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Amparo Martínez Herranz: "Con 10 años, me enamoré del hermano de mi mejor amiga"

Doctora en Historia del Arte y profesora de Historia del Cine en la Universidad de Zaragoza,ha escrito sobre los teatros y los cines de Zaragoza y de cine aragonés y sus cineastas.

Amparo Martínez, con 16 años, en Zaragoza.
Amparo Martínez, con 16 años, en Zaragoza.
A. M.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Muy feliz. Creo que esta es la etapa en la que aprendí a disfrutar de todo, de cada cosa, grande o pequeña.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Probablemente fueron las películas de Súper 8 de Los Picapiedra o el Oso Yogui que mi padre nos proyectaba en casa.

¿Qué le hizo llorar?

A moco tendido y con desesperación, la muerte de Pochola, la perra que vigilaba las obras cerca de mi casa. La atropellaron cruzando la avenida y la enterramos con todos los honores.

¿Qué era en el patio del colegio?

Era bastante normalita. Me gustaba cualquier juego en grupo, aunque era un auténtico desastre en los deportes. Me echaron del equipo de baloncesto después de estar un año entero sin meter una sola canasta.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

El que me impuso con 8 años la profesora de Inglés. Me pilló comiendo chicle en clase, me lo pegó en la frente y me hizo pasar por todas las clases de mi planta para recordar al resto de las alumnas que estaba terminantemente prohibido. Pasé una vergüenza espantosa.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Dibujar, pintar, cocinar, preparar coreografías con mi hermana con las canciones del dúo Baccara, ver películas, escuchar música, jugar a las vendedoras, a juegos de mesa con toda la familia... Y, en verano, pasar toda la tarde en la piscina metida en el agua, saliendo solo para merendarme un bocadillo de chorizo de Pamplona.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

Me avergonzaban mis orejas de soplillo. A esto se añadió que, con 10 años, me rompí una pala en los autos de choque. Hasta que no crecí no me arreglaron la boca, así que me acostumbré a sonreír con los labios cerrados.

¿Tenía mucha conciencia política?

No sé si tenía conciencia política, lo que sí tenía era mucha curiosidad política. Recuerdo perfectamente estar hablando de las primeras elecciones en el recreo, sorprenderme de las manifestaciones durante la Transición. Y, sobre todo, recuerdo con todo lujo de detalles el golpe de Estado de Tejero. Todavía no había cumplido los 15 años. No me despegué del televisor durante un par de días. Mi padre, en paralelo, escuchaba en onda corta la información que daban en Londres o en París sobre lo que estaba sucediendo en España e intercambiábamos datos.

¿Qué imagen tenía de Francisco Franco?

Creo que construí mi imagen de Franco después de su muerte. Antes apenas afectaba a mi vida cotidiana. Sobre todo recuerdo los diez días de fiesta que nos dieron cuando murió, que aproveché para dibujar todos los personajes de ‘Blancanieves y los siete enanitos’.

¿Era religiosa?

Muy religiosa. Tuve la fortuna de recibir formación de las monjas que se estaban renovando, que vestían con pantalón vaquero, fumaban y cultivaban nuestra conciencia social. Eran mujeres que nos hablaban con claridad de algunas de las cosas que a veces no se nos contaba en casa.

¿Qué obsesión o fobia forjó claramente en esos años?

El miedo a viajar en coche. Una amiga de mi edad se mató en un accidente, justo después de hacer la primera comunión, y aquello fue para mí algo terrible. Sigue dándome mucho respeto.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Trabajando como guía turística en Uncastillo durante el mes de julio de 1989. Fue como un máster de relaciones públicas en uno de los sitios más bonitos del mundo. Aprendí a evitar las muletillas hablando, a adaptarme a las personas que hacían las visitas, a sus intereses...

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Greta Garbo, a la que descubrí en los monográficos de grandes actores y directores que durante varias semanas se proyectaban en la segunda cadena. Me quedé completamente fascinada y lloré hasta la extenuación viendo ‘La dama de las camelias’. También me gustaba mucho Charlton Heston, que me parecía guapísimo y me ponía muy nerviosa cuando lo veía a pecho descubierto en ‘El planeta de los simios’.

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción inolvidable?

Me enamoré del hermano de mi mejor amiga, que, por supuesto, era mayor. Yo tenía 10 años y él ni me miraba. Recuerdo un día que mi madre me había peinado trenzas y me las había cruzado sobre la cabeza. Al verlo venir de lejos me solté el pelo, pero siguió sin hacerme ni caso.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

‘Es una lata el trabajar’, de Luis Aguilé. Tenía un comediscos donde me ponía el single de esta canción hasta aborrecer a toda mi familia

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?

Procurar ser amable con todo el mundo. No por quedar bien, sino por cuidar a cada una de las personas con las que te cruzas. Una de las cosas que más admiraba y más me gustaba de mi padre era el modo amistoso y afectuoso con el que trataba a la gente, que hacía que, de inmediato, el clima en cualquier sitio fuese familiar.

¿Qué o quién le desató la vocación que le ha marcado?

De nuevo tengo que hablar de mi padre. Tuvo que sacarse la carrera como decorador cuando yo era pequeña y se dedicaba a repasar las lecciones de Historia del Arte recitándomelas a mí. Así es que me convertí en una niña pedantorra que, con 8 años, disfrutaba jugando a adivinar si una iglesia era románica o gótica. Además, mi padre era un enamorado del cine. Hacía y montaba sus propias películas en Súper 8 y 16 mm. Lo recuerdo uniendo los trozos de sus filmaciones con acetona. Aunque lo que más me gustaba era ayudarle a sonorizar, sobre todo cuando me dejaba hacer de locutora.

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