Por
  • Celia Carrasco Gil

Cuerpo en flor

Cuerpo en flor
Cuerpo en flor
Pixabay

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de la comunión de los libros, los claveles y las rosas, esas flores que brotan como progresiones naturales de un tiempo de papel que se hace historia y se enreda entre las manos. 

Porque la tierra es universo de ficciones, los dedos pronto aprenden a trazar su gesto hacia las hojas, como un viento humano que las baña. Y empieza así el acto de leer. Allá donde el lenguaje dice espina, comienza a escucharse el tintineo leve de una espada, tal vez un destronarse entre coronas, o quizás la lucha de un ángel por vivir entre dos mundos para fundar sus espacios habitables. Si la voz es fragancia, surge de pronto la gradación aérea del cuerpo hacia la luz, punción del firmamento que ilumina el planeta en el que habitamos. Y si esa luz palpita, hay un cáliz que se hace carne en flor, se abre a todo sentir y late en la palabra. Su pétalo callado es comisura, una intención primera de cuartilla que emerge de la tierra y se emociona en escarcha. ¿Y cómo no leer a esos seres mecidos por el viento que ensayan su rubor? ¿Cómo no imaginar las lenguas de su fuego, las flores que han crecido desde la sangre de una fiera criatura que nos amenazaba? Todos somos claveles, somos un tallo en cruz que sostiene los sépalos del libro y traza cromatismos y nebulosas a raíz de la voz.

Todos somos claveles, el borbotón pulsátil que titila como ofrenda callada que ha cedido su cuerpo a los lenguajes. Todos somos claveles, esa escucha que arde a la intemperie en un jardín de llamas, de pétalos que han roto a crepitar tal vez como un segundo corazón. Y todos somos el libro. Somos la comunión sagrada de las letras con el alma encarnecida de la flor.

Celia Carrasco Gil es poeta

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión