incendio en zaragoza

Cicatrices y emociones del incendio de Bubierca y Ateca cuatro meses después

Agricultores, vecinos, voluntarios y ayuntamientos mantienen vivos recuerdos del desastre sucedido en julio, pero guardan esperanzas en el futuro.

Carlos Delgado pasa frente al amasijo de hierros de lo que fue la sede de la Sociedad Agraria de Transformación (SAT) Manubles.
Carlos Delgado pasa frente al amasijo de hierros de lo que fue la sede de la Sociedad Agraria de Transformación (SAT) Manubles.
Macipe

El 18 de julio la chispa producida por la reforestación en el paraje de Monegrillo abrió la puerta a un infierno alentado por el aire y temperaturas de 40 grados que arrasó con 14.000 hectáreas de Alhama de Aragón, Ateca, Bubierca, Castejón de las Armas, Cetina, Embid de Ariza, Moros, Terrer, Villalengua y Villarroya de la Sierra. Cuatro meses después, con 27 grados menos y con la lluvia de testigo, agricultores, voluntarios y ayuntamientos siguen teniendo muy presente lo sucedido.

Sin embargo, a pesar de los desalojos, la confusión y el miedo de aquellos días, también guardan, como los brotes que van apareciendo en los cerros, en los frutales y en las vides, ciertas esperanzas en el futuro. Lo hacen en un paisaje que aúna el gris de la ceniza, el marrón de la tierra desnuda, el ocre y amarillo en los árboles que se salvaron y el verde favorecido por las precipitaciones.

"Tuvimos que cambiar las cámaras y el aire acondicionado porque dentro de la tienda hubo más de 50 grados. El seguro dice que como el fuego se quedó a las puertas no cubre los daños. Solo he podido tener una compensación mínima por parte del género", señala Sol Lagunas, al frente del negocio familiar de Moros que cercó el fuego.

Ahora es tiempo de recuperar los servicios y el paisaje. "Se están reparando tuberías afectadas desde el manantial, con fondos de la Diputación de Zaragoza. También caminos dañados por la tormenta de agosto y tres kilómetros de acequias, en distintos puntos, con la colaboración de los regantes, el Ayuntamiento y costeado por la DGA", enumera el alcalde morisco, Manuel Morte.

A pie de la carretera Carlos Delgado, de la SAT Manubles, contempla el amasijo de hierros del almacén y las cámaras frigoríficas, una cicatriz que no cura. "El seguro tiene que terminar los papeles para ver qué hacemos. De las instituciones ni han dicho nada ni esperamos que digan. Hemos asumido más costes por alquilar frío fuera y transportes y menos ingresos", comenta evitando los clavos que se cuentan por cientos en la explanada que antes se llenaba de cajas de fruta.

"Las ayudas del Gobierno de Aragón no son para la renta y para gente que tiene 60 años… No compensa ponerse a arrancar. Hasta ahora no se ha cobrado ni un duro. El único que ha dado algo es el de Viveros Verón, que ha regalado árboles a quien lo ha necesitado", subraya Delgado.

Parte de ese pesimismo se comparte aguas arriba, en Villalengua, donde Iván Alonso, a sus 27 años, asume que "hay poco interés". "Este incendio ha sido más que forestal y el problema es que ha afectado no a piezas enteras, sino a distintas partes". En su caso, la superficie dañada ronda la hectárea y media con un gran pero: "No está toda junta. Además hay árboles de distintas edades y variedades". "Y algunos que parecía que no tenían daños, ahora en la poda hemos visto que sí, que hay bastantes más", añade. Por el momento, no ha recibido ninguna compensación de la DGA, solo el pago de Agroseguro. "Pero por la cosecha perdida, no por el fuego", aclara.

En Ateca, Roberto Gracia, vitivinicultor, descartó solicitar las ayudas de la DGA porque las condiciones no le interesaban. "A la semana vi brotar las cepas. Las tendré que guiar, hacer poda más severa, pero no arrancar. Que cada plantón son dos euros y es inviable", argumenta. "Hasta que no broten no tocaré nada", sentencia. En su caso, una de las propiedades afectadas era una casa de campo a la que antes iba a diario. "Y ahora llevo por lo menos seis días sin ir", cuenta. "Cuando nos dejaron subir estuve con mi hermano y nos fuimos. Estás en shock. Lo ves y te vas y no te das cuenta. Es después cuando lo asumes", recuerda.

El apoyo de la cartera

Quien tampoco lo olvida es Miriam Legua, cartera de Moros, Torrijo, Villalengua y Ateca desde marzo: "Cuando pude volver repartía lo urgente y era más importante apoyar y animar que otra cosa, porque todo era gente mayor".

