Algunos que no se rinden

En Aragón hay 173 pueblos con menos de 100 habitantes. Son 25 más que hace cinco años

Miravete de la Sierra
Algunos que no se rinden
Heraldo

Agustín es el secretario del ayuntamiento de Miravete de la Sierra, en el Maestrazgo, y de otros dos pueblos más de esta comarca. Los años de elecciones suele recibir una llamada desde la Oficina del Censo Electoral. “Les debe saltar la alarma al ver que la población ha crecido un 15 o un 20%. Claro, en estos pueblos que no pasan de las 30 personas censadas, cualquier cambio eventual de los empadronados ya da esa subida”, explica.



Miravete de la Sierra se hizo famoso en toda España en 2008 gracias a una campaña promovida por una agencia de publicidad en la que se presentaba a este pueblo y a los doce vecinos que entonces vivían en él durante todo el año como 'El pueblo en el que nunca pasa nada'. Desde entonces, la vida en este municipio ha cambiado para bien, aunque solo sea durante los meses de verano. La campaña dio sus frutos y desde entonces Miravete consigue atraer a un par de centenares de visitantes que aprovechan los distintos servicios turísticos que se han creado en el pueblo. Sin embargo, los datos de su padrón no alumbran demasiados cambios. De aquel 2008 a 2013 Miravete perdió 12 personas censadas; en 2014 cambió la tendencia y aumentó en 5, pero ninguno de aquellos cinco nuevos habitantes siguen ya en el pequeño municipio turolense.


“Suele ser gente oriunda del pueblo que se empadrona para gestionar algunos servicios turísticos como el hostal o para realizar algunas reformas que licita el Ayuntamiento, pero al ser un trabajo eventual luego regresan a sus residencias habituales. Para este año estamos buscando de nuevo a gente que se ocupe de estas cosas”, señala, explicando con cierta ironía que la ventaja de tener tan pocos habitantes -actualmente 34 empadronados- es que “ya mucho más no se puede bajar”.


La historia de este pueblo, con la mayor parte de su población superando los 65 años, es la misma que la de otros 86 municipios aragoneses de menos de 100 habitantes que ya han entrado en lo que se denomina un ciclo “demográficamente terminal”. Así lo diagnosticó el último informe del Consejo Económico y Social de Aragón. Esta situación no es sin embargo exclusiva de los pueblos más pequeños, no en vano, en la Comunidad existen 184 municipios (uno de cada cuatro) que entran en esta definición -algunos de ellos incluso por encima de los 1.000 habitantes- pero es en los de menor tamaño donde por su escasa población y su complicada perspectiva a corto y medio plazo más palpable se hace el problema de la despoblación.



Durante el final de la pasada década fueron varias las localidades aragonesas que colocaron su nombre en el mapa de la lucha contra la despoblación gracias a multitudinarias convocatorias en las que ofrecían puestos de trabajo o viviendas a aquellas familias dispuestas a trasladarse al medio rural. Sin embargo, la llegada de la crisis les ha dejado sin su principal atractivo para atraer nuevos pobladores: puestos de trabajo.



Castelnou, en Teruel, fue uno de estos pueblos. En 2010 este municipio de poco más de 100 habitantes llamó la atención de propios y extraños al recibir más de 500 solicitudes para trabajar en una nueva empresa de casas prefabricadas que se iba a instalar en la zona. La central que se encuentra en su término municipal nutre vía impuestos a un pequeño Ayuntamiento que puede ofrecer grandes ventajas a cualquier empresa que se instale en la zona. Cuando la empresa se puso en marcha, la llegada de familias de varias partes de Aragón y otras provincias españolas elevó su censo en casi 50 personas, todo una victoria para un pueblo de estas características. Sin embargo, como explica su alcalde, José Miguel Esteruelas, “la empresa tuvo que cerrar a raíz de la crisis”, lo que dejó en la calle a buena parte de las familias que habían llegado y devolvió al pueblo a su decrecimiento anterior. El año pasado, según el padrón municipal, perdió 12 habitantes. “Alguna familia se ha ido y ahora estamos trabajando en volver a traer empresas al pueblo, algo que esperamos cerrar este año”, explica su regidor, que no obstante sabe que su pueblo, gracias a la central, parte con un punto de ventaja sobre otros municipios en idénticas condiciones.


Pero pese a todo, durante los últimos años, y en plena crisis económica, también se encuentran casos que invitan a pensar que frenar la despoblación es posible.


El municipio de Chiprana, situado en el comienzo del embalse de Mequinenza, ha aumentado su censo en casi un 50% desde 2010, pasando de 276 habitantes a 514 según los últimos datos. El motivo en este caso ha sido la llegada de población inmigrante a raíz de la expansión agrícola que ha tenido la zona en los últimos años, lo que junto con la explotación de algunas actividades en el 'Mar de Aragón' ha dotado de vida al municipio. “Ha sido un crecimiento progresivo, de personas que ya estaban viviendo en el pueblo y que se han integrado con normalidad, y que en los últimos años se han empadronado”, explican desde el Ayuntamiento del Bajo Aragón-Caspe.


Cuestión distinta es la que se está viviendo en algunos pueblos de la provincia de Huesca o en la Sierra de Albarracín, donde en este caso es la naturaleza, muchas veces ignorada durante décadas, la que parece que está comenzando a crear nuevos puestos de trabajo. En Campo, en la Ribagorza, la instalación de una empresa dedicada a la biomasa (Biomasa del Aneto) ha sido el último revulsivo de un pueblo que hasta hace muy poco -en 2012- contaba con solo 330 habitantes. Ahora, apenas tres años más tarde, su padrón registra 459 vecinos. Un camino que se ha conseguido gracias a la implantación de nuevas iniciativas y que también se está intentado seguir en Albarracín, donde se está mirando a un oficio del siglo pasado para conseguir nuevas opciones laborales.


Los municipios de Albarracín, Bezas, Tormón y Rubiales llevan desde el año 2013 envueltos en un proyecto piloto coordinado por el Gobierno de Aragón que busca saber si sería rentable volver a extraer resina de los pinos, actividad que ya se ha recuperado desde hace unos años en otras provincias, como Segovia.


Tras realizar las primeras pruebas sobre su viabilidad durante el pasado año, las primeras conclusiones apuntan a que este regreso a oficios del pasado podría llevarse a cabo, según valoró hace solo unos días el propio Gobierno de Aragón. La vuelta a la resinación no daría demasiados puestos de trabajo, pero en núcleos en los que la población activa es tan reducida, esta actividad podría ser positiva, cuanto menos, para complementar el trabajo de los más jóvenes en el territorio.