La leyenda del gigante Tacoronte

El canario Juan José González Tacoronte militó en el Real Zaragoza y Las Palmas a principio de la década de los 50. Pasó a la historia por su altura y por marcar tres goles en Chamartín en la presentación de Alfredo Di Stéfano como jugador del Real Madrid

Tacoronte, en el centro, en el viejo Insular, antes de jugar contra el Zaragoza el 17 de junio de 1951.
La leyenda del gigante Tacoronte

Hay jugadores cuya leyenda trasciende a su trayectoria futbolística gracias a peculiaridades o a fogonazos puntuales. Juan José González Tacoronte es uno de ellos. Nacido en Las Palmas en 1927 y fallecido en Madrid en 1994, este delantero defendió, entre otras, las camisetas del equipo de su ciudad y del Real Zaragoza. Descollaba por su altura y corpulencia, que contrastaba con la fragilidad de sus marcadores. Un gigante que paladeó la gloria en escasos traguitos, cortos pero intensos.


"Nació, se crió y aprendió a jugar al fútbol en el barrio de las Alcaravaneras. En la arena de esa playa, que era la secundaria en comparación con la de las Canteras, es donde se pasaba horas dándole patadas al balón y corriendo hasta que anochecía. Además, en esa zona es donde se encontraba el viejo estadio Insular, donde soñaba jugar. Sus sueños se convirtieron en realidad", rememora Eugenio Tacoronte, primo del ariete. También recuerda cómo sus padres iban al estadio a contemplar los goles de su sobrino. "En casa éramos socios y no faltábamos a la cita de los domingos", prosigue.


Tras enfrentarse en varias ocasiones al Real Zaragoza en Segunda y en Primera División –ambos equipos ascendieron a la máxima categoría en una liguilla en 1991–, el club aragonés contrató al tanque canario en la temporada 1952-1953. Compartía vestuario con su paisano Camilo Roig y con Gonzalvo, Sarossy, Luis Belló, Noguera o Samu. Fue una campaña convulsa. Hubo cambio en el banquillo –Elemer Berkessy dio paso a Domingo Balmanya– y en la presidencia –el doctor Abril cedió el mando a Cesáreo Alierta–. Una inestabilidad que alimentó el descenso.


Tacoronte debutó el 19 de octubre de 1952 –había sido fichado el 13 de octubre–, en una derrota a domicilio frente al Atlético de Madrid (4-1). Firmó cinco dianas en los trece encuentros ligueros que disputó, cuatro en Torrero (a la Real Sociedad, Sevilla y dos al Atlético de Madrid) y una en el Molinón de Gijón. Se despidió en casa el 3 de mayo de 1953, cayendo ante el Valencia por 0-2.


Su siguiente destino fue el Nancy francés, donde tampoco triunfó. Su balance fue exiguo: tres goles en 18 encuentros. Pero pasó a la historia por robarle el protagonismo a Alfredo Di Stéfano en el partido de su presentación ante la afición madridista el 23 de septiembre de 1953. El isleño marcó tres de los cuatro tantos de su equipo (2-4) en Chamartín. ‘ABC’ plasmó la gesta en su crónica: "Acudían, acudíamos a ver a Di Stéfano. Vimos algo más que no esperábamos: un equipo resuelto y un delantero centro de utilidad inesperada: Tacoronte, el canario que hace unos meses pasaba sin pena ni gloria en las filas declinantes del Real Zaragoza". Esa actuación disparó su cotización y en 1954 se enroló en el Atlético de Madrid con un generoso contrato.

Coleccionó otras anécdotas, como la acaecida en Cartagena el 10 de septiembre de 1950, en el estreno del Las Palmas en Segunda. Los zagueros murcianos cosieron a patadas a Tacoronte sin que el árbitro interviniera para evitarlo.


Una dureza que no evitó el triunfo visitante por 2-4. Tal fue la violencia consentida que el delantero se puso de rodillas en el campo del Almarjal y miró al cielo con las manos unidas, lanzando improperios de desesperación. Concluido el choque y cuando la expedición se aprestaba a iniciar el viaje de vuelta en un tren, acudieron al andén varios sacerdotes que reclamaron ver a Tacoronte. Cuando este apareció, le dijeron: "Usted es un santo. Deberían proclamarle santo porque, a pesar del daño que le han hecho, se ha arrodillado y ha rezado a Dios por esos jugadores que no sabían lo que hacían". Una situación surrealista que fue motivo de chanza.


Tras abandonar la práctica del fútbol, Tacoronte se instaló en Madrid y consumió sus días como topógrafo.