Tiempo sin medida

Zaragozanos y visitantes han disfrutado este sábado de las principales actividades que hay en el centro de la ciudad con motivo de la Navidad.
Zaragozanos y visitantes han disfrutado este sábado de las principales actividades que hay en el centro de la ciudad con motivo de la Navidad.
Francisco Jiménez

Cualquiera diría que la desmesura, justo en el momento en que todo a nuestro alrededor parece a punto de desbordarse con motivo de la Navidad, es una característica propia de esta época. No es así, sin embargo. La Biblia, por ejemplo, está llena de excesos aunque todos ellos -desde las grandes plagas y castigos a las enormes riquezas y premios- tengan una naturaleza divina. Lo que ocurre es que los primeros relatos reservaban la desmesura, como prueba de poder, a los dioses y a los grandes monarcas. A lo largo de los siglos, papas, nobles y ricos comerciantes y empresarios se sumaron a la exhibición del exceso, muchas veces a través de sublimes muestras artísticas, como una señal de reafirmación de su pujanza.

Ha sido mucho más recientemente, de la mano de la prosperidad y con la excusa, hay que decir que no siempre bien fundada, de la búsqueda de ocio y bienestar, cuando se ha generalizado la exageración de acciones y consumos que han derivado en nuevos problemas globales relacionados con términos que sí son muy propios de nuestra época, como el medioambiente y la sostenibilidad.

Una evidencia de este fenómeno es la competición, uno diría que absurda, en la que parecen haber entrado muchas ciudades españolas por ofrecer la Navidad más deslumbrante desde finales de noviembre, en un alarde a veces disparatado de luces y decoración. A nadie se le escapan los motivos comerciales de estas iniciativas que tratan, en el fondo, de que el ciudadano-cliente se abandone al exceso que le rodea y se resigne a transformar el espíritu navideño en puro desembolso económico.

Es una visión amarga, sí, pero hay que admitir que es ya una parte intrínseca de la Navidad, un contrapeso de raíces dickensianas que el mercantilismo imperante no ha hecho sino acrecentar. Mr. Scrooge, reinterpretado en personajes como El Grinch, tenía sus razones. No hay nada en este espejismo de deseos y felicidad, de ruido y luces de colores, que pueda eludir las frustraciones que se adivinan tras el gigantesco montaje de consumo navideño. Pero no todo está perdido. En medio del barullo aún es posible intuir otra Navidad cuya desmesura, oscura y silenciosa, pasa extrañamente desapercibida.

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