Cerca, en Bubierca, término donde se localizó el foco, su alcalde, Antonio Borque es claro: "No espero nada". "Cuando nos expropiaron para la autovía nos dieron 1.000 pesetas por pie de pino y dio para arreglar cosas en el pueblo. Ahora…", apostilla.

En Alhama hubo que acometer el desalojo de los vecinos y turistas de los balnearios. "Había 220 personas que tuvieron que ir a Nuévalos y Calatayud. El daño colateral en cancelaciones y gente que cambió de planes es imposible de medir", dice Manuel Fernández, subdirector de Termas Pallarés. "Fue muy rápido, pero bien organizado. Una respuesta excepcional en una situación compleja. No hemos recibido grandes quejas", explica Gustavo Moreno, responsable del Hotel Balneario Alhama.

En Calatayud, donde acudieron gran parte de los desalojados, su concejal de Urbanismo, José Manuel Gimeno, recuerda que fueron horas intensas, donde la solidaridad de los bilbilitanos se hizo patente de inmediato. "A nosotros y muchas empresas ni se nos pasa por la cabeza que se nos pague por lo que hicimos. Era lo que correspondía", zanja.

En primera persona: así lo recuerdan varios afectados

Lupe Bueno, dueña de una casa rural en Nuévalos: "Hemos creado un lazo muy bueno a raíz de aquello"
Lupe Bueno. Dueña de una casa rural en Nuévalos.
Lupe Bueno. Dueña de una casa rural en Nuévalos.
Macipe

"Estábamos cenando y vimos que venían muchos coches de Alhama. Bajamos al pabellón y se sacaron mesas con café y, sobre todo, agua, por el calor. También colchones, aunque la primera noche no pegaron ojo", recuerda Lupe Bueno, de 50 años, dueña de ‘La era del malaño’. Ella cedió su casa rural para 15 personas. Cuatro meses después se sigue emocionando: "Mucha gente nos dice que no sabe cómo darnos las gracias". "Siempre digo que si hubiera sido al contrario habrían hecho lo mismo. Y hemos creado un lazo muy bueno a raíz de aquello", destaca.

"Dimos todo lo que estaba a nuestro alcance. Acabamos agotados, pero te reconfortaba el haber podido ayudar. Luego tuvimos una jornada de convivencia y fue precioso", confiesa valorando la invitación de los alhameños.

Roberto Gracia, vitivinicultor de Ateca: "Pensé en irme fuera, pero he recuperado la ilusión"
Roberto Gracia, vitivinicultor de Ateca.
Roberto Gracia, vitivinicultor de Ateca.
Macipe

Las manos de Roberto Gracia, de 47 años, están curtidas por el trabajo entre 10 hectáreas de vides entre Ateca y Moros, donde los daños los contabiliza no por superficie, sino por planta: "Son 500 cepas, aquí; 200, allá; 2.000 en otra…", cuenta.

En su caso, el fuego arrasó con una pequeña casa de campo y con todo lo que había en ella: generadores, herramientas, lonas… "Hasta las cenizas de mi padre", recuerda diciendo la misma frase que le contó al fotógrafo Eduardo Ezequiel.

Cuando en julio vio esa finca reconoce que pensó en dejarlo todo. "Me dieron ganas de irme de aquí. Pero ahora he recuperado la ilusión porque hemos apostado por esto", explica con rabia a escasos metros de donde se instaló el puesto de mando que

coordinó a los más de 300 efectivos de extinción.

Sol Lagunas, dueña de la tienda de Moros

"Fue horroroso, como una película de miedo"
Sol Lagunas, dueña de la tienda de Moros.
Sol Lagunas, dueña de la tienda de Moros.
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A pesar de la marcha de vecinos con el invierno, la puerta de la tienda de Sol Lagunas, de 50 años, se abre para quienes resisten en el pueblo. "He perdido los ingresos de todo un año. Los aparatos han sido 6.000 euros. De producto perdí 1.700, de los que la franquicia me ha repuesto 900. Estamos pendiente de las declaraciones en el juzgado", apunta con pesimismo.

De esa semana de julio recuerda que "fue como una película de miedo". "A la una y media llegué a casa y 15 minutos después estábamos saliendo. Con tres personas mayores, cogimos la medicación y con lo puesto nos bajamos a Ateca, luego a Calatayud y fuimos a Zaragoza", detalla.

"Fue horroroso", insiste Lagunas, rememorando que su marido pudo subir a dar vuelta y "dentro de la tienda había 52 grados".

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