La soledad de la eterna despedida

No hay rincón en Aragón que no celebre en la calle la Semana Santa, un momento de recogimiento, pero también de fiesta y folclore.

Nuestra Señora del Rosario, de la iglesia de San Pablo en Zaragoza.
La soledad de la eterna despedida
José Miguel Marco

El poeta aragonés Ángel Guinda dice que "vivir es una eterna despedida". Lo sugiere en sus últimos versos recogidos en ‘Catedral de la Noche’, un libro "sobre la resistencia, el ocaso, la escritura y el misticismo", como precisa Antón Castro. Guinda canta a todo, a la introspección tan de estos días, y también a los muertos... "que en la muerte nos esperan". Y sus bellas metáforas se hacen realidad cada segundo, en cada pálpito que nos acompaña a llevar ese pulso cotidiano que es la vida, que es encarar la compleja simpleza del día a día.


La vida y la muerte son el símbolo único del hombre que nos perpetúa en lo que somos y que siempre olvidamos. Es ese contundente "nacemos para morir" con el que vivimos de espaldas pensando que esto es eterno. Es esa muerte que se hace vida cada año en Semana Santa, cuando se convierte en arte o en leyenda secular y la hacemos recorrer calles, como en Caspe al paso de Vera Cruz, esa segunda astilla más grande en tamaño que se conserva de la cruz de Cristo en España, o tras esos Cristos ensangrentados de Jaca, Tarazona, Calatayud...


Todos los sentimientos cobran fuerza estos días en los que, creyentes o no, nos dejamos llevar por la mirada desgarrada de una madre tras el dolor y la muerte de su hijo; por esas tallas llenas de belleza en las que apenas reparamos atraídos, quizá, por la imposición del ruido de bombos, timbales, tambores y cornetas; o el de las matracas que avisan del paso imponente y bello del Ecce Homo, la talla más antigua de la Pasión en Aragón; o la magia de esos articulados, esculturas hechas para los Descendimientos, o ‘abajamientos’, como recuerda el historiador José Luis Cortés Perruca que dicen en pueblos como Jaraba, Ibdes y Torrijo de la Cañada que aún mantienen la tradición el día de Viernes Santo, y que tantos otros han perdido. Son imágenes de dolor, de corazón roto por la ignominia o el desprecio. Son vírgenes de Soledad, Dolorosas, de la Confortación... que atraviesan nuestras calles y que buscan el recogimiento por los que sufren hoy, por esas víctimas de la crisis, por nuestros amigos, hijos, hermanos o padres en paro; por los desahuciados, por los desheredados del siglo XXI. Meditación que rememora cada Jueves Santo desde 1944 la Procesión de Silencio de San Pablo en Zaragoza, para recordar a aquellos "cuya espalda se dobla, calladamente, bajo el peso de la cruz del sufrimiento: enfermedad, abandono, guerra, dolor, hambre, maltrato, pobreza, persecución, injusticia"; como la Dolorosa de Calero que lleva en el rostro el puñal de la muerte de su Hijo; la que acompaña la Oración del Huerto; la Piedad que recorre Tarazona, o la que implora en las calles del Boterón tras la Seo; la Virgen del Dulce Nombre, arrastrada entre flores con el dolor en el rostro siguiendo al Jesús de la Humildad; las lágrimas del Descendimiento; el encuentro entre la Dolorosa y el Narazeno el Martes Santo en Caspe... Pero también como en Barbastro cuando la Virgen de la Soledad se despoja de su capa negra y da paso al manto blanco de alegría por encontrarse con su hijo, Cristo Resucitado, en el Domingo de Resurrección.


La Semana Santa es hoy un tiempo raro y muy esperado que bascula entre el puente festivo, único en el calendario, esas ganas de playa, sol y vacaciones, y ese momento marcado en la tradición, para algunos rancia y para otros actual porque busca reflexionar entre metáforas, como los versos de Guinda, sobre las desigualdades de este mundo; pero, también para muchos, simple folclore. Da igual, porque en la segunda decena del siglo XXI (desde el respeto) todo nos está permitido y nada es sinónimo de nada, porque en Aragón, el 15% de la población se declara ateo o no creyente y en Andalucía, cuna del fervor y de las manifestaciones de Pasión, lo hace un 18,6% que no se pierde una ‘madrugá’.