Cinco bosques aragoneses para recorrer en otoño

La época otoñal llena las masas boscosas de un rico cromatismo. Mientras algunas especies vegetales se marchitan y pierden sus hojas, tiñendo el paisaje de ocres, otras producen su frutos en esta temporada, moteando la naturaleza de sus vivos colores.

Acebeda de Inogés, especialmente interesante para recorrer en invierno.
Acebeda de Inogés, especialmente interesante para recorrer en invierno.
Eduardo Viñuales

Con la llegada del otoño, y el comienzo de los rigores metodológicos, muchos aficionados a la naturaleza se olvidan un poco de la montaña para dirigir sus salidas hacía alguno de los hermosos y singulares bosques que tenemos en Aragón. Aquellas masas boscosas con especies de hoja caducifolia, que se marchita y cae en esta época otoñal, ofrecen un contraste de colores que las convierte en uno de los espectáculos más bellos que ofrece la naturaleza en estos meses.

Proponemos cinco recorridos por otros tantos bosques aragoneses, seleccionados del libro ‘Rutas por los bosques más bellos de Aragón’, del naturalista zaragozano Eduardo Viñuales. La obra se presenta hoy, martes 26, las 19.00 en el Paraninfo (plaza de Paraíso, Zaragoza), con una charla en la que el autor ofrecerá imágenes de una amplia muestra de las 40 rutas seleccionadas para esta publicación.

Estos son cinco de los bosques aragoneses especialmente indicados para visitar en otoño:

1. Hayedo del paso del Onso. Este bello paseo propone partir del embalse de la Sarra, camino del refugio de Respomuso, cauce arriba del río Aguas Limpias, para atravesar en silencio las laderas del bosque de Soba y llegar hasta Llano Cheto. Su denominación proviene de los osos que deambulaban hace años por estos frondosos bosques de hayas del valle de Tena, buscando hayucos y frutos silvestres. Aunque ya no haya plantígrados si hacemos este sendero podríamos ver sarrios, quebrantahuesos, corzos y flores tan atractivas como la campanilla de las nieves.

2. Rincón del Soto Falso, en La Alfranca. A 10 km de la ciudad de Zaragoza, desde la finca de La Alfranca nos acercamos por un itinerario señalizado hasta el Soto del Rincón Falso, exuberante y verde selva vegetal en medio de árida depresión del valle del Ebro, y hábitat natural de tritones, galápagos, autillos, oropéndolas, petirrojos, pájaros moscones, currucas… El alma del soto está compuesta por grandes chopos y álamos, con árboles caídos, y con un sotobosque muy tupido -en muchas ocasiones impenetrable- debido a la densa cubierta de zarzas, plantas trepadoras y árboles de todas las edades.

3. Hayedo de Peñarroya, en el Moncayo. La cara norte del Moncayo atrae las abundantes aguas de lluvia trasladadas por las grises nubes procedentes del Atlántico. Ello propicia que las laderas se vean vestidas por tupidas manchas de hayas, robles, melojos, abedules y pinos. El hayedo de Peñarroya es uno de los más poéticos rincones boscosos del Parque Natural, especialmente en los días de otoño, y se puede recorrer en un circuito circular de 8 km. Si alzamos la cabeza hasta las copas de las hayas es posible que veamos un vaivén de pajarillos como agateadores, trepadores azules, pinzones... No todo son hayas: hay también abedules, arces, serbales, mostajos, robles, cerezos, castaños y saúcos. Toda una riqueza de matices, colores y olores para el paseante.

4. Acebeda de Inogés. Esta acebeda, o acebal, crece dentro de un pinar de pinos silvestres en la sierra de Vicor. Al sur del Moncayo las montañas del sistema Ibérico se extienden y se separan formando las sierras de la Virgen, Algairén, Espigar o Vicor, una alineación geológica muy antigua, de rocas paleozoicas, que da amparo a un paisaje vegetal muy atractivo al estar configurado por pinares y por extensas masas homogéneas de encinares a los que acompañan acebos, alcornoques, brezos, serbales, madroños, enebros, fresnos, etc… La parte más alta de este conjunto sobresaliente se ubica en el llamado pico del Rayo (1.427 m). Para llegar a él se atraviesa un bosque musgoso de pino silvestre o albar, de ambiente fresco, cuyo resguardo contiene grandes y bellos acebos. Gran parte de ellos son ejemplares hembras, ya que poseen frutos. A partir de octubre se ven estos ejemplares cargados de frutos rojos del tamaño de un guisante, mostrando un hermoso y colorido entorno.

5. Chopos cabeceros de Pancrudo. En las tierras del Jiloca, el cauce del río Pancrudo se encuentra orlado de recios y altos chopos, álamos negros que a través de una escamonda o poda periódica –cada 12 ó 15 años- han adquirido esa característica forma arbórea consistente en una cabeza o “toza” engrosada de la que nacen largas y verticales ramas o vigas. Estos bosques lineares turolenses son un paisaje cultural, un oasis alargado de árboles cultivados que tienen la gran virtud de acoger a una rica biodiversidad. Junto al agua vamos a ir encontrando plantas acuáticas como el carrizo y la anea, e incluso es posible que nos salga al paso volando alguna garza real que ande por allí cerca pescando.

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