¿Quién miente en Wall Street?

Lewis da con el ovillo. Coloca a Wall Street ante un espejo en el que las miserias brotan voluptuosamente.

Wall Street es un pedazo de tierra de ocho bloques de largo, que apenas superan el kilómetro de longitud en el Bajo Manhattan. Una nimiedad en lo físico que se basta y sobra para erigirse en la indisputada y oficiosa capital financiera del planeta. Varios cuerpos por delante de Londres, Hong Kong, Singapur o Shanghái. Crisol del poder económico y fuente de inspiración para películas taquilleras, series televisivas, novelas y ensayos.


En este último compartimento debe encuadrarse ‘Flash Boys’ (Deusto), la notable aportación firmada por Michael Lewis. A raíz de la tormenta desencadenada por una crisis de ámbito global, cocinada en gran medida en los despachos acristalados de esta especie de república independiente neoyorquina, este escritor y periodista estadounisense se propuso descorrer las cortinas de esos rascacielos tornados en fortalezas.


Para ello acudió a las fuentes primigenias, ejecutivos que han formado –y forman– parte de este endemoniado engranaje en que el beneficio inmediato constituye la motivación de todas las acciones cotidianas.


El autor, en un genuino e innato ejercicio periodístico, buscó y encontró a varios hijos renegados de Wall Street, prometedores y millonarios peones que, hastiados por la comprensión de su entorno, abandonaron su puesto en ese tablero del que hoy se avergüenzan.


Por esas rendijas se cuela hábilmente Lewis, para constatar que el mercado es manipulado por unos pocos en detrimento de unos muchos. Una generosa colaboración que le proporciona argumentos y munición para penetrar en unos muros otrora herméticos. "Las personas que trabajan en estas entidades se han vuelto más cínicas con sus puestos de trabajo, y están más dispuestas a revelar su funcionamiento interno, siempre y cuando su nombre no quede asociado a tales revelaciones", reconoce y agradece en el epílogo.


La simiente sobre la que nace esta historia de 300 páginas arranca en el verano de 2009, con la detención por parte del FBI de Sergey Aleynikov, un programador informático ruso que había trabajado para Goldman Sachs, el Banco con mayúsculas e influencia para gobernantes y empresarios. La acusación que pesaba sobre Aleynikov, sustentada por el Gobierno americano, era el robo del código fuente de la mencionada entidad a la que prestó sus servicios. Un caso polémico que estuvo barnizado por una sobredosis de sospechoso secretismo y que encendió la mecha de la inquietud en Lewis, especialmente cuando los fiscales sostuvieron que el ciudadano ruso no podía ser liberado bajo fianza porque si dicho código cayera en "manos equivocadas podría emplearse para manipular los mercados de forma injusta".


Tirando del hilo de las denominadas operaciones comerciales de alta frecuencia –a las que se dedicaba Aleynikov y que hoy son investigadas en su generalidad por el FBI–, Lewis da con el ovillo, es decir, con las prácticas ilegales para operar antes que otros inversores en base a información sobre los pedidos de compra o venta de acciones que otros inversores no pueden cotejar. Coloca a Wall Street ante un espejo en el que las miserias brotan voluptuosamente. No es de extrañar que el libro, editado en abril en EE. UU., sea un ‘best seller’ y causara un revuelo monumental.