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Chema Díaz: "El coronavirus es un dragón de los gordos, pero he acabado con él"

Chema Díaz, vecino de Zaragoza de 60 años, pasó 18 días en la UCI y 41 en el hospital. "Hay que vivir el día a día con ganas y sin hacer planes de futuro", proclama.

Chema Díaz Fernández, en la zona del Balcón de San Lázaro de Zaragoza.
Chema Díaz Fernández, en la zona del Balcón de San Lázaro de Zaragoza.
José Miguel Marco

“Este dragón es de los gordos. Pero he conseguido acabar con él”. Chema Díaz Fernández venció al coronavirus después de una violenta batalla, de esas que llevan el cuerpo y la mente hasta sus límites y después dejan heridas para siempre. Este ‘extremaño’ -nació en Jaraíz de la Vera (Cáceres) pero vive en Zaragoza desde hace casi 40 años- tiene 60 años y pasó en marzo la covid.

La enfermedad se le presentó en plena explosión de la pandemia y le obligó a pasar 41 días en dos hospitales, 18 de ellos en la UCI, dormido e intubado. Le provocó una neumonía bilateral y un neumotórax en el pulmón derecho, y se le ‘comió’ la musculatura hasta tal punto que no tenía fuerzas ni para sujetar el teléfono para hablar con su mujer.

Ahora, un año después de aquello, aún arrastra las secuelas de la lucha contra el coronavirus, pero rebosa energía y vitalidad, y lanza un mensaje a quien quiera oírlo: “Hay que disfrutar del momento, no hay que darse mal por cosas que no son tan graves. Hay que vivir el día a día con ganas, con positividad y sin hacer planes de futuro”.

Chema trabaja en una plataforma logística de Zaragoza, en una empresa de seguridad privada. En marzo del año pasado, su mujer -sanitaria del hospital Miguel Servet- contrajo el virus. No sabe si le contagió ella o lo cogió en el trabajo. “Una noche empecé a tener escalofríos. Luego malestar, cansancio, fiebre, pérdida del olfato y el gusto...”, recuerda. El coronavirus ya causaba estragos en Aragón y su médico -por teléfono- le recetó una medicación. “A los siete días estaba en un estado lamentable. Nos decían que estuviéramos tranquilos, que mejoraría, pero yo perdía la movilidad y hasta la noción del tiempo”, recuerda.

Su mujer, María Ángeles, “se puso dura” con el médico y por fin acudieron a su domicilio “los de la UME” para llevarlo al hospital, porque “no había ambulancias”. Le llevaron al Royo Villanova, adonde llegó con 39 de fiebre y una saturación del 53%. Lo metieron en la UCI casi directo. “Inmediatamente me intubaron y estuve nueve días dormido boca abajo”, explica. Le despertaron porque no mejoraba. Al revés. “Me cambiaron de medicación, me pusieron una que se emplea para casos de vida o muerte y me volvieron a dormir”, dice que le han contado. A partir de ahí, al menos lograron estabilizarlo.

Esos días, su mujer vivía pendiente de la llamada diaria desde la UCI. Chema cuenta que para ella todo aquello “fue durísimo”. “Se hacía la fuerte, pero estaba mal”, dice. Tanto que cuando Chema ya estuvo en casa y empezó a mejorar, “le salió todo lo que había guardado”, y desde entonces se ha ayudado de asistencia psicológica.

Tras salir de la UCI, pasó diez días en planta y le trasladaron al hospital Provincial para empezar la rehabilitación. “Lo veía todo muy negro, porque yo antes de todo esto estaba físicamente fuerte, soy muy deportista, y me veía en estado casi vegetal. Pensaba que esto no tenía solución”.

"No sé cómo lo hice, pero me levanté, me arrastré, cogí el andador y me puse de pie. Ahí empecé a luchar por salir adelante"

Recuerda que el momento clave fue el traslado al Provincial: “Me metieron solo en una habitación muy grande en la que había un andador. No sé cómo lo hice, pero me levanté, me arrastré, lo cogí y me puse de pie. Estuve toda la tarde andando de una cama a otra. Cuando llegó el ‘fisio’ para empezar la rehabilitación se quedó alucinado. Ahí empecé a luchar por salir adelante”.

Desde entonces no ha parado de hacerlo. Recuerda la tremenda emoción de su llegada a casa tras el alta, con todo el vecindario en la calle y la comunidad decorada para la ocasión. “Ahí ya estaba en mi reino, en mi casa, y empecé a pasear por el pasillo de arriba abajo”, cuenta. Cuando acabó el confinamiento, empezó a andar poco a poco, aunque se tuviera que sentar a los 100 metros o al subir “literalmente tres escaleras”.

Ahora reconoce que no está al cien por cien, pero ha mejorado mucho. Los paseos ya son de varias horas, y todas las mañanas pasa por la piscina y el gimnasio para hacer ejercicio. “He perdido memoria, me cuesta dormir y coger aire… Pero vivo el día a día y disfruto de lo que tengo”, explica.

Chema cree que la solución a la pandemia está “en la vacuna” y se siente “muy dolido” cuando ve fiestas o gente que no respeta las normas y protocolos sanitarios. Agradece su trabajo “a todo el personal” que le atendió en los hospitales, desde los médicos y enfermeros hasta los celadores o limpiadores. Aunque tiene un recuerdo especial para la UCI del Royo Villanova: “Les debo la vida”, señala.

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