Frenar la desigualdad está en tus manos

Uno de los proyectos de cooperación que desarrolla Manos Unidas en la India.
Uno de los proyectos de cooperación que desarrolla Manos Unidas en la India.
Manos Unidas

Manos Unidas, la organización vinculada a la Iglesia católica en España, fue fundada en 1960. Sus objetivos principales es luchar contra la pobreza que sufren los pueblos más excluidos del planeta. Tiene 76.929 socios, 72 delegaciones, 6.156 voluntarios y 145 personas contratadas. Financia 474 proyectos de desarrollo en 51 países de África, América y Asia que benefician a 1.524.954 personas. Su presupuesto anual se acerca a los 51 millones de euros. Un 86,3% de su recaudación proviene del sector privado. El 83,5% de los ingresos son dedicados íntegramente a financiar los proyectos y un 5,1% a la sensibilización de la población española.

Texto de presentación de la campaña quinquenal de Gervasio Sánchez

Muchas gracias a Manos Unidas por haberme invitado a presentar esta campaña quinquenal que se adecua al marco de la Agenda 2030 y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Creo que es una muy buena idea que las organizaciones humanitarias recuerden que los compromisos políticos están para cumplirlos. Como saben todos ustedes estos objetivos globales e interconectados fueron establecidos y diseñados en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas y la totalidad de los gobiernos que hay en el mundo.

Erradicar la pobreza extrema y el hambre, combatir la desigualdad y el cambio climático, asegurar la igualdad de género y los derechos humanos de las mujeres y garantizar el acceso universal a servicios de salud y educación de calidad son objetivos extraordinariamente importantes y muy dignos.

Pero, por desgracia, suele ser habitual que las promesas no se cumplan y que la verborrea y la parafernalia de los políticos sean sustituidas con el paso del tiempo por la triste realidad tantas veces emparentada con la desigualdad, la pobreza y el hambre.

Desde febrero del año pasado, un año complicado en mi vida personal, he viajado a Mozambique, Angola, Colombia, Bosnia-Herzegovina, Perú, Ucrania y Camboya, de donde he regresado el sábado pasado.

Puede parecerles una agenda de viajes sorprendente, pero no tiene nada de atractiva si lo medimos con parámetros turísticos. La mayoría de los viajes han sido por motivos laborales, es decir para cubrir guerras actuales o las consecuencias de viejas guerras. Es verdad que he vivido situaciones muy interesantes en la mayor parte de estos países y me he rencontrado con queridos amigos a los que no veía desde hacía años.

Incluso, he visto algunas mejoras especialmente a la lumbre de proyectos humanitarios dirigidos por misioneros y misioneras, personal especializado de algunas organizaciones humanitarias o agencias de cooperación internacional.

Es verdad que la mayoría de viajes me he centrado en la preparación de Vidas Minadas, 25 años, que presentaré este año en La Lonja de Zaragoza en una gran exposición coincidiendo con las fiestas del Pilar, y he tenido poco tiempo para documentar otras historias.

Pero también me he enfrentado en todos estos países que vivieron guerras, hambrunas, pandemias, matanzas e, incluso, genocidios a situaciones inaceptables por culpa de la corrupción generalizada de sus gobernantes tantas veces patrocinada por las potencias mundiales y las grandes empresas trasnacionales.

Estamos en febrero de 2023 y ya ha transcurrido la mitad del tiempo que la Asamblea de la ONU se autoimpuso para mejorar el mundo en que vivimos. Supuestamente, 15 años era el tiempo necesario para conseguir sus objetivos y la verdad, y lo digo con todo el dolor de mi alma, al menos yo no he visto grandes avances de esos compromisos en los últimos siete años y medio. De hecho, no me extrañaría que los responsables de ese calendario virtual no se estén arrepintiendo hoy de no haber sumado más años o más décadas y haber establecido la meta final en 2040 o 2050 o, por qué no, en 2100.

En Camboya he vivido este mes de enero en casa de mi querido amigo Kike Figaredo, que llegó como un simple misionero perteneciente al Servicio de los Jesuitas para los Refugiados a los campos de refugiados camboyanos diseminados por Tailandia en 1985 y hoy, casi cuatro décadas después, es el Prefecto Apostólico de Battambang.

Kike y yo nos llevamos tres semanas. Ambos nacimos entre el 29 de agosto y el 21 de septiembre de 1959. Lo conocí en 1987 y visité con él aquellos campos de refugiados camboyanos repletos de víctimas de las minas y discapacitados por diferentes causas.

Desde 1995 lo he visitado muchas veces en Camboya. Por encima de su labor religiosa está su pasión y su fuerza ilimitadas para organizar proyectos humanitarios que dignifiquen la vida de las personas beneficiadas, aquellas que han sido abandonadas por una sociedad extremadamente individualista como es la camboyana en la actualidad.

