Pues sí, bulle Zaragoza con grandes iniciativas de todas clases. No voy a contar los múltiples proyectos logísticos, industriales y tecnológicos que se han anunciado en los últimos tiempos, porque son innumerables. 

Y si llegan todos a buen fin nos transformarán irremisiblemente en una metrópolis de las de verdad. Pero junto a ellos tenemos ya en marcha unas cuantas revoluciones urbanas. Como las fiestas goyescas, que van arraigando, o ese masivo festival de las flores que los zaragozanos han acogido con entusiasmo. Y en el ámbito deportivo, vamos a contar no con uno, sino con dos nuevos campos de fútbol, para que no falten. Santo y bueno, Zaragoza se mueve. Más dudas me suscita, aunque solo sea porque a las propuestas de los políticos siempre hay que echarles una pizca de escepticismo, esa idea de hacer un nuevo museo para Goya en los antiguos juzgados, como si no tuviéramos desocupados edificios más nobles. Y vistiéndolo además a costa de desvestir al Museo de Zaragoza, cerrado por cierto para dos años pero que así y todo sigue siendo el principal museo de Aragón. Veremos en qué para. Pero de todo lo que bulle en Zaragoza, confieso que lo que más ilusión me hace es la posibilidad de reconstruir la Torre Nueva. Me da la impresión de que, después de muchos intentos a lo largo de más de un siglo, esta vez el plan cuenta con casi todo lo necesario para salir adelante, incluyendo el dinero, que no es lo de menos. No deberíamos dejar pasar la ocasión. No son pocas las ciudades europeas que han reconstruido algunos de sus más emblemáticos monumentos, arrasados a veces por la guerra o por el fuego. Ahora mismo lo estamos viendo con la catedral de París. Y volver a levantar nuestra torre inclinada nos daría más publicidad que todo lo demás. Ojalá que nuestras autoridades lo vean así.

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