Pretéritos y perfectos
El pasado viernes tuvimos en Zaragoza a Peteco Carabajal. Quienes hayan visto ‘La estrella azul’, del zaragozano Javier Macipe –si no lo han hecho, háganse ese regalo: aún anda en los cines comerciales– conocen bien a Peteco, miembro destacado de la saga de cantores y guitarreros argentinos de Santiago del Estero, en el norte brujo del país. Peteco ha venido muchas veces a visitarnos, pero nunca lo habíamos recibido como una ‘rockstar’;aterrizó a casa llena de compatriotas suyos y un amplio colectivo de aragoneses convertidos a la causa de la chacarera y la zamba.
Fue un recital de emociones desbordadas, como pocos han visto mis cuatro ojos, que han visto bastantes. El cantor también habló: alejado de lo mesiánico, sencillo (que no simple), Peteco fue desgranando recuerdos de su carrera y su vida, de ese amigo zaragozano llamado Mauricio que visitó el patio de los Carabajal y dejó allá su alma para la eternidad.
Atento a la homilía que no pretendía serlo, reparé en un detalle que ya revela el filme de Macipe: el uso del pretérito perfecto compuesto en paradójico cuasipresente, como si la anécdota de hace 30 años ("Mauricio ha venido a mi casa") hubiera pasado un rato antes. Aquí diríamos "Mauricio vino a mi casa", en pretérito perfecto simple; la construcción de la frase choca de primeras, pero el bardo argento hizo que cada vez sonase más lógica.
Resulta que es una fórmula poderosa para moldear el espacio-tiempo, sin condensador de fluzo ni Delorean, porquede repente, nos vimos (nos hemos visto, Peteco, perdón) en el patio del Indio Froilán, allá en Santiago, y sentimos (otro perdón:hemos sentido) que ese rincón de Zaragoza teletransportado a Argentina era el mejor lugar del mundo para estar esa noche. Gracias.