Conseguir que niñas y niños discapacitados, que llegaron en condiciones deplorables a la llamada Casa Arrupe, creada en su Prefectura hace casi un cuarto de siglo, puedan dos décadas después ejercer puestos de responsabilidad en vez de estar mendigando en cualquier esquina es lo que da sentido a la verdadera vida pastoral y es la principal razón que me permite seguir confiando en la condición humana tras pasar cuatro décadas observando la capacidad destructiva de los seres humanos a lo largo y ancho de este mundo extremadamente violento.

Pero también soy consciente de que los proyectos funcionan porque un líder como Kike Figaredo está encima de ellos las 24 horas de los 365 días de muchos años y décadas. En cuanto te alejas de los caminos por los que él transita, porque evidentemente no puede llegar a los centenares de miles de camboyanos en situación crítica, el vacío es incuestionable en un país con unos índices de corrupción escalofriantes y una clase dirigente voraz a la hora de robar.

Estuve en Angola en abril de 2022, poco antes de la muerte de su ex presidente José Eduardo dos Santos, uno de los hombres más corruptos del mundo, capaz de conseguir que una de sus hijas, Isabel, se haya convertido en la mujer más rica de África.

Durante décadas esta familia asaltó las finanzas del estado angolano ante la inoperancia de la comunidad internacional y con el beneplácito de grandes empresas multinacionales, pero la orden de búsqueda y captura contra Isabel Dos Santos no la ha cursado la Interpol hasta noviembre de 2022.

Me alojé en Huambo con los misioneros salesianos y vi cómo intentaban ayudar a la población atrapada en la extrema pobreza en uno de los países más ricos del mundo. El salesiano Santiago Christophersen se desvive cada día para que la misión salesiana, situada en una de las zonas más pobres de la ciudad, pueda ayudar a las miles de personas que dependen de la asistencia humanitaria tras el fracaso total de un estado sin piedad.

Igual pueden pensar que ambos países sufrieron regímenes comunistas prochinos y prosoviéticos, y que después de brutales guerras civiles y matanzas incluidas, apareció el capitalismo salvaje y despiadado y los primeros en subirse al carro del nuevo sistema fueron las autoridades ex comunistas. Y seguramente tendrán razón.

Pero también he estado, en los últimos meses, en Colombia o Perú donde muchos izquierdistas, yacen en fosas comunes mientras las desigualdades sociales se multiplican. Es decir, los dirigentes que crecieron en el comunismo y los que siempre vivieron bajo democracias capitalistas muy corruptas actúan de la misma manera: asaltan las finanzas del estado para su propio provecho.

Estoy seguro que los gobernantes de Camboya, Angola, Colombia o Perú aplaudieron el acuerdo en la ONU sobre la Agenda 2030. Pero en sus propios países será imposible desarrollar todo ese magnífico plan sobre el papel mientras sus gobernantes sigan favoreciendo la corrupción y el latrocinio y la comunidad internacional mirando hacia otro lado. Es imposible que ninguno de esos objetivos se cumpla si no se acaba antes con estas formas inmorales de actuar en política.

Quizá puedan pensar que el discurso hasta ahora ha sido muy pesimista. Pues lo será aún más cuando indique las cifras que Manos Unidas muestra en su informe para justificar la tan necesaria campaña de cinco años que han bautizado con un título cautivador: FRENAR LA DESIGUALDAD ESTÁ EN TUS MANOS.

En la presentación de su propia campaña Manos Unidas asegura que cerca de 670 millones de personas seguirán padeciendo hambre en 2030, el 8 % de la población mundial, igual que en 2015, cuando se puso en marcha la Agenda 2030.

Manos Unidas recuerda que la FAO, en su informe del 2022, aseguró que casi 3.100 millones de personas no tenían una dieta saludable. También recuerda otra cifra descomunal: 8,7 millones de personas mueren de hambre al año, según Save the Children. Y la mitad de la población mundial, casi 4.000 millones de personas vive por debajo del umbral de la pobreza establecido en 5,5 dólares al día, según datos del Banco Mundial.

La propia Manos Unidas, con una experiencia de más de seis décadas desde su fundación, deja muy claro que es imposible conseguir sociedades más justas, pacíficas e inclusivas o reducir la pobreza y el hambre sino se acaba antes con las desigualdades, se fomenta la capacidad económica y el acceso a ingresos dignos.

Aunque los responsables de Manos Unidas no lo dicen, aunque creo que lo piensan no se trata de poner tiritas en una herida que lleva décadas infectada. O la limpias bien e, incluso, amputas las partes que impide la mejoría, o simplemente estás haciendo un flaco favor a los centenares de millones de personas que viven en el umbral de la pobreza y la miseria.

Los países que llevan la batuta en el concierto de las naciones tienen tendencia a aplicar recetas a corto plazo o apoyarse en el mal menor para presentar resultados positivos ante la ciudadanía universal.

