México, Guatemala, El Salvador... “Fueron años muy buenos, de mucho trabajo y mucho movimiento”, asevera Víctor. A raíz de conocer a otro emprendedor viajero comenzaron a visitar la India y Nepal, con la que decidieron abril un nuevo establecimiento en la calle Delicias.

“Este también cerró, pero era tremendo. Un local de dos plantas, una de ellas con ropa y otra con artesanía, en un momento en el que esta era una de las vías comerciales más buenas de la ciudad”, rememora. A su cierre llegaría el momento de abrir Goa, en César Augusto, un local destinado a la venta de artesanía pero que añade minerales.

El viaje continuaba unos años después con una nueva apertura, en esta ocasión en la calle Baltasar Gracián, con un establecimiento -también extinto- especializado en la artesanía de países del Este. Fue el momento de cambiar de tercio y visitar Albania o Ucrania, y conocer a fondo toda la artesanía comunista de la época. “Recuerdo muy bien el cuero, el cobre, los soldaditos de plomo. Encontramos auténticos tesoros”, añade.

Finalmente abrió sus puertas otro de sus negocios más longevos y conocidos, Turcana, en el 38 la calle Mayor, que sigue sirviendo de reclamo para público de todas las edades. “Ahí empezamos a meter Kenia, Nairobi, Senegal… y funcionaba muy bien, sobre todo por la gente que se mueve por la zona de la Magdalena”, afirma.

Sin embargo, la crisis de 2008 significó un antes y un después en sus vidas. “Esas Navidades fueron horrorosas. Cerraron muchas tiendas en la ciudad y comenzábamos a estar un poco cansados de viajar por todo el mundo, así que comenzamos a centralizar nuestro trabajo y a focalizarnos en Tailandia, que cuenta con una artesanía mucho más rica y variada en cuanto a diseños y calidades”, explica. Sin embargo, su mayor descubrimiento fue Indonesia. “Para nosotros es el país más maravilloso del mundo. Trabajan como nadie cualquier material, el papel, la madera, el tejido… son un prodigio, amables y buenos. Así que hace 20 años comenzamos a trabajar prácticamente en exclusiva con ellos”, especifica.

Una mochila cargada de experiencias

La pandemia supuso otro fuerte varapalo para estos negocios, que ya entonces vieron peligrar su continuidad. “Las cosas han cambiado demasiado”, admite desde la trastienda del local de Nubia, ubicado en el 29 de la calle San Miguel, que se suma a la lista de comercios de la céntrica vía que echa el cierre en poco tiempo junto al de la bisutería Luz de luna, ubicada justo en frente.

Eso sí, el movimiento de gente durante estos días está siendo incesante. “Ojalá hubiera respondido así la gente durante los casi 40 años que llevamos abiertos”, reflexiona Víctor, meditabundo, mientras prepara una jirafa de madera de más de dos metros de alto para un envío. Y es que eso de que en la variedad está el gusto se cumple a la perfección en la tienda, donde encontramos productos desde 50 céntimos hasta 7.000 euros.

Hoy, el comerciante asegura sentir una mezcla de tristeza por lo que dejan atrás, e ilusión por el nuevo comienzo que todo esto implica. “Comenzamos con esto para crear un sistema de vida que nos permitiera conocer el mundo, pero hoy todo ha cambiado demasiado. La gente no valora estas piezas ni el trabajo que llevan detrás como antes, tampoco el trabajo en origen es lo mismo”, admite. Todo esto, unido a que sus hijos han emprendido otros caminos, ha propiciado el cierre de estos cuatro negocios con tanta historia y kilómetros a sus espaldas.

Mucho más que una tienda

“Me quedo con muchas cosas, muchas historias y experiencias. He dejado atrás a artesanos con los que comencé a trabajar con sus padres, al mismo tiempo que hemos atendido a varias generaciones de muchas familias aquí”, reflexiona. Y es que, para ellos, esto ha sido mucho más que una tienda. “Había veces que venían personas a disfrutar de las piezas que traíamos, pues no podrían haberlas conocido de otra manera”, explica.

“Jamás hicimos esto para hacernos ricos, para esto… tienes que nacer pues es una carrera de fondo, una forma de vida. Hemos disfrutado mucho, hemos vivido bien, pero ahora tocan cosas nuevas que también queremos hacer”, explica, pensando en la finca que atesoran en Ariño. Porque, desde luego, esta pareja no piensa dejar de viajar, pues posiblemente no lo sabrían hacer: “Hemos conocido el mundo, pero siempre ha sido por trabajo. Ahora toca volver a todos estos lugares para volverlos a conocer”.

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