Viaje a las bodegas templarias de la Zaragoza antigua

El restaurante ‘Mandanga de la Buena’ ofrece la oportunidad de visitar la parte subterránea de su local, ubicado en la calle Contamina.

Lorena Verón, en la bodega con la cruz de fondo.
Viaje a las bodegas templarias de la Zaragoza antigua
C. I.

Cada día, cientos de personas discurren con normalidad por las calles del casco antiguo de Zaragoza. Muchos de ellos desconocen el pasado que, todavía hoy, albergan los bajos fondos de estos trazados y sus antiguas vías.

A varios metros bajo tierra permanecen escondidas viejas historias y leyendas que, en ocasiones, intentan encontrar una salida. Precisamente, el restaurante ‘Mandanga de la Buena’ –ubicado en el número 7 de la calle Contamina-, ofrece la oportunidad de visitar la parte subterránea de su local, un lugar utilizado hoy en día como bodega, pero que aseguran, mantiene un cierto halo de misterio.

“A menudo pasan clientes que nos van contando historias de este sitio. En una ocasión nos dijeron que se trata de una bodega que data del Siglo X, y que, por la forma en semicírculo del espacio, podría tratarse del altar mayor de un antiguo Templo Templario”, explica Lorena Verón, trabajadora del restaurante.

En esa misma bodega, un espacio fresco y lúgubre de paredes y techos irregulares, se ubica un botellero de madera sobre el cual se erige una cruz de dimensiones considerables y sujeta por dos cuerdas. “Cuando llegamos estaba ahí y la hemos respetado. No sabemos quién la colocó ni por qué pero nos encantaría que algún experto viniera a echarle un vistazo”, invita Verón. “Indagando, descubrimos que los símbolos que presenta son de origen cátaro. No hay que olvidar que los Templarios sirvieron fielmente a la Corona de Aragón y que colaboraron con esta civilización”, añade.

Asimismo, a ambos lados de la actual bodega se dibujan dos pasadizos cerrados con una superficie de tierra que impide conocer su recorrido o qué secretos guardan al otro lado. Precisamente, de estos conductos de El Temple se habla en el libro ‘Las cloacas de Caesaraugusta’, de Francisco de Asís Escudero y María Pilar Galve.

“En 1994 solo se pudo explorar algo del entorno de la cloaca, aunque rellena de tierra en sus dos terceras partes, se pudo ver que continuaba por ambos lados sin rupturas aparentes a lo largo de trechos relativamente largos, que suponemos alcanzaría 13 metros hacia el este (calle Jussepe Martínez) y 11.5 metros hacia el oeste (calle Alfonso)”, recoge el citado libro.

Los autores confirmaban la existencia de varios tramos de estas cloacas “inmersos en la grava natural”, como los que se encuentran hoy en día en la parte inferior del restaurante zaragozano, y que fueron construidos en hormigón, con 1,1 metros de altura y una forma abovedada, tal cual se mantienen en la actualidad. “Debido a los arreglos, la apariencia de la bóveda es irregular”, concluían. Todavía se mantiene un tercer pasadizo, este más largo, que discurre de forma paralela a la escalera de acceso a la bodega.

Un misterio enterrado durante 50 años

Hace medio siglo, HERALDO DE ARAGÓN, de la mano de la periodista Milagros Heredero, ya se hacía eco de los misterios que se mantenían vivos entre los vecinos de la zona: “Hablando de la calle del Temple y de su peculiar misterio, el señor Gracia me describe el sótano de su propia casa. (…) Lo más raro era que tenía como una especie de asientos enclavados en las paredes. No sé… Parecía como una cárcel. Ahora creo que está todo condenado. Se decía que había galerías subterráneas que llevaban hasta el Coso. ¡Vaya usted a saber…!”.

En esa misma calle se asentó la Orden de los Templarios hacía 1164, pero que no sería hasta 1204 cuando dispondrían de su propia iglesia y cementerio, que recibieron como una donación del Obispo de Zaragoza, D. Raimundo de Castrocol. Dicha iglesia –de Santa María del Temple- se situaba en la intersección de las actuales calles de Santa Isabel y del Temple.

“Además de estas cloacas, hay quienes aseguran que hubo un colegio de niños, unas mazmorras donde permanecían los reos que aguardaban a ser ajusticiados, e, incluso, que se utilizaron como salvoconducto durante la Guerra Civil”, asevera Lorena Verón. Varios visitantes y trabajadores del centro aseguran que se trata de un lugar cargado de energías “que se notan en el ambiente”.

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