Derrotamos a los talibanes en Afganistán, inyectamos miles de millones de dólares, desarrollamos formas de democracia occidental entre ciudadanos que viven en la Edad Media, prometemos a las niñas que podrán estudiar libremente sin cambiar las tradiciones obsoletas encabezadas por los matrimonios forzosos. Aplaudimos en 2001.

Tras unos años de ensueño el cansancio empieza a hacer mella y pronto la pasión iniciática se debilita y da paso al desastre. Veinte años después, la decisión más fácil y cómoda: una retirada vergonzosa como la ocurrida en agosto de 2021 y un abandono de la población afgana en manos de los extremistas.

El desconcierto nos avasalla a todos y las excusas gubernamentales rayan el delito. Nadie es capaz de aceptar que la intervención militar del 2001 se preparó en coalición con grupos armados tan corruptos e integristas como los talibanes. Nadie es capaz de confesar que toda la administración afgana, protegida por la coalición internacional, se dedicó a robar a mansalva los fondos que llegaban. Nadie fue capaz de detectar que se formaron batallones militares fantasmas que eran pagados con fondos internacionales a pesar de que no existían.

Nadie se tomó en serio que los talibanes avanzaban por las distintas provincias desde 2009 y establecían gobiernos en la sombra ante la inoperancia de las fuerzas militares internacionales y afganas. Nadie tuvo en cuenta, como dice un refrán afgano, que un edificio construido con un primer ladrillo torcido acaba cayéndose. Nadie fue capaz de reconocer que la propia comunidad internacional fortaleció a las milicias, implicadas en decenas de miles de crímenes y destructoras del país en las décadas anteriores.

Estaba en mi primer trimestre universitario en la facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona en diciembre de 1979 cuando los soviéticos invadieron Afganistán. Hace más de 43 años que ese país vive en guerra y la mayoría de su población desconoce lo que significa la paz.

Nos rasgamos las vestiduras ahora que ya no hay remedio cuando estaba claro desde al menos finales de la primera década de este siglo que los talibanes estaban ganando terreno con bastante facilidad en la mayor parte del territorio, que aunque los occidentales tenían los relojes, ellos, tal como le dijo un prisionero talibán a sus captores estadounidenses, eran los dueños del tiempo.

Nuestros políticos hacen tabla rasa del pasado, se pasean por los informativos sacando músculo de los supuestos éxitos de Afganistán y nadie es capaz de aceptar el fracaso anunciado desde hacía años. Gobiernos de diferentes colores han actuado con tal grado de irresponsabilidad e insensatez que deberían ser juzgados en un tribunal internacional.

Pero no se preocupen porque eso no pasará y los grandes perdedores de la ocupación internacional son los ciudadanos de a pie, y sobre todos las ciudadanas, mujeres y niñas, que se creyeron el cuento de que vivían en un país con presente y futuro y que hoy claman en la desesperación ante el silencio generalizado.

Estimadas compañeras y compañeros de Manos Unidas, os animo a seguir luchando por la mejora de la vida de las personas, que cuantificadas por millones, decenas de millones, e incluso, centenares de millones, viven en condiciones extremas.

Os animo también a criticar con dureza las malas prácticas que se repite habitualmente en los comportamientos de los gobernantes y los máximos responsables de empresas trasnacionales sin escrúpulos.

Os animo a la denuncia permanente, a recordar a vuestros socios y a todos los ciudadanos que existen gobiernos corruptos porque existen grandes empresas que corrompen. Empresas que se presentan ante la sociedad como respetuosas de los derechos humanos ante los focos mediáticos y actúan inmoralmente y con absoluta impunidad en cuanto los focos se apagan.

Me parece fantástica la campaña de más de un centenar de organizaciones humanitarias internacionales que buscan un tratado internacional vinculante parecido a los ya conseguidos tratados contra las minas antipersonas o las bombas de racimo para evitar que las compañías trasnacionales utilicen sus complejas estructuras para evadir sus responsabilidades y violar los derechos humanos con total impunidad ante la imposibilidad de enjuiciarlas.

No es aceptable que países riquísimos tengan unos niveles de desigualdad escandalosos por culpa de estas prácticas aborrecibles. Porque la corrupción perpetúa la exclusión social, vulnera los derechos humanos, destruye el presente y el futuro de amplias capas de la sociedad, condena a millones de niños y jóvenes a crecer sin el derecho a la educación o a la sanidad.

Queridas compañeras y compañeros de Manos Unidas, formáis parte de un ejército civil de 76.928 socios y 6.156 voluntarios que desarrolla casi 500 proyectos en una cincuentena de países de África, América y Asia de los que se benefician directamente un millón y medio de personas. Sois un ejército imparable y os animo a denunciar ya que solo denunciando las malas prácticas se pueden remover las causas estructurales de la pobreza y el hambre, solo exigiendo un comportamiento ético de empresas y gobiernos poderosos se pueden debilitar la explotación socio-económica, la exclusión social y la vulneración de los derechos humanos.

Muchas gracias

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