El glaciar de Monte Perdido reduce su espesor en 15 metros en una década: "Se ha roto la fábrica de hielo"

Los investigadores del IPE Ignacio López-Moreno y Jesús Revuelto detallan su evolución desde 2011 y las consecuencias de su degradación, que los hace más peligrosos para los montañeros y para los estudiosos.

En la imagen se puede ver la separación entre la parte oriental del glaciar y la occidental.
En la imagen se puede ver la separación entre la parte oriental del glaciar y la occidental.
Nacho López Moreno

Los glaciares del Pirineo están "en su fase final" porque el clima de la cordillera ya no es compatible con la pervivencia de las últimas masas de hielo del sur de Europa. Entre 2011 y 2020 perdieron un 23% de su superficie, desaparecieron tres y el espesor se redujo de media 6,3 metros. Lograron sobrevivir a las dos últimas etapas cálidas de la historia y conservan hielo de hace 2.000 años pero no superarán el actual cambio climático.

Ignacio López-Moreno y Jesús Revuelto, científicos titulares del Instituto Pirenaico de Ecología-CSIC, constataron con datos "la pérdida en pocos años de este archivo ambiental" y de este patrimonio paisajístico, durante un acto organizado este miércoles por la sede Pirineos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. "Estamos presenciando cómo desaparecen", aseguraron, porque ya ni siquiera los protege la nieve, pues una parte del año se funde y los deja al descubierto. "Se ha roto la fábrica de hielo. Son como unos cubitos en medio de la nada fundiendo poco a poco, unos años mucho porque hace mucho calor y otros menos", dijo al respecto López-Moreno.

Los datos más recientes sobre el de Monte Pérdido, que el IPE estudia desde hace 12 años, confirman un declive muy marcado con pérdidas de 15 metros de espesor en ese tiempo, "equivalente a un edificio de cuatro o cinco plantas". Desde 2011 la media de retroceso anual era de un metro, pero en los dos últimos se disparó hasta 3,95 m, por las bajas acumulaciones de nieve en los inviernos de 2022 y 2023 y las olas de calor de ambos veranos. Entonces "saltaron todas las alarmas". Y a esto se añade que en la campaña de septiembre del año pasado se confirmó la rotura definitiva del glaciar inferior en dos mitades, para quedar fragmentado en tres pedazos, lo que acelera la fusión.

En el acto organizado por la UIMP en la Fundación Ibercaja de Huesca, López-Moreno recordó que en 1850 ocupaban una superficie de 2.000 hectáreas, en 1984 ya se había rebajado un 75% y ahora no pasa de 170 ha. "No hacemos más que quitar glaciares de la lista", señaló. Y la información extraída en esta cordillera es un anticipo de lo que pasará en los Alpes.

El IPE eligió Monte Perdido para llevar a cabo sus investigaciones por ser uno de los más grandes y el icono del Parque Nacional de Ordesa. En 2011 solo estaba en estudio en Francia el Vignemale, y la CHE hacía un seguimiento del de Maladeta.

López-Moreno, en el acto organizado por la UIMP en Huesca.
López-Moreno, en el acto organizado por la UIMP en Huesca.
Heraldo

La investigación ha ido evolucionando y perfeccionando los sistemas de seguimiento. Se empezó con balizas (se instalaron nueve y en pocos años las escupió el glaciar por el deshielo), se siguió con el radar y el láser escáner terrestre y ahora los drones permiten una visión más completa de toda la superficie que ha mostrado muchas zonas descubiertas donde aflora la roca.

Todos estos sistemas han servido para ver la evolución anual, casi siempre negativa, sobre todo desde 2022. Aunque el espesor se ha reducido 15 metros de promedio, en algunas zonas son más de 20. A esto se suma el problema de la fragmentación.

Una de las consecuencias, según expuso Jesús Revuelto, es el aumento de la pendiente, lo que dificulta la fijación de la nieve. También incrementa el peligro. "Hay zonas por donde ya no nos metemos", precisó el científico. Un riesgo que pueden comprobar también los montañeros en el Aneto, pues desde finales de junio emerge el hielo y se desaconseja el paso. Además, Monte Perdido se ha oscurecido por la mayor presencia de piedras, lo que también acelera la fusión, y presenta ahuecamientos y colapsos. "Este glaciar está en su fase final", concluyó.

Adaptación de los montañeros

El resto corren la misma suerte, ya que se está acelerando el deshielo en todos. Si en Monte Perdido el espesor se redujo 3,9 metros con las olas de calor, en Infiernos alcanzó los 3,3 metros; y en el Aneto la pérdida fue de 3,2. Los alpinistas que ascienden a esta cumbre son testigos del retroceso, al que se tienen que adaptar. Un ejemplo es que ahora ya se puede subir al Aneto al final del verano sin tocar el hielo. Y además algunas rutas en los Infiernos han cambiado.

"El clima actual del Pirineo ya no admite tener glaciares", afirmó López-Moreno. La prueba es que en los últimos años se están eliminando algunos de la lista al no tener movimiento. "No podemos dar una fecha pero está claro que los más pequeños van a desaparecer en los próximos años y los de mayor tamaño en las próximas décadas", dijo.

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