Y... sonó el Campanico del Ángel

Uno de los actos más tradicionales, que hunde sus raíces en la época medieval, sale revitalizado con la presencia de decenas de vaquilleros en el Ayuntamiento.

La alcaldesa, los mantenedores, el concejal de Fiestas y el Vaquillero del Año, hicieron tañer el Campanico.
La alcaldesa, los mantenedores, el concejal de Fiestas y el Vaquillero del Año, hicieron tañer el Campanico.
Javier Escriche

El antiguo rito se cumplió una vez más. El Campanico del Ángel, situado en el tejado de la Casa Consistorial, no avisó con su agudo tañido de catástrofes o invasiones, como hacía en otras épocas, sino de que la fiesta más esperada del año acababa de comenzar.

A las 16.30 en punto, la cuerda que sujeta el badajo del campanico se tensó: diez manos la impulsaron haciendo repiquetear el metal. La alcaldesa, Emma Buj; el concejal, Javier Domingo; el Vaquillero del Año, Lázaro Vicente, y los mantenedores, José Manuel Alba y Jorge Martín, fueron los encargados este año de hacer mover el bronce desde el balcón del Ayuntamiento, tan repleto de personas –familias enteras– que apenas podía moverse el cabezudo de la Vaquilla, un símbolo de la revitalización de la Comparsa, que este año también se exhibió desde lo alto de la balconada.

"Vaquilleros, la fiesta es nuestra; que suene el campanico", proclamaba la alcaldesa ante las peñas que se habían concentrado a los pies del balcón municipal. Peñistas de El Despadre, Los Marinos o Nos An Soltao bailaban al compás de sus charangas, desde lejos un revoltijo de música, que competían por ser la más ruidosa.

Los esfuerzos de Interpeñas por recuperar este acto –durante los últimos años en vías de defunción a raíz del auge adquirido por la colocación del pañuelo al Torico– han tenido su recompensa: Ayer, la plaza de la Catedral fue una multitudinaria manifestación del espíritu vaquillero.

Poco después del toque del campanico, Marta Martínez y África Boj recibieron de manos de la alcaldesa el pañuelo que debían trasladar a sus compañeros de la peña Los que Faltaban, para atarlo a la testuz del Torico. Una  misión fundamental, como advertía África Boj:_"Hasta que no lleguemos nosotras no empieza la Vaquilla". Pero también se convierte en una complicada empresa, la de salvar los escasos  130 metros que separan las plazas de la Catedral y el Torico sin tropiezos, ante las miles de personas allí concentradas. Un grupo de peñistas de confianza formaron un pasillo infranqueable para que ambas mujeres  lograran su hazaña. Marta, embarazada de cuatro meses, lo vivió como un paseo.

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