Así es una clase de César Bona
El único español entre los 50 finalistas al nobel de mejor profesor del mundo defiende que los libros son "solo una herramienta más para el aprendizaje".
"El circo llegó al pueblo y vinieron todos encantados. Les dije que investigaran un poco más. Y descubrieron que llevaban los animales en jaulas, que no era todo tan bonito como en el espectáculo. Así comenzó el proyecto", recuerda.
Aunque todos sus proyectos han sido muy distintos, César ha mantenido una forma de dar clase muy parecida en todos los colegios donde ha estado, que perfecciona cada día. "Las ideas se me ocurren mientras doy clase, quizá por algo que han dicho los chicos. O cuando estoy comiendo. Pueden surgir en cualquier sitio", cuenta.
Divide la clase en grupos de mesas, en el caso del Puerta de Sancho de Zaragoza (donde está desde septiembre), son cinco. En cada una están unos cuatro chavales. Una vez al mes, se producen cambios en los asientos y los alumnos de cada zona tienen que explicarles a los demás porque deben sentarse en su sitio. César les enseña a perder el miedo a hablar. Y, por eso, cuando uno tiene que decir algo en público, se sube encima de la mesa para que todos le vean. "Uno de los momentos más bonitos que he tenido en esta clase cuenta fue cuando uno de los más tímidos dijo un día: Hoy me quiero subir yo a la mesa y decir lo que pienso".
Cada uno de sus estudiantes, ahora de 5º de primaria, tiene un rol que cambia cada mes. Está desde el historiador, que se ocupa de apuntar las cosas raras que pasan en clase; hasta la abogada, que se encarga de mediar entre un alumno y el profesor. De hecho, existe una curiosa lista negra que lleva otro chaval en la que quedan apuntados los que han hablado más de la cuenta o los que no han hecho los deberes. Cuando se llega a las cinco cruces, es medio punto menos en el examen. Pero la abogada, que ahora es Celia, se ocupa entonces de hablar con el acusado y César. Y acuerdan que haga un trabajo para recuperar ese medio punto. "Por ahora, solo ha pasado una vez", cuenta Celia.
César es un firme defensor de educar en valores, de enseñarles a expresar sentimientos y a que piensen por su cuenta si algo está bien o no. Este miércoles, por ejemplo, los reunió a todos en un corro y cada uno tenía que decirle al de al lado algo bueno. La vergüenza pudo al principio con ellos. "Para decir lo malo, se nos ocurren muchas cosas. Pero lo bueno nos cuesta más, ¿por qué?", les preguntó a sus chavales. Así que empezó él: "Pienso, de verdad, que eres muy buen chaval", le dijo a uno de sus alumnos más movidos.
Luego volvieron a ver el corto que rodaron por Halloween e hicieron otro juego en el que César empezaba a contar un cuento y los alumnos tenían que seguir con él, diciendo una palabra cada uno.
¿Y dónde quedan los libros? César cuenta que, cuando empieza el curso, les explica a los padres lo que van a hacer y alguno se queda con dudas, si bien conforme avanza el curso desaparecen. "¿Pero van a aprender?", le preguntan. "Les enseño que lo más importante es que se desarrollen como personas cuenta. Y también ortografía, gramática, matemáticas..., pero de una forma que intento que sea creativa y participativa. Los libros son solo una herramienta más".