Mateo Ferrer: "Toda mi vida recordaré la noche de abril en la que murieron cuatro personas"

Mateo Ferrer es el director de la residencia de mayores La Abubilla, en la localidad de Yéqueda. Fue el primer centro covid de España.

Mateo Ferrer, director de La Abubilla, delante de la entrada de la residencia.
Mateo Ferrer, director de La Abubilla, delante de la entrada de la residencia.
Rafael Gobantes

La residencia de mayores La Abubilla de Yéqueda, muy cerca de Huesca, se abrió a principios de abril, pero antes se vio sometida a un intenso rodaje que marcó la vida de su director, Mateo Ferrer, y la de todos los empleados y personal sanitario del Salud. Entre el 23 de marzo y el 20 de junio de 2020 atendió a 99 pacientes con coronavirus. Fue el primer centro covid de Aragón, y de España. De las 160 personas que pasaron por aquí fallecieron 27. 

¿Qué sabía de la covid hace un año y qué sabe ahora?

El conocimiento que teníamos hace un año era muy escaso en relación al adquirido en esos meses. Nadie de los que estábamos en primera línea sabíamos cómo funcionaba el virus. Al principio, lo abordamos de una forma distinta porque nos dijeron que si estábamos lejos no había que llevar mascarilla. Eso lo dice todo.

¿Qué pensó cuando le dijeron que su residencia, sin estrenar, iba a ser el primer centro covid de España?

En ese momento no te da tiempo a pensar. Fue al principio del confinamiento y empiezas a ver que aquello no iba a ser ninguna broma, que era algo que iba en serio. Pones el cerebro en modo de alerta y trabajo máximo y no tienes tiempo de replantearte qué hacemos, a dónde vamos y qué va a pasar. Todo era acción, acción.

¿Cómo se produjo este paso?

Se habían hecho todas las revisiones e inspecciones. Nos aprobaron la apertura ya con el estado de alarma, pero en esa situación ningún expediente administrativo podía entrar ni salir y estábamos como en un limbo. Teníamos todos los permisos y no podíamos abrir. La DGA vio la necesidad de que hubiera centros así y nos lo planteó.

¿Hubo dudas?

No, en absoluto. Desde el primer minuto vimos que había que hacerlo. Teníamos claro que en nuestra casa no nos íbamos a quedar de brazos cruzados.

Es muy joven, ¿había visto la muerte tan cerca y con esta dimensión?

No. Recuerdo y recordaré toda mi vida que el primer fin de semana de abril de 2020 fallecieron cuatro personas en una noche. Era sábado. Aún no habíamos dado un alta, la tendencia era a peor y nos planteamos dónde íbamos a llegar, hacia dónde íbamos. Obviamente, los centros residenciales convivimos con la muerte pero no en semejante volumen y con la incertidumbre de si se iba a poder atajar a corto plazo, pero gracias a Dios se logró.

¿Qué necesitaban quienes llegaban esos primeros días, además de atención médica?

Recibir información para tener tranquilidad. Eran conscientes de lo que ocurría, tenían televisión en las habitaciones, leían periódicos, hablaban con la familia… Sabían que estaban en la primera línea porque estaban afectados por el virus. Necesitaban tranquilidad y, a la vez, todo el contacto familiar que se pudiera. Han sufrido mucho con el aislamiento. Para ellos ha sido lo peor, en muchos casos, incluso peor que la misma enfermedad.

Usted salía a recibir a todos los usuarios que llegaban. ¿Qué veía en sus ojos?

De todo. Agradecimiento porque venían a un centro ‘especializado’; miedo e incertidumbre porque no sabían a qué se iban a enfrentar ni cuánto tiempo iban a estar... Eran conscientes de que habían cogido un virus del que no se sabía nada y que los trasladaban desde su residencia, que en el fondo era su casa, a un sitio nuevo… Con la mirada preguntaban qué iba a pasar.

En todo este año ¿qué ha sido lo que le ha dejado más huella?

El compañerismo entre ellos. Se cuidaban, se interesaban unos por otros… Se crearon unas dinámicas interpersonales que nos sorprendieron y fue lo que más satisfacción nos produjo.

¿Qué hicieron en la residencia para evitar que pensaran en la enfermedad?

Desde el principio empezamos a mover, con varias voluntarias, las videollamadas con la familia, que para ellos era lo mejor del día. Ver a los hijos y a los nietos. Les ayudaba a evadirse de lo que tenían alrededor, aunque fuera 10 minutos al día. Y el Salud vino con fisioterapeutas, terapias ocupacionales… Les intentábamos hacer el día lo más ameno posible, juegos, música en los pasillos…

¿Qué les han enseñado los mayores en estos meses?

Que la socialización, el contacto con la familia, con los profesionales es lo más valioso porque es algo esencial para ellos. Cuando alguien estaba confinado, poco a poco, iba cayendo. Al terminar el aislamiento y hacer una vida normal, cambiaba radicalmente, le dejaba de doler todo y pasaba a estar superalegre. La socialización ha de ser lo máximo.

¿Repetiría la experiencia?

Sin dudarlo. Ha sido muy, muy duro, pero satisfactorio y estamos muy orgullosos de lo que hemos hecho. Lo repetiría mañana si hiciera falta. Así de claro lo tengo.

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