Un Bob Dylan crepuscular regresa esta noche por cuarta vez a Zaragoza
El bardo de Minnesota ofrecerá en el Pabellón Príncipe Felipe (21.30 horas, 40-80 euros) un recital de 20 canciones.
Los pilares del descreimiento. Hace ya más de una década que el bardo decidió atrincherarse tras el piano, marginando la guitarra. Una decoloración estética y laboral que ha producido sarpullidos de enojo hasta en la parroquia dylanita, la que forma legión y religión tras él. Desde hace unos años, empezó a desmejorar la voz.
No teman los alérgicos a la amarga sinatrina: Dylan jamás presenta discos, por muy nuevos que sean; escarba en su vasto repertorio y saca lo que le viene en gana. En concreto, de este último álbum ataca como mucho dos canciones, así que poca sinatrina. En el corte adjunto se detallan las veinte canciones que rellenan las dos horas de actuación, la estructura del recital y la posición del artista en el escenario. Dos tandas de nueve canciones, un descanso de media hora y el bis final con dos más. Tan apenas himnos seculares.
El repertorio tiene basamento esencial en la producción de este milenio, en esos cuatro discos en los que ha retrocedido al cancionero tradicional americano, huyendo como siempre de lo que él llama canciones comunales. Nadie espere pues Like A Rolling Stone o Knocking On Heaven's Door, por decir. Viene repitiendo la misma mecánica y la misma tabla noche tras noche, incluso en la misma ciudad. Los cinco recitales que ofreció en diciembre en Nueva York fueron calcadamente iguales, quintillizos. Así que hoy, con 74 años, espera el Dylan más previsible y, tras lo comentado, el peor de su vida artística.
En 1999, ante su segunda venida a la ciudad, escribí una previa en este periódico de la que alguien le informó elogiosamente. ¡Sorpresón! Un Dylan proverbial, que trina contra críticos y periodistas, exigió la traducción del artículo minutos antes del concierto so pena de no salir al escenario (sic). Fue complacido. A ver si hay suerte y de nuevo le llega este escrito, no por petulancia del firmante, sino para ver si salta un gran chispazo y Dylan despierta de su automatismo y de su modorra, si corta de raíz la mecánica actual de su largo e impagable Never Ending Tour transformado ahora, lamentablemente, en The Never Changing Set List. Lo piden a voces los dylanitas y uno, modestamente, más que nada por recuperar la fe, ejercicio saludable en estos malos tiempos de herejías y soliviantos.