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"En verano hay gente, pero el invierno es triste en Fuenferrada"

El alcalde, Rubén García, con 39 años, es el vecino más joven del pueblo más envejecido de Aragón, que en un siglo ha pasado de cerca de 400 residentes a una veintena.

El alcalde, Rubén García, de 39 años, conversa con un vecino, Joaquín Sebastián, de 84 años.
El alcalde, Rubén García, de 39 años, conversa con un vecino, Joaquín Sebastián, de 84 años.
Javier Escriche

"En verano hay gente y alegría, pero el invierno es triste aquí, porque solo quedamos una veintena de vecinos y yo, con 39 años, soy el más joven de todos". Rubén García, alcalde de Fuenferrada, el pueblo más envejecido de Aragón con 71,8 años de media, reconoce que el futuro de esta localidad de las Cuencas Mineras limítrofe con el Jiloca es "difícil", pero aclara que "como el de muchos otros pueblos de la provincia".

El municipio, que rondó máximos de 400 habitantes a principios del siglo XX, tiene ahora 36 censados, pero, en lo más crudo del invierno, solo permanecen una veintena. El censo es engañoso. Por ejemplo, el vecino más longevo, Antonio, de 97 años, aunque está empadronado allí, vive en una residencia de la tercera edad de Calamocha.

La emigración a Barcelona, Valencia y, sobre todo, a Zaragoza desplomó el censo hasta hacer inviables servicios básicos como el colegio, una tienda o un bar –el que hay, a las puertas del Ayuntamiento, solo abre en el periodo estival–. Rubén explica que en las fiestas patronales, en verano, el pueblo está "bonito" con 400 veraneantes que ocupan la mayoría de las casas; pero es un espejismo porque las calles se vacían cuando llega el frío.

Los servicios básicos se reciben de Utrillas, donde están el centro de salud, las tiendas y los bares. La escuela cerró hace tantas décadas que el alcalde no recuerda haberla visto abierta y actualmente es la casa consistorial. El médico visita en el consultorio local una vez por semana y otros servicios llegan también de forma ambulante. Todos los vecinos se saben de memoria el calendario semanal de los vendedores itinerantes para asegurarse el abastecimiento de lo más necesario para la alimentación. "El panadero pasa tres veces por semana, el frutero los lunes y el pescadero los miércoles", repasa el alcalde.

La falta de medios para ganarse la vida precipitó la despoblación en la segunda mitad del siglo pasado. En el municipio, marcado por la altitud, el frío y las precipitaciones escasas, solo hay trabajo como agricultor cerealista y ganadero de ovino, los dos oficios del alcalde, para quien la posibilidad de atraer algún parque de energías renovables sería un sueño. "Todo lo que genere empleos y traiga ingresos al pueblo me gustaría, pero no hay nada previsto", se lamenta.

Los únicos rayos de esperanza los aportan el tirón industrial de la vecina Utrillas –un vecino acaba de llegar al pueblo para trabajar en la fábrica de Espuña de la capital minera– o la anunciada implantación del súpermatadero de Tönnies en Calamocha, a media hora de viaje en coche y que creará, según el proyecto, 1.200 empleos directos, además de 1.600 indirectos.

Uno de los muchos emigrados que salieron del pueblo en los años del Desarrollismo es Joaquín Sebastián, de 84 años. Recuerda que se fue a trabajar a Barcelona en 1962, pero al jubilarse, en 2002, decidió volver a la casa de su familia, aunque ya no viva en el pueblo ninguno de sus cinco hermanos. Afirma que, a pesar de la precariedad de los servicios derivada de la despoblación, no se arrepiente de su decisión. «Aquí estoy en la gloria. La gente no sabe lo que es vivir en el pueblo», afirma mientras trabaja en la reparación de su casa. Añade que el pueblo «está limpio, tiene luz, agua... y a precio de saldo». Por las circunstancias de la Guerra Civil, nació en Calanda, pero se crió en Fuenferrada, el lugar que ha elegido para jubilarse, donde tiene su casa y un huerto –de hecho, los alrededores del pueblo están ocupados por pequeñas pero cuidadas huertas para el autoconsumo–.

Tampoco la atención hospitalaria ayuda a hacerle la vida más fácil. Joaquín se queja del servicio especializado del hospital Obispo Polanco, al que tuvo desplazarse recientemente para recibir atención de otorrinolaringología. Critica que solo hay "una otorrina para toda la provincia" y de que le remitieron a Zaragoza para recibir la atención que no podían prestarle en la capital turolense. "Pero no me facilitan ningún transporte para desplazarme", protesta. El único transporte publico que disfruta esta localidad –a solo dos kilómetros de la carretera Nacional 211– es un servicio de taxi que, cada 15 días, presta la Comarca de las Cuencas Mineras previa solicitud de los vecinos.

El alcalde explica que le gustaría "que el pueblo vaya para adelante", aunque admite que el reto es difícil. Su preocupación es garantizar los servicios básicos: agua, luz y cobertura telefónica. Entre los últimos equipamientos públicos que entraron en servicio, figura el pabellón, inaugurado en 2015 y que se utiliza, fundamentalmente, en las fiestas patronales, cuando se reúnen hasta 300 personas en la plaza.

Pero, a pesar de sus esfuerzos, el censo sigue bajando y la edad media sigue subiendo. Rubén, soltero, admite que le gustaría encontrar pareja para formar una familia, pero, con un gesto de resignación, se pregunta: «¿Quién se va a querer venir a vivir aquí?».

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