Le ordeno que me quiera

La exposición '40 años con Franco' arroja una mirada imprescindible sobre un periodo decisivo de la historia de España.

Imagen extraída de la exposición '40 años con Franco'
Le ordeno que me quiera

El 20 de noviembre de 1975 yo tenía 13 años y estudiaba octavo de EGB en la Universidad Laboral de Cheste, en Valencia. Hacia las siete de la mañana, mientras esperábamos a que abrieran el comedor para el desayuno, nos llegó la noticia: Franco ha muerto. A la mayoría se nos escapó una lágrima. No recuerdo a ningún compañero que tuviera la menor idea de lo que en realidad había sido Franco. Mi padre le tenía una manía horrible pero yo no lo sabía: en mi casa no se hablaba de política. Nos habíamos tragado lo que el profesor de FEN (Formación del Espíritu Nacional) contaba sobre él y, para nosotros, Franco era, un poco, el abuelo de todos. Pero pronto dejó de serlo, al menos para mí: papá empezó a murmurar sobre él y, en el ambiente de la Laboral de Huesca donde seguí los estudios, Franco era lo peor. Y lo era.


Este año se cumple el 40 aniversario de la muerte de Franco y seguro que, hacia el 20 de noviembre, el acontecimiento será subrayado. Pero en Zaragoza, hasta el domingo 28 de junio, se puede disfrutar de una gran exposición comisariada por Julián Casanova, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza y uno de los lujos de la sociedad aragonesa. La muestra, ‘40 años con Franco’, cuenta con dos sedes, el Palacio de Montemuzo y el Palacio de los Morlanes y, entre otras cosas, incluye paneles con objetos, imágenes y textos, la recreación del aula de una escuela de la época, un audiovisual con el estupendo sello de Amparo Martínez o un ciclo de cine en la Filmoteca. La exposición resulta muy conveniente para cualquiera que aspire al rigor y quiera entender o recordar un periodo decisivo de la vida de España. Se ha editado también un libro con colaboradores de la talla de José-Carlos Mainer, Agustín Sánchez Vidal, Ignacio Martínez de Pisón, Paul Preston, Carlos Gil Andrés, Borja de Riquer, Mary Nash, Ángel Viñas, Enrique Moradiellos o el propio Julián Casanova, consagrado como uno de los historiadores que más luz han arrojado sobre nuestro siglo XX.


El miedo


Cuarenta años sin Franco brindan una perspectiva muy interesante sobre los cuarenta años con Franco. Es mucho tiempo sin él pero buena parte de los españoles seguimos marcados por su España, esa en la que él murió en la cama. Que alguien tan cruel, despiadado, mediocre, soso e intelectualmente insignificante como Franco se mantuviera esa eternidad como el número uno de los españoles también retrata de un modo muy preciso cómo éramos.


Una de las armas más eficaces que utilizó Franco fue el miedo. Los españoles le pillaron miedo a casi todo: a la política y a hablar de política, a salirse del carril, a los adversarios ideológicos, a los militares y policías, al qué dirán, al diferente, a los sentimientos, al placer, al sexo o a su propio cuerpo. Estaba muy claro lo que había que pensar y lo que no; lo que había que sentir y lo que no. Bastantes antifranquistas, con el exclusivo afán de sobrevivir, camuflaron sus convicciones o llegaron a ser cómplices más o menos conscientes de la dictadura. "La degradación moral del franquismo nos alcanzó a todos", admitió Fernando Fernán-Gómez. El franquismo fue una cruzada contra el libre albedrío, la tolerancia, la libertad de pensamiento, la identidad, la memoria, el mestizaje, la condición femenina, la alegría o la cultura. Pero alentó otras culturas: la de la corrupción, el chanchullo, el nepotismo, el clientelismo, la intolerancia, el autoritarismo, el terror, el rencor, la venganza o la del desprecio al que piensa otra cosa. Muchos españoles nacidos o formados durante la dictadura no se han logrado sacudir ciertos miedos o tics incubados en ella y aquellas sombras aún nos queman. Franco potenció el choque entre las dos Españas, profundizó en el lado más oscuro de la personalidad española e hizo todo lo posible para que sus luces no afloraran. El integrismo moral y el puritanismo que se apoderaron de la sociedad fueron patéticos. Había pocas cosas que no eran pecado. Inocular la sensación de mala conciencia era una de las principales estrategias de asfixia mental.


Luis Buñuel sostenía que España era el lugar más reprimido de Europa. En 1967 se estrenó en los circuitos de arte y ensayo ‘Helga’, un documental alemán en versión original, un tipo de cine que solía estar condenado a la marginalidad. Pero conquistó el interés de millones de españoles, que se abalanzaron sobre las salas por una exclusiva razón: mostraba, en primer plano, cómo una madre alumbraba un bebé. Era la primera vez que muchos contemplaban la vagina de una mujer. El fenómeno de ‘Helga’, como las peregrinaciones a Francia para ver películas prohibidas, refleja muy bien el retraso al que Franco sometió a su país.


Dueño de todo. 


Franco siempre se sintió dueño de las personas y de sus emociones. Cuando tenía 20 años, y aún estaba muy lejos de ser lo que fue, le escribía a Sofía Subirán, la primera chica a la que pretendió, cosas como estas: "Le permito que me quiera un poco" o "Le ordeno a usted que me quiera". Esa mujer, calcada físicamente a Carmen Polo, se refería a él como "el pelma de Paquito" y lo recordaba como un tipo muy aburrido. Nunca se casó: murió en Zaragoza después de pasar 40 años recluida en un convento de clausura.


El escritor Dionisio Ridruejo, falangista de primera hora, derivó con el tiempo en un furibundo detractor de la dictadura. Ridruejo murió en junio de 1975. Como Gil Andrés recuerda en ‘40 años con Franco’, cuando, poco antes de morir, una estudiante de periodismo le preguntó si tenía mala conciencia de su pasado político, Ridruejo le dio una respuesta que fijaba el hondo calado del golpe de estado liderado por Franco: "Tengo una conciencia muy clara de haber participado en una usurpación de la soberanía nacional a favor de una oligarquía".


Estos 40 años sin él se han pasado volando. Recordarle es la mejor manera de procurar olvidarle.