Talleres vecinales para personas mayores en La Magdalena: “Estas cosas te animan a vivir”

'Acompañando a Personas Mayores' es un proyecto que lleva nueve años haciendo precisamente lo que su nombre indica.

Rosa María Marco, de 91 años.
Rosa María Marco, de 91 años.
C.I.

Es miércoles por la tarde. Hace frío, pero ni eso ni sus limitaciones de movimiento -en algunos casos- impide que un grupo de personas mayores falten a una de sus citas más esperadas de la semana con su profe, Sara Magaña. Es en la sede de la Asociación Vecinal Parque Bruil – San Agustín, en el 18 de la calle Rebolería, donde se desarrolla 'Acompañando a Personas Mayores', un proyecto que lleva nueve años haciendo precisamente eso, acompañar a quienes más lo necesitan. ¿Su ‘target’ o público objetivo? Personas mayores solas, “o que se sienten solas”, explican. Y es que, definitivamente, no es lo mismo.

Sobre los pupitres, colocados en pequeños grupos, hay decenas de crismas en blanco y negro listos para colorear. También hay pegatinas, brillantes, lápices de colores y purpurina. Todo lo necesario para llenar de color, en este caso, el portal de belén. La tarea se realiza bajo las valiosas indicaciones y directrices de su maestra, Sara Magaña, que tras pasar toda una vida como profesora de primaria ahora dedica su tiempo y energía a enseñar a personas mayores durante nueve meses al año.

Vitalidad y alegría es lo que se puede encontrar en estos talleres de la Asociación vecinal Parque Bruil San Agustín

“Teníamos la asociación en un local muy pequeño justo en frente, donde dábamos clases de refuerzo a niños necesitados del vecindario. Un día, un grupo de señoras que pasaban por la calle entraron y me dijeron: “¿por qué no hacéis algo con nosotros?””, rememora la maestra. 

Empezaron dando clases en casa, delante de una mesa camilla, hasta que decidieron dar el salto y contar con el apoyo de la asociación vecinal que no dudó en ponerse manos a la obra. Aunque durante estas semanas tan especiales los talleres son más navideños, las actividades se prolongan durante todo el año, tocando temas de lo más variados.

“Por un lado trabajamos conocimientos adquiridos que, en ocasiones, se han olvidado aunque también aprendemos cosas nuevas juntos”, explica. Además, Magaña reconoce que la que más aprende, cada día, es ella. “Son entrañables y yo me encuentro fenomenal con ellos. No me canso nunca. De todo lo que les doy, ellas me dan el doble”, admite.

Sara Magaña imparte clase ante un alumnado entregado.
Sara Magaña imparte clase ante un alumnado entregado.
C.I.

Como si de una estrella de cine se tratara, a sus 91 años Rosa María Marco ostenta el título de persona más longeva del curso. Y lo hace con su jersey a juego con el collar de ámbar que luce, y unas enormes gafas de sol de color blanco. “A mí no me preguntes, que me da vergüenza”, espeta, mientras termina de recortar una estrella fugaz. Inquieta y creativa, esta vecina del barrio reconoce que le encanta hacer cosas. “Me jubilé a los 65 y me dio por escribir, aunque lo que más me gusta hacer es cuidar a mi familia”, relata.

Ahora forma parte del grupo que, semanalmente, acude a aprender cosas nuevas y, sobre todo, a disfrutar de la compañía. “Son cursillos encantadores, nos lo pasamos muy bien y aprendemos mucho. Estas cosas te animan a vivir”, reivindica. Y es que, como explica, “a estas edades la soledad es muy mala. Tengo mucha familia, pero estar aquí con todas las compañeras es media vida”, reivindica.

Otra de las alumnas de estos talleres.
Otra de las alumnas de estos talleres muestra su obra.
C.I.

En la mesa contigua se encuentra Emilia Panadero (87), que llegó a los talleres de casualidad, al entrar a preguntar qué era lo que estaban haciendo. “Pasé por la puerta y tuve que enterarme de qué pasaba”, rememora, divertida. Esto fue hace siete años, y desde entonces no ha faltado prácticamente a ninguna de las sesiones. “No sabía leer ni escribir muy bien, y quería aprender cosas que cómo matemáticas, hacer fichas o trabajos manuales como en Navidad. También trabajamos la memoria”, explica.

Sin embargo, ella también se queda con el valor de la compañía. “Con estar con ellas, con lo que hablamos cada día... Y con la profesora, Sara, que se porta genial con nosotras y nos tiene mucha paciencia”, afirma, entre risas. Porque, en su opinión, esto que se hace en el barrio de La Magdalena se tendría que hacer en todos. “Es importante tener un sitio al que ir, no quedarse todo el día solo en el sofá. Esto da alegría y ganas de vivir”, reivindica.

Aunque son menos, también hay hombres en la sala, entre ellos Luis, que tras toda una vida cuidando de su mujer con esclerosis múltiple, ahora es él quien necesita apoyo y compañía, o José María Salanova (78), que reconoce que, con el paso del tiempo, comienza a fallarle la memoria. “Me derivaron aquí hace un mes y medio desde el centro de salud y aquí estamos. Contento. Me gusta estar aquí”, admite.

El último ha sido un taller navideño.
El último ha sido un taller navideño.
C.I.

La compañía, la mejor medicina

En ambos casos, los zaragozanos fueron derivados por su enfermera de toda la vida, Carmen Brun, del Centro de Salud Rebolería que desde hace tres años colabora con la iniciativa. “Hace tiempo pensamos que había que sacar la salud fuera de nuestras puertas y contar con la gente y con el poder de las actividades comunitarias”, explica. Algo que demuestran con actividades anuales como sus paseos saludables o los talleres de fomento a la lectura.

Porque para una enfermedad como la soledad, este tipo de actividades han resultado convertirse en una potente medicina. “Sobre todo para personas que se han quedado viudas, o que no tienen dónde ir. La compañía en muchos casos es lo más importante”, reivindica. Por su parte, desde la AVV aseguran que esta actividad pionera en el entorno comunitario continuará estando siempre entre sus prioridades, “incluso han venido de otros barrios para tratar de replicar el modelo”, admite Carmen Turégano, su presidenta.

“Comenzamos con este proyecto al detectar, gracias a Sara, que la soledad entre las personas mayores del barrio era más problemática de lo que pensábamos”, explica. En estos casi 10 años de actividad ya han pasado medio centenar de personas por su aula vecinal. Además, el proyecto cuenta con el apoyo del Plan Integral del Casco Histórico (PICH), el cual otorga 1.500 euros anuales para gasto de material didáctico. “Tenemos alguna persona con andador y en general su movilidad suele ser reducida. Creemos que una de las claves es que se desarrolle en el barrio, cerca de sus casas, con gente que vive en el entorno. Ojalá se lleve a más lugares”, concluye.

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